
La tarde caía sobre una Plaza de Mayo cubierta de gente que respondía a una convocatoria del gobierno invitando a escuchar en directo, ese 26 de abril de 1985, las palabras del presidente Raúl Alfonsín. Antes de que el primer mandatario saliera al balcón una gruesa columna de jóvenes radicales se abría paso hacia la primera fila. Eran los muchachos de la Junta Coordinadora Radical encabezados por sus referentes que habían decidido estar entre su gente y no en los lugares preferenciales, al lado de Alfonsín. Entre otros se pudo ver a Federico Storani, “Changui” Cáceres, Enrique Nosiglia y el diputado Luis Stubrin. La Argentina atravesaba los primeros dieciséis meses de gestión radical y había heredado una situación calamitosa del gobierno militar en todos los órdenes.
A horas de asumir su mandato el 10 de diciembre de 1983, Alfonsín se comprometió con el periodista Jacobo Timerman, durante su primera conferencia de prensa realizada en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, a que presentaría un informe con el estado del país. El denominado “libro blanco” nunca se publicó y se perdió una gran oportunidad de decirle a la sociedad qué se había heredado. La gente lo presumía pero no tenía una palabra oficial. Tiempo después se dirá que el “libro blanco” no se hizo para no irritar a las Fuerzas Armadas. Lo cierto es que “la década perdida”, como la bautizaron algunos economistas, no podía ser peor: recesión, una deuda externa difícil de afrontar, una inflación cercana al 400% anual y escasez de reservas en el Banco Central. La radiografía del fracaso de la dictadura castrense y la ausencia de serenidad e improvisación eyectaron a Bernardo Grinspun, el primer Ministro de Economía del gobierno democrático. En su lugar, en febrero de 1985, asumió Juan Vital Sourrouille con un plan más cercano al neoliberalismo.

Alfonsín y sus más cercanos asesores sabían que el motivo principal de la convocatoria era la situación económica pero antes lanzó una cortina de humo desde el balcón de la Casa Rosada. Habló de un complot contra su gobierno que nunca se comprobó y llamo a “defender las instituciones democráticas”. En materia económica anunció tardíamente que su gobierno estaba enfrentando “dificultades extremas” porque “hemos heredado un estado devastado”. Rodeado por el senador Fernando de la Rúa y el diputado Juan Carlos Pugliese, durante quince minutos reconoció que existía por parte de los sectores más necesitados “un reclamo legítimo de reivindicaciones justas” y que, por lo tanto, había que “poner orden en la economía que demanda un ajuste”. Era escuchado en silencio. No había nada que festejar, en particular cuando dijo que había que combatir “la recesión que se mantiene en el tiempo”, generando la “desesperanza”, e iniciar una etapa de crecimiento. La síntesis de su mensaje la presentó sobre el final: “Esto se llama economía de guerra y es bueno, compatriotas, que todos vayamos sacando conclusiones”. Salvo las columnas radicales, la generalidad de los asistentes se retiro en silencio, esbozando críticas.
Alfonsín no se sentía cómodo hablando de economía. Prefería pasearse entre las primeras figuras políticas del damero internacional. Cuando sus amigos criticaron la designación de Dante Caputo como canciller, les respondió: “Caputo será canciller porque yo voy a ser el canciller”. Apuntó a Europa, en especial a los gobiernos socialdemócratas y de centro izquierda de los que no obtuvo la respuesta esperada. Un mes antes de su anuncio de una “economía de guerra”, el 18 de marzo de 1985, polemizó con Ronald Reagan por la política de Washington hacia América Central. Tras las palabras del mandatario estadounidense, Alfonsín, improvisando, afirmó que “los Estados Unidos comprenderán que la seguridad del hemisferio está íntimamente vinculada con el desarrollo de la democracia en nuestro continente”. En particular, estaba defendiendo al régimen sandinista de Nicaragua. Casi al final de su mandato, como una forma de ayudar a su candidato radical (Eduardo Angeloz), solicitó a los Estados Unidos “un apoyo político y económico excepcional” que no fue respondido. “En ese momento --le dijo al periodista Luis Majul-- nos sentimos verdaderamente aislados. La sensación es la misma que puede tener un náufrago cuando le quita su tabla de apoyo.”

Tras los anuncios del 26 de abril, y mientras se enfrentaba el 24% de inflación mensual, el 15 de junio de 1985 Sourrouille lanza el plan Austral que logra frenar la inflación por un tiempo y se prepara para enfrentar las elecciones parlamentarias del 3 de noviembre. En octubre, un mes antes de las elecciones, el Ministro del Interior, Antonio Tróccoli, denuncia una conspiración contra el gobierno de parte de elementos de la derecha y se declara el Estado de Sitio. Como era de esperar, en escasas semanas el plan pasó al olvido pero el Estado debió indemnizar a los imputados. Algunos pocos fueron encarcelados, otros se exiliaron. A pesar de obtener menos votos que en 1983, en las elecciones parlamentarias el radicalismo obtuvo un destacado triunfo al lograr un 43,2% del electorado e imponerse en todos los distritos, menos en La Rioja y Formosa. En medio de los festejos por la victoria, para varios funcionarios llegaba la hora del “Tercer Movimiento Histórico”, la nueva política y un cambio institucional. Era nada más que expresión de deseos. A pesar de frenar la inflación inicialmente, el juicio a las juntas militares y el triunfo argentino en México de 1986 (a pesar de que el gobierno intentó desplazar a Carlos Bilardo), el presidente Alfonsín sucumbió ante “una economía desangrada” que no pudo controlar.
En 1989, seis meses antes de cumplir su mandato, abandono el poder.
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