
Es la mañana de un sábado fresco pero soleado en la Villa 31 del barrio porteño de Retiro. En los alrededores de la cancha de fútbol ubicada en la Plaza Manzana 99, debajo de la autopista Illia, el movimiento es permanente. En los pasillos estrechos, la gente va y viene con la misma cadencia con que las motos salen y se adentran en las calles angostas. Sobre el asfalto, mientras, los vehículos no paran de circular. Entre la dinámica constante, algunas personas están detenidas. De pie, miran con atención. Sus ojos están posados en el centro de la cancha, donde decenas de nenes y adolescentes están aprendiendo skate.
El ruido en el lugar es difuso. El bullicio de los más chicos, que entre risas y diversión intentan deslizarse sobre las tablas, se entremezcla con los sonidos de una amoladora, los ladridos de un perro y el caño de escape de alguna moto que arranca. Eso sin contar la música que se escucha de fondo, un tema de cuarteto y otro de cumbia santafesina que le ponen ritmo al comienzo del día.
La postal es la misma que se repite -siempre y cuando el clima lo permita- cada sábado, como parte de una iniciativa que comenzó en octubre de 2018, cuando se inauguró una pista que devino en la puesta en marcha -a comienzos de este año- de una escuelita de ese deporte urbano.

El proyecto educativo tiene nombre: "31 Escuela de Skate". Actualmente, son cerca de 40 los alumnos, de entre 3 y 16 años.
A través del deporte, los impulsores explican que, más allá de contribuir a la urbanización de la comunidad, el objetivo primario que persiguen es abrirle un abanico de posibilidades a los menores pensando hacia futuro.
"La idea es que los chicos tengan una perspectiva: queremos que despierten vocaciones, y que no tengan solamente como opción seguir el camino que recorren sus padres", cuenta Emilio Cornaglia, un abogado que trabaja en la Universidad de la Defensa Nacional y practica skate desde hace ocho años.

Pero además buscan inculcar un estilo de vida. Pretenden fomentar ciertos valores propios del skate: la amistad, la solidaridad, la responsabilidad, la convivencia, el esfuerzo, la perseverancia y el trabajo en equipo -enumeran quienes llevan adelante el proyecto-, al igual que afianzar el aprendizaje escolar y promover el desarrollo artístico.
En ese sentido, Emilio hace una observación sobre el cambio de comportamiento de los chicos tras estos ocho meses de clases. Asegura que los menores fueron dejando atrás el trato violento que percibieron cuando los conocieron: "Vemos un progreso en ellos. Son más respetuosos y menos agresivos entre sí. No se hablan mal, no se insultan", detalla, en diálogo con Infobae.
Al hombre, que en el ambiente del skateboard es conocido como Búho, también lo deja satisfecho el compromiso y la predisposición de los alumnos para levantarse temprano y estar puntual a las 10 de la mañana. "A veces nosotros llegamos y algunos ya están ahí barriendo por su cuenta, limpiando un poco la pista", dice con alegría.

El bowl (la pista) está ubicado a unos pocos metros de la cancha. Fue construido por la Secretaría de Integración Social y Urbana de la Ciudad, con el apoyo de una empresa privada. Son 13,5 metros de largo por 8,9 metros de ancho de hormigón, y en la parte más profunda llega al 1,8 metros de profundidad que tienen poco que envidiarle a un campo de acción en el que riders profesionales despliegan sus habilidades.
El espacio se estrenó hace diez meses con una demo, un encuentro que atrajo a varios de los mejores skaters. Aquella presentación cautivó a varios chicos, que continuaron practicando por su cuenta, sin la tutoría de expertos. Todo cambió a partir de enero de este año cuando Emilio y un grupo de entusiastas tomaron la decisión de ocupar ese rol.

Hay todo un equipo detrás de la movida. Al mencionado se le suman Harrison Glen, diseñador gráfico y nacido en Estados Unidos; Rafael Torres, skater patricionado que llegó desde Venezuela; Kevin Enis, fotógrafo; Enrico Colombres, oriundo de Tucumán, y Gonzalo Palomino, ambos estudiantes de abogacía en la UBA; las fotógrafas Florencia Espinoza, que se vino desde Córdoba, y Nicole Díaz, chilena que reside en el país; y Daro González, que es vecino del barrio, tiene a sus hijos como alumnos y enseña hip hop y breakdance.
Todos ellos, de forma voluntaria, se dedican a planificar la logística, a preparar las clases y a delinear la práctica estrictamente deportiva. En la semana, acuerdan quiénes asistirán el próximo sábado, día que cada uno deja de lado sus ocupaciones y se pone en el rol de instructor deportivo.
Las tareas no terminan allí: en coordinación con la Casa de la Cultura, trabajan en el desarrollo de diversos talleres, ya que además de la actividad física, ocasionalmente se ponen al frente de clases de arte urbano (dibujo, collage, pintura y graffiti) y comparten sus conocimientos en fotografía.
"El skate tiene una cultura muy sólida, en gran conexión con el arte, la música, la fotografía y el vídeo. La idea es poder acercarle a los chicos todas estas herramientas", comenta Kevin Enis a este medio.

Con miras a futuro, Emilio y los demás dicen que anhelan expandir la propuesta con más talleres: de inglés, de matemática, de física. También planean enseñar algo de albañilería, básicamente focalizada en la construcción de rampas, barandas y obstáculos para andar en skate. Y uno de los objetivos a corto plazo es empezar a hacer excursiones a otras pistas, como la que está en Tecnópolis, en la localidad bonaerense de Villa Martelli.
"Las expectativas para el proyecto son muchas: conseguir cascos, protecciones, refrigerios, rampas, obstáculos, todos los insumos suficientes para cubrir todas las necesidades de la escuela", amplía Kevin. Y agrega: "También sumar mas voluntarios que se comprometan con el proyecto. Formar una comunidad de skateboarding dentro de la villa e incluirla a la ya existente en la ciudad de Buenos Aires".

Desde la escuela indican que quienes quieran participar de las clases, deben acudir al lugar acompañados del padre, la madre o tutor para inscribirse. A los que no tengan, les prestan una tabla para que den sus primeros pasos. Esto último responde a una costumbre de los skaters: el sentido de la colaboración es uno de los principales ideales de esta tribu urbana, que con sus tablas y sus trucos cada vez más se propagan en los espacios públicos y rincones porteños.
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