Luis Bremer, 21 años después del femicidio de su madre: "O vas para adelante o el pasado te come”

Cada año, los femicidios dejan al menos 400 hijos huérfanos en Argentina. El periodista y locutor fue uno de ellos a mediados de los 90, cuando los crímenes de mujeres en manos de sus parejas no tenían nombre

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Luis Bremer acababa de cumplir 22 años cuando el ex novio de su madre se disfrazó, se escondió detrás de un árbol, la esperó y la mató de un tiro. Fue a mediados de la década del 90 y lo que pasó aún no tenía nombre: para los medios era un crimen pasional, para la Justicia, un homicidio y para la Policía, un problema de la vida privada. Hacía dos meses que la amenazaba pero la Policía subestimó el riesgo: "Si no hay sangre, no podemos hacer nada", les contestaron cuando fueron a denunciarlo. Hoy es el "Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer", y el periodista y locutor tiene una posición firme sobre el tema: "Cuando el Estado no está para evitar un femicidio, es cómplice".

Parece que va a llover pero todavía es una mañana cálida. Luis Bremer, que en diciembre cumplirá 43 años, desayuna al aire libre en un bar de Palermo. El tiempo, la terapia, los afectos y el trabajo lo ayudaron a resignificar el efecto arrasador que tuvo en su vida el femicidio de Manuela Aguiño, su madre. No quiere ser protagonista -sabe que ese no es el lugar que debe ocupar un periodista- pero accede a hablar con Infobae porque cree en la necesidad de poner en evidencia cuál es la responsabilidad del Estado antes de un femicidio -para evitarlo- y, después, para reparar algo del daño en los hijos que los femicidas dejaron huérfanos.

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¿Qué pasó en tu familia?
Salvo algunos matices, la historia es calcada a la de muchas otras. Vivíamos en Villa Urquiza y hacía 7 u 8 años que mi vieja era viuda. Había empezado una relación con esta persona, un militar retirado. Al principio no lo vimos como una amenaza y eso es parte de la matriz, porque detrás de todo violento hay alguien carismático, que intenta encantar y dar una buena impresión. El problema apareció cuando ella puso punto final a esa relación.

¿Ahí comenzaron las amenazas?
Sí. Fuimos a la comisaría a hacer una presentación, porque en ese momento no aceptaban denuncias por amenazas salvo que fuera algo muy evidente. Pero un hombre que hubiese amenazado de palabra a su ex, enojado porque lo había dejado, no era considerado algo grave. Creo que en muchos lugares eso sigue pasando, de ahí la necesidad de capacitar a jueces y policías con perspectiva de género para que dejen de subestimar esas alertas.

Sin presencia del Estado, ¿qué opción les quedó para protegerla?
En algún momento pensamos en que se fuera a España. Allá tenía familia. Pero como le pasa a muchas familias hoy, no teníamos plata para hacerlo. Éramos de una clase media laburante. Mi mamá tenía 61 años, trabajaba de administrativa y era una artista con la repostería. Yo acababa de recibirme de locutor; mi hermano, que es 5 años mayor, trabajaba en un banco. Pero la imposibilidad de salir de la situación no era sólo por lo económico. Siendo la ex pareja de un militar, ¿a dónde te vas?, ¿quién te puede cuidar?, ¿cuándo volvés a salir a la calle? A ese hombre el Estado le dio un arma. Todavía hoy no hay sanciones ejemplares para los miembros de fuerzas de seguridad que cometen femicidios con armas oficiales.

¿Qué recordás de ese día?
Fue el 18 de diciembre de 1995, ese día yo me recibía de locutor nacional en el ISER. Cuatro días antes había sido mi cumpleaños y quedamos en festejar en casa. Volvimos del Teatro Cervantes, yo en un auto con el diploma que me habían entregado. Mi mamá en otro, con una familia amiga. Ella se bajó mientras iban a estacionar, para ir prendiendo las luces. Este hombre estaba escondido detrás de un árbol, disfrazado, cerca de la puerta. Hacía un tiempo que había dejado de amenazarla. Esperó ese día, tuvo el dato de mi recibimiento, no fue casual. Cuando me bajé del auto me encontré con esta situación. Lo único que pude hacer fue ir a abrazar a mi vieja que estaba tirada en la vereda, en los últimos instantes de su vida.

Bremer, durante unas de las marchas organizadas por el colectivo #NiUnaMenos
Bremer, durante unas de las marchas organizadas por el colectivo #NiUnaMenos

¿Qué pasó inmediatamente después?
Fade out, como decimos en televisión (fundido a negro). No es negación, de verdad no recuerdo. Creo que la mente te protege.

Era otra época, era difícil imaginar algo así.
Es que eso sigue pasando, pensá en ese romanticismo berreta y mal aprendido: "Si me dejás me mato" o "si me dejás te mato". Está tan internalizado, que muchos amigos o familiares pueden pensar "bueno, ya se le va a pasar, está despechado".

¿Cómo fue tu proceso de resiliencia?
Tardé cinco años en volver a respirar. Yo vivía con mi mamá y me quedé dos años más en esa casa, hasta que pudimos venderla. Me resultaba difícil todo. Si vos, la última vez que entraste a tu casa, viste el cadáver de tu madre en la puerta, es bastante complicado que te resulte natural y cómodo algo tan simple como salir y entrar. La terapia y el trabajo me ayudaron mucho.

¿Empezaste terapia inmediatamente?
No. Primero hubo un dolor paralizante, después resistencia, enojo. En algún momento sentí que los días no tenían sentido, las horas no pasaban. Por eso hoy valoro que los días pasan rápido, eso significa que estoy bien. La terapia me ayudó a reencuadrar la vida, porque el femicidio de tu madre te corta las esperanzas de una manera brutal. Es ahí donde tiene que estar el Estado. Yo pude hacer terapia porque podía pagarla y porque mi psicóloga me bancó cuando no tenía un mango, pero esa no es la realidad de la mayoría de los 400 hijos que el año pasado se quedaron sin madre. Más de la mitad eran menores. Atender a esos chicos no se toma como una inversión de salud sino como gasto público.

¿Cambiaba en algo haber sido el hijo varón?
La sociedad te hace sentir culpa y vergüenza: "Uh, me pasó a mí. El hijo varón, adolescente ¿yo debería haberla protegido más?". Dentro de un femicidio, hay varios homicidios: te matan el aliento de los próximos años de tu vida, te matan los recuerdos lindos de la persona que acaba de morir y te matan la esperanza de justicia. Por eso digo que ir a terapia no es ir a que alguien te contenga. Es bajar al pozo séptico de tu vida y rascar. A tratar de encontrarle sentido a algunas cosas y a otras no, a perdonarte y a perdonar, aunque detesto las frases de autoayuda.

¿Perdonar?
Creo que nadie mataría en plena conciencia del valor de la vida humana. Una cacería. Un objeto. Deshumanizar para atacar.

¿Hubo justicia?
En aquel momento fui a Tribunales a buscar el expediente y en el medio de las fotos de mi madre asesinada, había fotos de choques de autos, un ticket de un café con leche. Habrán creído que yo era el asistente de un abogado porque cuando pregunté me dijeron: 'Ah, no te preocupes, es así, está todo mezclado'. Pasaron casi 22 años y me pregunto, ¿cómo están hoy los expedientes de las mujeres asesinadas? ¿están digitalizados? No, siguen estando en el piso. Si me preguntás si hubo condena, hubo una pena mínima. Creo que le dieron 7 años pero enseguida se fue a la casa, porque tenía casi 70 años.

¿Cuál es la responsabilidad del Estado?
Todos los días vemos femicidios que se podrían haber evitado. Cuando no hay prevención, el Estado es socio, cómplice.

¿Cómo es la vida de un hijo en "el después"?
Me costó mucho salir adelante pero no me detuve en aquel lugar. Creo que nacer, para una criatura que está en un vientre, es salir de un mundo y entrar a otro. Debe ser doloroso, por momentos sangriento, aunque bellísimo. Creo que el asesinato de mi madre fue mi segundo nacimiento. Creo que hubo un nuevo parto, su muerte me parió a un nuevo estado de conciencia.

¿Qué le decís a un hijo que está comenzando el duelo?
Que la vida empuja para adelante, aunque te detenga en ese momento. No hay opción: o vas para adelante o te detenés y te come el pasado. Yo trabajé mucho y logré resignificar esos recuerdos. Lo que pasó es hoy una foto sepia.

¿Cómo la recordás?
Al principio me habían destruido los recuerdos. Recordaba sólo el asesinato, la última página del libro. Me había olvidado de mi vieja riendo, de mi vieja acariciándome, de mi vieja festejándome un cumpleaños. Después de mucho trabajo pude recuperar lo que había detrás de la página policial. Creo que la mayoría de los chicos necesitan hacer esa tarea y el Estado debe asegurarles esa reparación.

¿Por dónde empezar?
Todo empieza con la educación sexista. Si yo educo a una nena para que sea de determinada manera y a un varón para que sea de otra, no les estoy otorgando identidad, los estoy normativizando: el hombre provee, el hombre usa la fuerza física y la mujer está a merced de él. Hay que romper esos arquetipos, repensar nuestro sistema de creencias. Creo que eso nos puede dar, muy de a poquito, una sociedad distinta. Si no, es como en el "Día de la marmota": nos resignamos a levantarnos todos los días para horrorizarnos con un nuevo femicidio y olvidarnos a la semana siguiente.