
Alberto Fernández ingresó al lobby del hotel Principe de Gales acompañado de Fabiola Yañez. Llegaban de una cena servida con esmero en la embajada argentina en París. Ella subió por el ascensor principal al cuarto piso y él se quedó junto a un secretario de Estado y un asesor todo terreno que integran la comitiva oficial
Al principio, Alberto Fernández y sus dos interlocutores noctámbulos juntaron tres sillones de estilo, aprovecharon la penumbra del hotel cinco estrellas y cambiaron impresiones sobre una gira oficial que no da respiro y puede ser clave para la administración peronista.
Pero cinco minutos más tarde, el conserje se acercó sigiloso a un custodio presidencial, pidió que lo siguieran y abrió las puertas de la cafetería que estaba cerrada por el COVID-19. Una luz tenue competía con la penumbra del salón y los tres aprovecharon ese momento para distenderse por casi dos horas.
Afuera, el toque de queda ya había convertido a París en una ciudad distópica, acosada por el COVID-19 y la crisis económica y social.
-¿Cómo se consiguieron las vacunas de AstraZeneca?-, le preguntaron al Presidente.
-Un trabajo conjunto que hice con el canciller de México (Marcelo Ebrard) y (Andrés Manuel) López Obrador. Los tres exigimos a AstraZeneca que cumplieran con los contratos firmados, que estaban violando la ley, que era una vergüenza.
-¿Y entonces?
-Van a llegar las vacunas. 4 millones desde el 25 de mayo al 8 de junio. Con eso, y lo que me prometieron los chinos, vamos a estar con una secuencia de provisión que nos permitirá continuar con el plan de vacunación.

-¿Es difícil negociar con los chinos?, le preguntaron al jefe de Estado.
El hotel estaba en silencio, y la cafetería parecía un tren detenido en la nada.
-Es complejo. Yo hablo con Sabino (Vaca Narvaja, embajador argentino en Beijing), él habla con Sinopharm, Sinopharm habla con el Partido Comunista, y al tiempo liberan la carga. Pero siempre cumplen. Y nos hicieron un descuento de 10 dólares por dosis, y eso lo valoro.
-¿Y con los rusos?
-Es distinto, explicó Alberto Fernández. Ahí hablas con Gamaleya que es el laboratorio, y con el fondo de inversión. Y después llegan las vacunas.
Hubo un silencio mínimo. El Presidente se quedó pensando. Y los dos funcionarios aprovecharon para revisar sus celulares: París está cinco horas adelante que Buenos Aires. Y la Casa Rosada aún hervía entre el comunicado de la Cancillería sobre el conflicto de Medio Oriente y una declaración del premier español Pedro Sánchez que la oposición uso para criticar al gobierno.
La charla continuó. Alberto Fernández estaba distendido, locuaz, animado a reflexionar sobre relaciones exteriores y su propia estrategia geopolítica. Los dos funcionarios se mantenían en silencio para no romper el embrujo: era medianoche en París, escuchaban secretos de Estado, y no había nada en las cercanías que pudiera sobresaltar al Presidente.

“Hable con Antonio (premier Portugués, Antonio Costa) sobre Naciones Unidas, el FMI y el Banco Interamericano de Desarrollo. Ellos (por Portugal) habían pagado los sobrecargos cuando arreglaron con el Fondo y que ahora nos apoyen con ese planteo es un triunfo. El FMI se negaba a reconocer el peso de los sobrecargos, alegando que no podían bajarlos porque se los habían cobrado a Portugal. Se lo decían a Martín (Guzmán) y nosotros sin poder reaccionar. Pero Costa nos bancó y eso es pura ganancia. La diplomacia sirve.
-¿Es mucha plata?, le preguntó el secretario de la sonrisa permanente.
-Si. Pero lo más importante es que Europa nos está acompañando. Y eso también es una señal a (Joseph) Biden, a los Estados Unidos.
-¿Por qué?-, preguntó el secretario cuando ya era la 1.00 en la ciudad de Sartre y Cortázar.
-Nosotros podemos sumar el apoyo de Portugal, España, Italia, Francia y Alemania. Eso es mucho. Eso es Europa. Y con Donald Trump, Estados Unidos se alejó de Europa. Ahora con Biden, con el cambio climático, con el apoyo a nuestra mirada sobre la deuda externa, Estados Unidos se va a acercar. Y en ese juego nosotros nos podemos beneficiar.
-¿La cercanía con Europa, nos aleja con China?, profundizó el acompañante.
-China es China. Ellos necesitan la energía y preservar su seguridad alimentaria. Y tienen muchísimos fondos frescos. Nosotros tomamos lo que necesitamos –las vacunas, el apoyo para la negociación de la deuda con el FMI-, y nada más. No existe eso de un puerto chino en el Sur y es mentira que en Neuquén instalaron una base militar. Ahí los chinos sólo miran el cielo. Y nada más.
Alberto Fernández hizo silencio. Una señal obvia para terminar la charla con el secretario y el colaborador que habita en su sombra presidencial.
Faltaban 10 minutos para las 2 AM.

“El jueves, el Papa”, metió sobre la hora el secretario silencioso y de buenos modales.
-Sí. Es el líder moral del mundo. Están contando una novela cuando escriben que no me quería recibir. Esperemos hasta el jueves”, replicó el Presidente. Ya se le notaba el cansancio de una jornada que había empezado con el Rey en Madrid y terminaba en la madrugada de París.
Saludó con una sonrisa cansada, se subió al ascensor, y se fue a dormir.
En pocas horas almorzaba con Macron, su aliado más poderoso en Europa.
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