
Fue lo opuesto exactamente al clima de aquella madrugada de invierno de 2018. De los grados bajo cero, la lluvia y la tristeza por el rechazo del Senado, a este calor insoportable del primer día de marzo del año siguiente, a las lágrimas de las mujeres y de los hombres en el momento que el reloj dio las 13 y Alberto Fernández anunció bajo la cúpula del Congreso que “dentro de 10 días” el Ejecutivo presentará un modelo de ley para legalizar el aborto.
Hasta ese momento del domingo en la plaza, la multitud (mucho menor en cantidad respecto de otros episodios populares de la línea de tiempo kirchnerista) se había expresado con aplausos, algunos tibios, otros contundentes, ante cada anuncio del Presidente de la Nación, pero cuando llegaron las palabras referidas a la interrupción voluntaria del embarazo la sensación fue como cuando se grita un gol de la Selección en un Mundial. Y las mujeres pusieron en alto sus pañuelos y se abrazaban y se levantaban sus anteojos de sol para secarse las lágrimas.
Desde las más chicas a las más grandes, 9 de cada 10 mujeres pareció celebrar con profunda emoción la noticia sobre el aborto. Aunque para nadie a esta altura parecía una sorpresa que Alberto anunciara el impulso de la nueva ley, se festejó como si lo hubiera sido.

Liliana y su hija Luli se abrazaron apenas escucharon la voz del Presidente, ubicadas bajo la sombra, casi en la esquina de Rivadavia y Callao, frente a una pantalla de la que casi no se veía nada por la luz que le daba de frente. Pero sí se oyó cuando Fernández dijo “un Estado que cuida debe atender a todas las mujeres; la legislación vigente en materia de aborto no es objetiva”.
Liliana y Luli lloraban. La mamá levantó el pañuelo verde y la hija le pasó un brazo por la cintura y apoyó su cabeza en el hombro de su madre. “¿Puede haber alguien que no esté de acuerdo con lo que dijo Alberto?", lanzó como retórica Liliana, contadora. "Además de lo del aborto me gustó que anuncia la modificación de la Justicia, el comienzo de las clases y la reforma de educación superior”, agregó Luli, cineasta.
Hubo consenso entre los que fueron a apoyar al gobierno -sueltos y organizaciones- sobre los temas más importantes, además de aborto (un pequeño grupo se reunió con pañuelos celestes en uno de los accesos al Palacio Legislativo): reforma judicial, educación e investigación sobre la deuda generada durante el gobierno macrista.

Infobae hizo un ranking tentativo de, además de la cuestión aborto, las frases más aplaudidas por la gente en la calle:
“No es posible que los precios de alimentos sigan creciendo”; “Los ricos que se enriquecen a costa de los pobres”; “Nunca más a un endeudamiento insostenible”; “Nunca más a la puerta giratoria de dólares que se fugan dejando tierra arrasada a su paso”; “Nosotros estamos del lado del pueblo”; “Somos un gobierno de científicos no de Ceos” y “Vamos a recobrar el papel activo del Estado en los juicios por delitos de lesa humanidad”, entre otras.
Vestido con una camisa de un rosa casi blanco de tela raída, pantalón de vestir un poco manchado y mocasines gastados, Santo Gareca (75) amaneció temprano y se tomó un colectivo hasta la estación de Morón y de ahí el tren a Once, desde donde caminó hasta el Congreso con el único fin de apoyar “a Cristina, porque soy peronista y kirchnerista".

El hombre, soldador jubilado, llegó solo. Cargaba una bandera con las caras de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Juan Domingo Perón descoloridas que compró cuando la ex presidenta se presentó ante la Justicia en Comodoro Py, aquella tarde de lluvia de otoño en 2016. Con la mano libre, Santo llevaba una bolsa de nylon con una banana, dos sanguchitos y una lata de Coca Cola.
Gareca estaba expectante. “Seguro que mejor que lo otro es Alberto. Lo otro fue una basura. Cobro la mínima, imagínate cómo estoy. La última ropa la compré con Cristina. Cuando se iba me compré tres pares de zapatos porque sabía que no iba a poder después. Macri fue muy desgraciado. Tengo 75 y jamás vi algo así. Fue una tragedia para el país”, enumeró de un tirón, contento porque había visto pasar a Cristina Kirchner en su auto por Rivadavia, cuando él estaba apoyado sobre una valla.
-¿La saludó?, le preguntó Infobae a Santo.
-Sí, pero no me vio.
-¿Y si pudiera hablar con ella qué le diría?
-A Cristina le diría que nos dé un aumentito más en la jubilación, pero el FMI es bravo.

También sobre la valla estaban Irene y Vera, ajenas a la pasión que las rodeaba. Observaban con asombro y lo registraban con sus celulares: desde la parrilla con los chorizos crepitando (a 100 pesos) hasta las mantas con las remeras alusivas al kirchnerismo (a $ 250 promedio), pero sobre todo a la legión de Granaderos que custodió al Presidente en su llegada al Congreso.
“Yo quiero ver los caballos”, aclaró Irene, argentina nacida hace 70 años en Villa Crespo, pero checa en términos prácticos, a donde llegó a los tres años. “Yo no quiero a los peronistas, mi padre se tuvo que ir porque Perón lo puso preso cuando él manifestó en contra de la ocupación nazi en París”, comentó la mujer, pero aclaró, bajo cierta fascinación: “Yo no entiendo de peronismo, no viví acá, hace 20 años que no visitaba, pero me asombra la pasión que tienen. En República Checa la gente protesta haciendo sonar sus llaves, aquí, con los bombos y todo esto, las paredes se vienen abajo”.
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