
A las cinco de la mañana, mientras gran parte del país aún duerme, Constantino Aucca Chutas ya está en actividad. Su rutina no responde a una moda ni a un mandato externo, sino a un compromiso que comenzó hace décadas: restaurar los bosques andinos y los sistemas de agua que alguna vez sostuvieron la vida en la sierra. Cuando contesta el teléfono, lo hace desde una zona alta del Perú, donde las temperaturas son bajas y el aire del amanecer aún lleva la humedad de la noche. “Es normal estar despierto a estas horas”, comentó, sin rodeos, justo antes de salir hacia un nuevo proyecto de reforestación.
El biólogo cusqueño no trabaja solo. Ha involucrado a decenas de comunidades quechuas con las que comparte herencia y visión. Su propósito es claro: recuperar los bosques de Polylepis, árboles de alta montaña que alguna vez cubrieron grandes extensiones de los Andes tropicales. Hoy quedan fragmentos. “Estos bosques comenzaron a desaparecer cuando los conquistadores europeos llegaron a este continente, trayendo consigo ovejas y vacas. Quemaron las montañas para alimentar a su ganado. Ahora no nos queda más que entre el dos y el cinco por ciento de los bosques”.
La situación es crítica no solo por la pérdida del ecosistema, sino por las consecuencias hídricas. Los bosques de Polylepis atrapan humedad, alimentan arroyos y sostienen ríos que desembocan en el Pacífico, el Atlántico y el Amazonas. “Temprano por la mañana, se puede observar cómo absorben la humedad del aire y de la niebla”, explica el peruano. “Parecen árboles de Navidad, pero llenos de agua”.
Más que un árbol

En total, existen 28 especies reconocidas de Polylepis. Todas ellas han desarrollado características que les permiten sobrevivir en condiciones extremas, por encima de los 4.000 metros de altitud. Su corteza, con múltiples capas y apariencia nudosa, retiene humedad y resiste el sol intenso. Sobre ella crecen líquenes y musgos que cumplen un rol clave: recoger el agua suspendida en la niebla, almacenarla en el suelo esponjoso y liberarla lentamente hacia los cursos de agua.
Este mecanismo natural es vital. Las zonas altoandinas atraviesan largos periodos de sequía. “El peor escenario se dio el año pasado en Ecuador: cinco meses sin agua”, advierte Aucca Chutas. En este contexto, recuperar los bosques se vuelve una acción urgente y no una opción decorativa.
La reforestación, sin embargo, enfrenta obstáculos. En distintas partes del mundo, iniciativas ambiciosas han fracasado por no adaptarse al entorno. En Asia, los nuevos manglares rara vez superan el 20 % de supervivencia. En el Reino Unido, la mayoría de los 860 mil árboles plantados para compensar obras viales no sobrevivieron. El caso más emblemático está en África: la Gran Muralla Verde, pensada como una barrera de árboles de 7.000 kilómetros, avanza lentamente por falta de involucramiento local.
Ahí es donde el modelo del hombre cusqueño marca la diferencia. En siete años, impulsó la plantación de más de 12,5 millones de árboles en países como Perú, Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile. Además, hay planes para intervenir otros 10.000 kilómetros cuadrados en Colombia y Venezuela.
Su estrategia se basa en una práctica ancestral: la minka, el trabajo colectivo por un bien común. “Dijeron: ‘Oiga, jefe, queremos ser parte de la solución. Por favor, ¿podría enseñarnos a cultivar las plántulas y a plantarlas? Queremos ser parte de eso’”, recuerda. Así, en lugar de imponer un modelo externo, convocó a la participación activa de las comunidades.
Restaurar ecosistemas, no solo sembrar

Para Aucca Chutas, plantar árboles no basta. Su objetivo es restaurar ecosistemas completos. Eso exige conocer el terreno, respetar los ciclos climáticos y escuchar a quienes viven en la zona. Muchas veces, señala, los donantes insisten en plazos que no se ajustan a las condiciones del lugar. “Lo siento”, responde él. “No funciona así. No se puede plantar cuando uno quiere; tiene que ser en el momento oportuno para las especies y el medio ambiente”.
Su respuesta no parte de una postura rígida, sino de una experiencia acumulada. El peruano es biólogo, pero también descendiente de agricultores quechuas. Su conocimiento técnico convive con una visión comunitaria del territorio. No promete resultados inmediatos, pero muestra cifras concretas: millones de árboles en pie, comunidades organizadas y ríos que vuelven a fluir donde antes solo quedaba polvo.
Cada acción de Aucca Chutas tiene un eje común: restaurar la conexión entre los seres humanos y su entorno. El trabajo no se limita a sembrar plántulas. Involucra educación, compromiso y adaptación. En ese sentido, su método responde tanto a una lógica científica como a una memoria cultural.
Mientras en otras regiones los proyectos fracasan por falta de seguimiento o por decisiones centralizadas, en los Andes las iniciativas crecen con el mismo ritmo que los árboles que se plantan. Y si el éxito puede medirse en permanencia, las comunidades andinas parecen haber encontrado en la minka un camino probado.
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