Roberto Diego Álvarez Oliva, un ciudadano peruano de 34 años, fue detenido por agentes del ICE y deportado a Lima, a pesar de estar en pleno proceso de regularización migratoria en Estados Unidos. Su esposa, Nicole Álvarez, contó al medio local estadounidense Williamsport SunGazette el drama familiar que comenzó en mayo, cuando su hogar en Williamsport, Pensilvania, fue intervenido sin aviso.
La familia había pasado un fin de semana tranquilo. “Estábamos haciendo una parrillada afuera con nuestra familia. Teníamos amigos en casa”, recordó Nicole. Pero el lunes, mientras Roberto iba y venía del trabajo, la situación dio un giro. Primero llegó un patrullero, luego varios más. Nicole vio desde su ventana a los oficiales con chalecos tácticos. “Estaba algo asustada”, confesó.
Salió de inmediato y encontró a su marido esposado. Él, sin antecedentes penales y con todos sus papeles de trabajo en regla, solo alcanzó a decirle que no se preocupara. “Te voy a llamar tan pronto como pueda”, le prometió antes de ser llevado.
“Ni siquiera me miraban a los ojos”: la detención por una carta que nunca llegó

Roberto había ingresado legalmente a EE.UU. más de tres años antes, tras presentarse ante las autoridades en la frontera. Según Nicole, él vino “para ganar dinero para su familia. Su mamá estaba enferma y necesitaban dinero”. A partir de entonces, empezó el proceso para quedarse legalmente en el país. Completó la documentación, montó un pequeño negocio, pagó impuestos y asistió a dos de las tres audiencias migratorias obligatorias.
La tercera cita, sin embargo, fue notificada a una dirección antigua. Roberto nunca recibió la carta. “Ni siquiera me miraban a los ojos”, dijo Nicole al recordar cómo los agentes del ICE se lo llevaron ese día.
Intentaron frenar la deportación con ayuda de un abogado. Enviaron su licencia de matrimonio, su partida de nacimiento, documentos fiscales y empresariales. “Incluso envié una nota de mi doctora, porque tengo un trastorno neurológico debido a las migrañas, diciendo que iba a sufrir sin él”, relató. Pero nada fue suficiente. “Igual volvieron y nos dijeron: ‘No, él se va a ir’”.
Roberto pasó dos semanas en el Centro Correccional del Condado de Clinton, luego fue trasladado a una instalación en Texas y, finalmente, a un centro de detención en Luisiana. Desde ahí fue deportado a Perú.
“Espero que no me olvide”: Roberto trabaja 15 horas al día en Lima para sobrevivir

Nicole, que se crió entre California y Florida y estudió en la Pennsylvania College of Technology, ahora está sola con sus hijos y vive con su madre, que sufre una enfermedad terminal. El proceso legal para traer de vuelta a su esposo podría costar más de 12 mil dólares y tomar entre tres y ocho años, según distintos abogados.
Desde Lima, Roberto trabaja en construcción 15 horas al día y gana apenas 30 dólares por jornada. “No tiene nada en Perú, así que tengo que enviarle ropa, pertenencias, esas cosas. Es caro”, contó Nicole.
Pese a la distancia, mantienen el contacto a través de llamadas y videollamadas. Pero el miedo no desaparece. “Él me dice: ‘Espero que no me olvide’”, confiesa Nicole, refiriéndose a su hijo menor, Denver, de solo nueve meses.
En las próximas semanas, planea viajar con el bebé a Lima para que padre e hijo se reencuentren. “Nos decimos cuando hablamos por teléfono: ‘Nunca, nunca más vamos a darnos por sentados’”, afirmó. “Voy a perder el control en el aeropuerto cuando vea a su hijo. Cuando crucen la mirada”.
Para Nicole, su historia es también un llamado de empatía. “Creo que muchas personas ven la inmigración en blanco y negro, pero las personas son personas”, reflexionó. “Siento que, si yo hubiera nacido en un lugar donde la vida no es buena, puedes apostar que me iría a otro sitio para darle una mejor vida a mi familia”.
“Creo que la gente debería ser un poco más comprensiva con personas como él, como mi esposo. Él solo trabajaba, trabajaba y cuidaba de su familia, y eso es todo lo que hacía aquí”.
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