A veces, al ver a alguien desde lejos, creemos que es un amigo o familiar, pero al acercarnos descubrimos que no es así. Esto ocurre porque nuestro cerebro reconoce patrones y completa lo que no puede ver claramente. Si la persona tiene una apariencia similar, como el mismo peinado o una forma de caminar parecida, nuestra mente asocia esos detalles con alguien conocido, creando una confusión momentánea.
Cuando una persona es confundida por otra, su reacción suele pasar de la sorpresa a la curiosidad. Al principio, se queda desconcertada ante el saludo entusiasta de un desconocido, preguntándose si debería recordar a esa persona. Si la confusión se aclara rápidamente, suele responder con una sonrisa amable o una risa ligera, entendiendo que fue un simple error.
Ahora bien, no siempre se aclara una confusión de identidad. Un ejemplo curioso es el caso de Mario Vargas Llosa, quien en un avión fue confundido con Gabriel García Márquez. Aunque ambos son físicamente muy diferentes —uno es alto y el otro de estatura baja, uno lleva bigote mientras que el otro no—, la confusión probablemente se debió a su fama compartida y a la asociación inevitable entre dos gigantes de la literatura latinoamericana.
Más allá de intentar indagar lo que había pensado el pasajero que confundió al escritor peruano con el literato colombiano, es menester contar la historia detrás de la confusión.
Confusión en las alturas
En medio de una tertulia entre escritores, Mario Vargas Llosa relató una historia que, aunque alejada de la literatura, tiene todos los elementos de una ficción. El escritor peruano abordó un avión en Madrid con destino a Santa Cruz de Tenerife, sin imaginar que durante el viaje conocería a un pasajero que quedaría grabado en su memoria para siempre.
“Hay experiencias que obligatoriamente te vuelven modesto. Yo te voy a contar una anécdota que parece casi un cuento”, expresó Vargas Llosa ante un público ávido de escucharlo.
Conforme pasaban los segundos, la tensión se sentía en el auditorio. Sin embargo, en un momento de la alocución del escritor, tanto el público como los panelistas estallaron en una risa fuerte. ¿Qué había sucedido? Nuestro compatriota se dio cuenta de que los elogios que había recibido no eran para él, sino para Gabriel García Márquez.
A continuación el relato del autor de “La ciudad y los perros”:
“La azafata se me acercó y me dijo: ‘Ahí atrás hay un señor que lo admira muchísimo, le tiene una enorme admiración. Es tímido y no quiere molestarlo, no desea que le dé un autógrafo; quiere darle la mano. ¿Podría acercarse a darle la mano’. Por supuesto, le dije, que se acerque a darme la mano, encantadisimo. Vino un señor relativamente joven, se le notaba conmovido. Entonces, más o menos me dijo: ‘Usted no sabe lo que significa esto para mí, usted no sabe lo que han sido sus libros en mi vida’. Y entonces allí vino la cuchillada, me dice: ‘Porque Cien años de soledad cambió mi vida’”, contó.
Tras ello, el literato no le dijo que no era García Márquez. Según contó, no quería desencantar al pasajero. Solo atinó a darle la mano y hacerse pasar por el novelista colombiano.
Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura
Este reconocimiento coronó su vasta trayectoria como escritor y su influencia en la literatura mundial. El Comité Nobel destacó su obra por su “cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. A través de sus novelas, como “La ciudad y los perros” y “Conversación en La Catedral”, Vargas Llosa exploró las complejidades del poder político y las tensiones sociales.
El premio también fue un homenaje a su habilidad narrativa y su capacidad para transformar la realidad política y social en literatura. Su estilo, caracterizado por su realismo y la crítica feroz a las estructuras de poder, le permitió marcar un antes y un después en la literatura latinoamericana.