
La domesticación de los perros es un proceso que se remonta a miles de años. Se estima que comenzó hace aproximadamente 15.000 años, aunque algunos estudios sugieren que pudo haber iniciado incluso antes.
Ese vínculo temprano probablemente surgió cuando ciertas especies de lobos, menos agresivos y más tolerantes a la presencia humana, buscaron comida cerca de los asentamientos humanos. La domesticación implicó una selección de características como menor agresividad, sociabilidad y capacidad para comunicarse con las personas.
De acuerdo con Brian Hare, profesor de antropología evolutiva en la Universidad de Duke, y Vanessa Woods, encargada del Duke Puppy Kindergarten en los Estados Unidos, los perros pasaron de ser lobos salvajes -que buscaban comida- a convertirse en compañeros indispensables para los humanos.
“Miles de años de domesticación moldearon a los perros para que trabajaran junto a nosotros y compartieran nuestras vidas”, escribieron Hare y Woods en su libro Puppy Kindergarten: The New Science of Raising a Great Dog.

A lo largo del tiempo, los perros desempeñaron tareas cruciales como cazar, pastorear y proteger, características que requerían un instinto de presa activo, altos niveles de energía y desconfianza hacia los extraños.
Este papel funcional de los perros cambió de manera drástica en las últimas décadas. Antes, se valoraba a los canes principalmente por su capacidad de cumplir trabajos específicos.
Incluso en tiempos recientes, los perros eran entrenados para vigilar las casas, alertar a sus dueños con ladridos o ayudar a mantener alejados a otros animales, como ardillas o aves, de los cultivos y jardines.
“Los perros de generaciones anteriores eran compañeros de trabajo más que miembros de la familia. La urbanización, sin embargo, alteró por completo esta dinámica, transformando el rol de los perros en la sociedad y en los hogares modernos”, escribieron en un artículo en The Atlantic.

¿Qué son las olas de domesticación?
Las “olas de domesticación” se refieren a los diferentes momentos históricos en los que los humanos moldearon el comportamiento y las características de los perros para adaptarlos a nuevas necesidades. Según Hare y Woods, la primera ocurrió cuando los lobos comenzaron a convivir con los humanos y dieron lugar a los primeros perros.
Posteriormente, una segunda ola involucró la crianza selectiva para trabajos específicos, como el pastoreo o la caza. Durante siglos, los humanos fomentaron ciertas habilidades que hacían a los perros más útiles en actividades económicas y de subsistencia.
En la actualidad, Hare y Woods plantearon la necesidad de definir una nueva ola de domesticación, adaptada al mundo moderno.

Esta etapa no busca producir perros que trabajen largas jornadas al aire libre, sino que se enfoquen en convivir de manera armónica con los humanos en entornos urbanos y domésticos.
Según los autores, “los perros de asistencia son un ejemplo claro de cómo pueden integrarse a las necesidades del siglo XXI”.
Estos animales no solo ayudan a personas con discapacidades físicas o mentales, sino que también muestran una capacidad de adaptación ideal para los nuevos estilos de vida. El entrenamiento y la crianza de más perros con características similares podrían marcar el inicio de esta nueva ola.
¿Cómo afecta a los perros el entorno urbano?

El entorno urbano ha cambiado radicalmente la vida de los canes. Según Hare y Woods, los espacios salvajes y abiertos donde los perros y los niños solían jugar han desaparecido en muchas comunidades estadounidenses.
“En una sola generación, los humanos cambiaron las reglas para los perros”, señalaron. Antes, los canes trabajaban al aire libre y, por lo general, dormían fuera de casa.
Hoy, pasan gran parte de su tiempo en interiores, compartiendo sofás y camas con sus dueños. Esta transformación, aunque positiva en muchos aspectos, también presenta desafíos importantes.

La falta de espacio para correr y explorar ha reducido la capacidad de los perros para quemar energía, lo que puede resultar en problemas de comportamiento o de salud.
Además, las demandas sociales han cambiado. Los perros ya no deben ladrar ante cualquier ruido o ser desconfiados con los extraños; al contrario, se espera que sean tranquilos, amigables y capaces de adaptarse a diferentes situaciones, como saludar educadamente a los visitantes, convivir con otros animales e incluso permanecer quietos bajo un escritorio durante jornadas de teletrabajo.
“Para garantizar su felicidad, debemos embarcarnos en una nueva ola de domesticación que les permita adaptarse al mundo que hemos creado”, afirmaron.
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