Aunque hoy parezca distante y casi fantasiosa la historia de la exploración, el arraigo y la conquista de la Antártida Argentina estuvo protagonizada por la inefable e insuperable participación de los perros de tiro de trineos. No es muy conocido el rol fundamental que estos animales tuvieron en el desarrollo de las diferentes actividades en el continente blanco por parte de nuestro país.
En la década del 50, un militar preclaro y visionario del futuro antártico, el General Hernán Pujato, persuadió al General Juan Domingo Perón, por entonces cursando su segunda presidencia y con el apoyo de Evita, en la idea de lograr el concurso de perros de tiro de trineo en el Sector Antártico Argentino, una medida más en el marco de un Plan Maestro Antártico.
El General Hernán Pujato, obsesionado con la Antártida, fue el precursor de la idea de utilizar perros para el transporte y movilidad antártica y de esa forma afianzar los derechos de Argentina sobre el territorio. Así, con el apoyo del General Perón y el entusiasmo de Pujato, se creó el Perro Polar Argentino.

Pujato viajó a Alaska y a Canadá para obtener los ejemplares de diversas razas de tiro de trineo que fundaron la genética racial al tiempo de obtener el equipamiento necesario. El Perro Polar Argentino fue una raza que surgió del concurso de otros animales de estirpes perfectamente adaptadas a las circunstancias heladas como el Alaskan Malamute, el Groenlandés, y otras razas de tiro de trineo.
Para aquella época los vehículos terrestres y aéreos no eran los más confiables en el terreno antártico, dándoles a los perros un papel destacado en las misiones de exploración y en el establecimiento de las nuevas bases nacionales. El objetivo del Proyecto del Perro Polar Argentino era crear una estirpe canina que pudiera arrastrar pesadas cargas a lo largo de grandes distancias, fácil de criar y mantener, y que ofreciera funciones operativas similares o mejores que los transportes mecánicos.
Con la selección y el cruzamiento con otras razas polares, se moldeó una variedad propia de perro polar autóctono nacido y criado en las bases argentinas. A partir de ese momento, el perro comenzó a ser un protagonista clave en el afianzamiento de la soberanía argentina en este territorio de clima tan hostil. Durante décadas, los perros de trineo argentinos, ya constituidos en una estirpe propia, recorrieron y exploraron el inmenso territorio de la Antártida Argentina, generando una acción de apoyo fundamental para el desarrollo de las actividades en el Continente Blanco.

Aunque esta raza forjada con fines específicos, se convirtió en un pionero en la Antártida, enfrentó un destino trágico y su definitiva extinción en la década del ‘90. En 1991 quedó establecido el Protocolo de Madrid, que designó a la Antártida como una reserva natural mundial, incluyendo en el texto del mismo la prohibición de introducir especies no autóctonas del continente.
Esa prohibición alcanzó al Perro Polar Argentino que no era una especie autóctona de la región. Por tal razón, todos los países que tenían perros en sus bases debían retirarlos para que, en una dudosa aseveración, “proteger así el ecosistema antártico”. La mayoría de nuestros perros fueron trasladados a Ushuaia, en Tierra del Fuego, donde fueron homenajeados instaurándolos como Monumento Provincial, quedando al cuidado, por delegación gubernamental, de un aficionado a los perros.

Sin embargo, la desidia de quien los tenía que atender al no protegerlos y una desafortunada decisión del entonces Gobernador Estabillo de organizar una carrera de perros de trineo, con el concurso de ejemplares de otros países, a la que integró a estos animales fue el final de estos héroes caninos. A nadie se le había ocurrido vacunarlos contra los principales flagelos de la especie canina y por ello no sobrevivieron frente a las enfermedades caninas más comunes, debido a la carencia de inmunidad, por haber vivido siempre en la Antártida.
Su valiosa contribución en la afirmación de la soberanía argentina en el continente blanco lo convirtieron en un pionero fundamental, que persistirá en el recuerdo y el homenaje permanente de todos los argentinos. Su extinción en la década del ‘90 marcó el silencioso y oprobioso final de quién dejó una huella imborrable en la historia de nuestra Antártida.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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