Sangre de actrices: Cristina Banegas y su familia

Es una línea de cuatro generaciones de actrices que arranca con la gran Nelly Prince (93), sigue con Cristina Banegas (70), continúa con Valentina Fernández de Rosa (52) y termina –por ahora– con Sofía Stead (26). No solo actúan, sino que son dueñas de un teatro independiente donde comparten vocación y docencia. Te las presentamos.

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Nelly, Cristinta, Valentina y Sofía
Nelly, Cristinta, Valentina y Sofía

Hace 34 años, El Excéntrico de la 18 no era un teatro, sino la casa en la que Cristina Banegas (70) vivía con su hija, Valentina Fernández de Rosa (52). Actriz de teatro, televisión y cine, reconocida por su larga trayectoria e hija de la también famosa actriz de radio y televisión Nelly Prince (93), que Banegas tomara la decisión de convertir su casa de Villa Crespo en su estudio, primero, y en teatro independiente, después, tiene mucho sentido.

"Yo siempre pensé que necesitaba tener una relación de mucha independencia con la profesión: quería poder elegir mis trabajos y para ello necesitaba otro ingreso", explica.

Cristina es la segunda de las cuatro generaciones de mujeres de teatro cuyo origen es la mítica Nelly Prince y su final –por ahora–, Sofía Stead (26), actriz de teatro, nieta y alumna de Banegas

. De esa estirpe de mujeres dedicadas al escenario depende el éxito de este lugar al que todas consideran, en parte, su casa. Diferentes en sus perfiles, pero muy afines en la vocación, las cuatro generaciones de actrices comparten hace años el espacio y la profesión.

Cristina y Nelly en El jardín de los cerezos, Teatro San Martín, 2014
Cristina y Nelly en El jardín de los cerezos, Teatro San Martín, 2014

-¿Dónde empieza este vínculo con el teatro?

-Nelly: Yo a los dos años ya sabía que quería ser cantante y actriz y a los seis empecé a trabajar. Mi madre había sido una actriz fallida, quería, pero sus padres no la dejaron.

Valentina: ¿La mamama había querido ser actriz y no la dejaron? No sabía. -N.: Sí. Ella era andaluza y cantaba como los dioses, entonces yo a los dos añitos empecé a cantar por escucharla a ella. ¡A esa edad ya hablaba igual que ahora, nunca a media lengua!

Cristina: Sí, Valentina y Sofía también, empezaron a hablar perfecto desde muy chicas. ¿Viste que hay una edad en que las niñas son como una radio y y no paran nunca? En esta familia se da temprano. Igual, mamá tenía un hermano que se dedicaba a la radio.

N.: Sí, mi hermano mayor, que me llevaba 14 años, era técnico de sonido en radio Belgrano y en Canal 7. Él era cantor y actor, pero se había dedicado a eso. Por él empecé a trabajar ahí.

Cristina en Molly Bloom, Teatro de la cooperación, 2012.
Cristina en Molly Bloom, Teatro de la cooperación, 2012.

-¿Cómo fue en tu caso, Cristina?
-No, yo de muy chica quería ser bailarina de ballet clásico y a los diez años empecé a escribir. Después me hice titiritera y armamos una compañía con quien era mi marido y padre de Valentina, y a los 19 debuté en el Teatro Ateneo. Ya había hecho algunas cosas en tele, pero la carrera empezó ahí.

-Ustedes tienen la particularidad de haber crecido en un entorno muy vinculado al teatro. Comparten una vocación, que me imagino, tampoco es fácil.

-N.: Para mí no es difícil, es lindo. Lo que más me interesa en la vida es hacer esto, sobre todo en este momento en que comparto tanto con mi familia.

V.: Yo vi muy claro que la actuación no podía ser un trabajo único: tenía que completarse con algo más. La realidad es que vi a mis padres pasar épocas de más trabajo y de menos; mi padre tuvo que exiliarse durante la dictadura y nunca fue fácil. Siempre vi su vínculo con la docencia como una alternativa y entendí que era muy difícil trabajar exclusivamente de eso.

Valentina en El país de las brujas, Teatro Cervantes, 2005.
Valentina en El país de las brujas, Teatro Cervantes, 2005.

-La mirada más realista de la vocación.

-N.: Es raro, porque yo siempre viví de esto.

C.: Pero vos sos un caso ahistórico, no es normal lo tuyo, mamá. Es una excepción.

N.: Igual yo he hecho de todo. Salvo barrer los pisos, hice de todo.

V.: ¡Nosotras sí barrimos! En los años que tiene El Excéntrico hemos pasado por todo. Yo tenía 17 cuando compramos esta casa.

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-Me decían que ustedes vivían acá, ¿cómo se convirtió en el teatro?

-C.: Yo necesitaba cierta independencia económica en lo profesional, porque una sólo puede elegir si está a salvo de depender de las ofertas que te hacen. Por supuesto que después podemos acertar o fallar, pero esa posibilidad me la dio el tener un espacio propio que fuera mi casa y estudio. Empezó a funcionar como teatro después, hace ya 32 años. Y hubo un momento en que dejé de vivir acá y me fui con mi marido a otra casa cercana. Fue un muy buen cambio, sobre todo porque era bastante estresante eso de vivir y trabajar en el mismo lugar. Un día salía una crítica de una obra en La Nación y a las 9 de la mañana del día siguiente ya empezaban a llamar para hacer reservas.

Sofía en El plan perfecto, El Excéntrico de la 18, todos los sábados a las 20.
Sofía en El plan perfecto, El Excéntrico de la 18, todos los sábados a las 20.

-Además, imagino que no debe ser fácil tener un teatro independiente y hacer que funcione.

C.: No, para nada.

V.: Bueno, ese es justamente mi trabajo hoy por hoy. Yo me ocupo de la dirección del teatro, la programación, de armar la grilla, de administrarlo junto con nuestra secretaria. Tenemos una estructura muy pequeña y todo es como una batalla cotidiana.

-Estos lugares que vinculan las historias familiares y lo afectivo a veces terminan volviéndose un peso. ¿Alguna vez les pasó?

V.: Sí, hubo un momento de quiebre en 2008. Cris sintió que ya había cumplido un ciclo y que estaba para cerrarlo. Todo iba en esa dirección, pero por suerte no se dio. Digo por suerte porque hoy las cosas se reacomodaron de otro modo y le encontramos la vuelta.

“Las cuatro tenemos carácter muy fuerte y somos muy determinadas, eso genera mucho respeto y también un límite: no es tan fácil meterte y lo hacemos con cuidado. Todas tenemos esa impronta”. Valentina
“Las cuatro tenemos carácter muy fuerte y somos muy determinadas, eso genera mucho respeto y también un límite: no es tan fácil meterte y lo hacemos con cuidado. Todas tenemos esa impronta”. Valentina

-Tu caso, Sofía, es diferente porque estudiás teatro y también sos diseñadora gráfica.

-Sofía: Siempre hice las dos cosas: estudié diseño, pero desde la secundaria que hago teatro. Ahora tomo clases con la señora (señala a su abuela, Cristina) e hice un taller de montaje. Siempre me gustó el teatro, no hubo un momento de decidirlo, pero lo mismo me pasa con el diseño. Las dos cosas me encantan, también doy clases de arte.

V.: ¡Es la primera mujer de la familia que tiene un título universitario!

-¿Son de opinar del trabajo de la otra?

-V.: Tenemos carácter muy fuerte, eso genera mucho respeto y también un límite: no es tan fácil meterte y lo hacemos con cuidado.

-¿Comparten un criterio en ese sentido?
-S.: Me parece que todas tenemos claro que siempre que se dice algo, se hace desde un lugar constructivo: para ayudarnos. Por lo menos yo, que además soy alumna, siempre espero un feedback y me parece que está bueno.

N.: Fijate hasta qué punto puede un hijo opinar, que yo tuve una época en la que me dediqué a hacer avisos de televisión, después de una carrera de actriz en teatro, radio y televisión. Estaba en una situación económicamente terrible y empecé a hacer avisos televisivos. Hasta llegué a hacer tantos que me pude comprar un flor de piso en Recoleta, ¡imaginate lo que trabajé! Pero llegó un momento en el que trabajaba tanto como actriz de avisos que ya no tenía tiempo para otras cosas. Un día, Cristina, que tenía 10 años, me dijo algo que cambió mi vida: "Mamá, está bien que hagas avisos, pero estás dejando de actuar y el día que quieras volver a hacer lo que te gusta, no vas a poder"

.V.: ¡Mirala a Cristinita!

N.: Te juro que me mató lo que me dijo. Tanto que dejé todos los trabajos para buscar actuar nuevamente. Y tenía razón, me costó horrores conseguir, pero lo hice y fue gracias a ella.

Texto: Lucía Benegas. Fotos: Ariel Gutraich

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