
“La esperanza se cultiva en comunidad: de los territorios al mundo.”
En la Argentina, las retenciones al agro siempre vuelven al centro del debate. Se justifican con un argumento económico, pero en realidad son una mala praxis política: están pensadas para las próximas elecciones, no para las próximas generaciones.
Se las llama “impuesto distorsivo”, aunque en la práctica funcionan como un mecanismo casi expropiatorio, sin fundamentos sólidos. En el podio de países que las aplican figuramos junto a Kazajistán y Ghana. Y aquí, además, son inequitativas: recaen con mayor peso sobre las pymes agropecuarias, justo aquellas que más podrían sostener un modelo productivo integral y sostenible.
Se las llama “impuesto distorsivo”, aunque en la práctica funcionan como un mecanismo casi expropiatorio
La medida podría atenuarse, aplicada con segmentación, pero lo esencial no cambia: seguimos atrapados en un cortoplacismo que confunde la economía con proyectos espacio temporales y sistémicos.
El mundo entero enfrenta un triple colapso —social, económico y ecológico— y el complejo agroalimentario está llamado a ser parte de la solución. No alcanza con discutir tasas o porcentajes: necesitamos repensar la agricultura como estrategia de un cambio civilizatorio impostergable.
Para eso hay que despedirse de la modernidad dualista, esa matriz que divide, polariza y multiplica violencias bajo el mando de élites con poder global. La realidad es que todos somos interdependientes. Insistir con la idea de “independencia”, en un planeta conflictuado, es seguir celebrando una ficción.
Recaen con mayor peso sobre las pymes agropecuarias, justo aquellas que más podrían sostener un modelo productivo integral y sostenible
El laberinto actual no se resuelve con parches, sino con un giro de paradigma: pasar de la competencia a la cooperación, de la verticalidad globalizante a la democracia territorial, de la fragmentación a la complementariedad. Es allí donde comunidades locales y biorregiones pueden convertirse en protagonistas de un modelo de convivencia sostenible.
Claro que es más sencillo manejar retenciones y atender al mercado que construir una gobernanza glocal. Pero la vida no admite atajos: o nos animamos a sembrar un futuro común o seguiremos hipotecándolo en cada campaña electoral.
El autor es ingeniero agrónomo e integrante del Centro de Estudios del Sudoeste bonaerense (Cesob)
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