
En muchos casos de narcotráfico, los principales detenidos no son los verdaderos cerebros de las organizaciones, sino personas que poco o nada tienen que ver con la conducción del negocio. Amigos, allegados, conocidos o contactos circunstanciales terminan en el centro de una investigación que los supera, convertidos en protagonistas de una trama que no manejan ni controlan.
Esto ocurre porque, a diferencia de otros delitos comunes en los que la investigación comienza después de consumado el hecho y se centra en pruebas concretas, en el narcotráfico suele suceder lo contrario: primero se identifica a un sospechoso y luego se construye la investigación alrededor suyo. Ese esquema, basado en escuchas telefónicas, agentes encubiertos e informantes, amplía el campo de imputación, pero también genera un margen de error enorme.
Una conversación malinterpretada, un traslado hecho de buena fe, un vínculo social inocuo o incluso un simple parentesco pueden ser suficientes para colocar a alguien bajo sospecha. Y de ahí al señalamiento público y a la privación de la libertad hay un paso muy corto.
El verdadero poder narco, en cambio, rara vez aparece en la escena. Los líderes, los organizadores y quienes mueven los hilos cuentan con recursos, estrategias y estructuras destinadas precisamente a evitar que su nombre figure en un expediente judicial o en las tapas de los diarios. Son los invisibles, los que realmente deciden y a la vez logran permanecer a resguardo.
Mientras tanto, los que terminan expuestos son los que no cortan el bacalao: los que apenas orbitan alrededor de una organización sin conocer sus fines, los que tuvieron un contacto marginal o incluso inexistente con la maniobra investigada. En definitiva, los más fáciles de atrapar.
El problema de fondo es que estas detenciones no solo pueden ser injustas, sino que además resultan ineficaces para combatir el narcotráfico. Perseguir a quienes no son el corazón de la organización es como golpear la sombra en lugar del cuerpo: genera titulares y expedientes, pero no cambia la estructura del negocio.
Por eso resulta indispensable que el sistema judicial distinga con claridad entre los verdaderos autores y partícipes de relevancia y aquellos cuya participación es irrelevante o accidental. De lo contrario, seguiremos castigando a chivos expiatorios mientras los verdaderos responsables permanecen ocultos, reproduciendo un círculo que solo golpea a los más vulnerables sin desarticular jamás el poder real del narcotráfico.
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