
Hace una década, el grito de “Ni Una Menos” irrumpió en las calles como una conmoción colectiva que transformó la sensibilidad social frente a las violencias por razones de género. Lo que hasta entonces se relegaba al ámbito privado se convirtió en un problema estructural, urgente y público, que interpeló no solo al Estado sino a toda la sociedad. Aquel 3 de junio no fue solo una marcha masiva: fue el inicio de un ciclo de movilización feminista que, desde entonces, no se ha detenido.
Durante estos diez años, el movimiento feminista argentino —diverso, transversal y profundamente democrático— se organizó en asambleas donde confluyen colectivos, partidos políticos, sindicatos, organizaciones territoriales y personas no organizadas. Esa forma de construcción horizontal nos permitió sostener un proceso político en el tiempo que fue capaz de adaptarse, crecer y complejizar sus diagnósticos. Así fue como la violencia económica, la precarización laboral, las brechas salariales y el endeudamiento de las mujeres se incorporaron a la agenda del movimiento como formas estructurales de violencia de género.
No es casual, entonces, que hoy seamos blanco de ataques. Las nuevas derechas —a nivel global y local— han identificado con precisión dónde está una de las principales resistencias a sus políticas de ajuste, represión y concentración de la riqueza: en los movimientos feministas y de las diversidades. No nos atacan por nuestros errores, sino por nuestros aciertos. Porque fuimos quienes dijimos que no hay justicia social posible sin igualdad de género. Porque señalamos que no puede haber democracia sin los cuerpos y las voces de quienes históricamente fueron silenciadas.
En la Argentina de Milei, ese ataque se expresa con crudeza: derogación de moratorias previsionales que afectan a nueve de cada diez mujeres en edad jubilatoria, desfinanciamiento de políticas públicas de cuidado, y una narrativa de odio que pretende disciplinar la protesta social. Pero frente a esa avanzada, el movimiento sigue de pie. Este año, por decisión colectiva, la marcha de Ni Una Menos se trasladó al 4 de junio, en solidaridad con los jubilados y jubiladas que se movilizan cada miércoles en defensa de sus derechos. En ese gesto hay una señal clara: el feminismo no es un sector, es una forma de politización popular que convoca a toda la sociedad a unirse frente al saqueo, la crueldad y el ajuste. Fuimos miles, se sumaron los científicos, familiares de personas con discapacidad y otros tantos colectivos que hoy emergen como principales afectados de las políticas económicas.
Ni Una Menos no es una efeméride. Es un actor político vigente, activo, con capacidad de articulación y de propuesta. A diez años de aquel primer grito, no solo seguimos luchando: estamos más organizadas, más conscientes y más decididas que nunca.
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