
En sus primeros meses, el gobierno de Javier Milei tuvo que enfrentar dos paros generales de la CGT con imponentes movilizaciones incluidas. Ningún otro gobierno en 40 años de democracia tuvo semejante recibimiento por parte del movimiento obrero. El Parlamento, por su parte, lo recibió rechazando el pedido de emergencia económica, pese a que nunca antes ningún gobierno había tenido que enfrentar una crisis tan profunda en todos los frentes, ante la cual, este gobierno a diferencia de los anteriores propuso una salida que no pasaba por un shock hiperinflacionario y sin confiscación de activos. El Parlamento también rechazó las leyes ómnibus que el Gobierno presentó como ordenador del proceso de reconfiguración del Estado Nacional que se planteaba llevar adelante. Todo fue para atrás.
Una imagen sintetizó la visión de la política y del círculo rojo en esos primeros meses de gobierno de Javier Milei. Fue la del publicista Albistur comiendo pochoclo en la playa y diciendo que “… es como Semana Santa, puede caer en marzo o en abril”. El primer push estaba en marcha. Una oposición sin ningún respaldo popular, cuestionada por su inoperancia y su incapacidad para sacar al país de una caída interminable, ponía todo su empeño en que el gobierno se cayera… solo.
El gobierno no cayó. Hizo cambios. Rediseñó su estrategia parlamentaria y salió adelante. Superó la primera crisis política. Mientras tanto, la economía comenzaba a mostrar de qué se trataba el ajuste del gasto público, el superávit fiscal permanente y la restricción de la emisión monetaria. Cuando el plan económico se mostraba en toda su dimensión, la política comenzó a construir una nueva amenaza para la estabilidad del gobierno.
La embestida pasó a ser la diatriba de que la sociedad no iba a tolerar el ajuste y el conurbano iba a explotar. El segundo push se empezaba a construir. En ese contexto, llegamos al desafío explícito del Parlamento al programa económico del gobierno, aprobando dos leyes que implicaban aumentos en el gasto público: universidades y jubilaciones. Marchas y movilizaciones mediante, las leyes fueron aprobadas. El gobierno jugó la única ficha que le quedaba, y el Presidente Milei vetó ambas leyes. El Parlamento volvió a intentar un golpe, que pudo haber sido grave para el gobierno: intentó derogar los vetos, pero no llegó a los dos tercios de los votos necesarios. El gobierno superó este segundo push al tiempo que la economía comenzaba a mostrar resultados sorprendentes.
Así, llegamos a fin de año. Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, el programa económico seguía mostrando resultados excelentes, la tasa de inflación convergía al crawling peg y la economía real se comportaba como una V, tal y como el equipo económico había previsto. El riesgo país continuaba su tendencia a la baja y el acuerdo con el FMI se seguía cocinando a fuego lento. En ese marco, donde la política y el círculo rojo asistían desolados a la consolidación del Gobierno de Javier Milei, ocurre el CriptoGate, y se desencadena el tercer push.
Más allá de la gaffe presidencial al difundir una inversión privada y las investigaciones judiciales que se deben dar para garantizar el Estado de derecho, resulta sorprendente la tremenda cobertura de los medios, que no abandonaron en ningún momento el tema durante cuatro días. No alcanzó que el 80 por ciento de las personas consultadas señalaran que no sabían de qué se trataba el problema; los medios, sin embargo, entrevistaron a todos y cada uno de los dirigentes políticos. Los más moderados indicaban la necesidad de un juicio político, mientras los más combativos exigían la renuncia inmediata del Presidente. La política y el círculo rojo han visto una nueva oportunidad de horadar la autoridad presidencial y no la dejaron pasar. Será tarea del gobierno respirar hondo y volver a repechar la cuesta.
El Presidente Milei y su programa de gobierno son la esperanza de una sociedad exhausta de tantos fracasos, de tantas desilusiones. Profundizar el programa económico, estabilizar el dólar y los precios, dinamizar el empleo y la inversión, son objetivos de por sí complicados que se convierten en más difíciles cuando la política “encuentra fisuras por donde lastimar al gobierno”. Esta dinámica va a acompañar al Gobierno y condicionar la velocidad de los logros. El proceso de aprendizaje juega a favor.
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