
Sabemos que Javier Milei es el político más popular de la Argentina, y que finalizando el mes de julio aún conserva el apoyo de más del 50% del electorado. Sabemos también quiénes son los que más apoyan a Milei: los menores de 35 años, los trabajadores precarizados, los religiosos conservadores, los votantes de la Región Centro. Más difícil es conocer las razones detrás del apoyo. ¿Por qué tantos argentinos, sin dudas decepcionados de lo que venían eligiendo antes, cambiaron su voto y decidieron poner a un outsider político como Milei en la Casa Rosada? Los votos son hechos sagrados, las razones detrás de los votos son apenas materia de interpretación.
Desde que la revolución mileísta se hizo realidad, han circulado muchas lecturas dispares sobre este fenómeno de ruptura. Hoy, habiendo transcurrido más de 8 meses del ballotage que consagró a Milei como presidente, y ya con una serie de relevamientos sistemáticos de opinión pública en mano, podemos arriesgar una interpretación un poco más certera, o al menos informada, de lo que sucedió. Nuestra impresión es que la misión principal del mandato que recibió Milei fue ordenar la Argentina.
Esto puede parecer extraño, porque Milei era alguien ajeno al mundo de la política, sin experiencia en gestión pública, que armó un partido con gente tan nueva e inexperta como él, y hasta fue acusado en campaña por Sergio Massa de ignorar los más sencillos procedimientos administrativos. Además, es un ateo del estado, portador de una ideología libertaria y anarcocapitalista, dispuesto a patear el tablero del sistema que “la casta” había construido a lo largo de décadas. En una primera mirada, este outsider libertario y anticasta parece ser la persona menos idónea para la tarea de ordenar. En el imaginario de muchos, esa función corresponde más a personas experimentadas e insiders, del perfil de un Roberto Lavagna, Miguel Pichetto o Juan Schiaretti. Y sin embargo, el pueblo decidió que sea al revés; le dio el empleo al nuevo.
Los designios del pueblo son misteriosos. Pero, por definición, en una democracia el pueblo nunca se equivoca. Los políticos son meras herramientas en manos del pueblo, y su trabajo es representar el mandato recibido. Y el de nosotros, los analistas, es tratar de entender los designios del pueblo.
¿Qué indicadores de la opinión pública nos dan a entender que la misión de Milei es ordenar? En primer lugar, que las principales demandas populares de este primer semestre han sido la inflación, la corrupción y la inseguridad. Es decir, tres agendas de orden -en los precios, en el gobierno, en las calles- que no casualmente son los temas de Milei. Mientras que la campaña de Unión por la Patria apostó a la imagen convencional e insider de Massa como garantía de orden frente a la explosividad del novato Milei, el candidato libertario lo superó porque fue más convincente en materia de combate a la inflación, la inseguridad y la corrupción. La peluca de Milei fue el orden, mientras que el cabello prolijo de Massa representó el desorden que el pueblo quiso dejar atrás.
En segundo lugar, porque las iniciativas de gobierno que más celebra la sociedad son aquellas que representan y transmiten orden. Los contenidos del Pacto de Mayo y la foto con los gobernadores tuvieron muy buena recepción social. El desfile militar del 9 de julio alcanzó una imagen positiva de 67%. Desde que asumió Milei, la Presidencia de la Nación es la institución con mejor imagen del sistema, seguida de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y las Fuerzas de Seguridad. Y mientras que algunos influencers de La Libertad Avanza oscilan entre el desconocimiento y la negatividad, los ministros con mejor imagen del gabinete son los ordenadores Patricia Bullrich y Guillermo Francos.

Y en tercer lugar, y lo más importante de todo, la aprobación de gobierno subió gracias a sus iniciativas ordenadoras. Meses atrás, nuestros números advertían que la gestión estaba diez puntos por debajo de la imagen del presidente, pero tras los anuncios de baja de inflación, la sanción de la Ley Bases y la firma del Pacto de Mayo, mejoraron los números de la gestión y “empalmaron” con la imagen presidencial. Las señales de gobernabilidad y orden reditúan.
En suma, la gran paradoja de Milei es que él se definió como el “topo libertario”, el outsider anarcocapitalista que llegó para destruir el estado desde adentro, pero su acción política logra lo contrario: Milei está reconstruyendo la legitimidad del estado. A los ojos de la sociedad, Milei hoy representa la reconstrucción de la autoridad presidencial, la posibilidad de volver a confiar en el gobierno, la esperanza de recuperar el orden en las calles, el acuerdo entre la nación y las provincias, y el regreso de los valores patrióticos asociados a las instituciones del estado.
Y entonces, ¿por qué la sociedad argentina fue a buscar a un outsider liberal para llevar adelante una tarea conservadora, que luce como el exacto opuesto del libertarianismo? Dado que el pueblo nunca se equivoca, en todo caso corresponde a los “liberales de escritorio” revisar su diagnóstico inicial. Para ellos, el problema de la Argentina era un estado omnipresente, opresivo, casi totalitario; un orden político que aplastaba a la economía y a la sociedad. Según este imaginario, la tarea de Milei era liberar a los argentinos del orden creado por la “casta”. Pero si la sociedad demandó y sigue demandando orden, es evidente que para los argentinos “la casta” era, en realidad, el desorden. Un desorden de inflación, inseguridad, corrupción, ingobernabilidad y ausencia de porvenir. El estado ya estaba destruido y había que reconstruirlo. Y por eso fue a buscar en Milei, el outsider anticasta: un ajeno al sistema para que venga a ordenar el desorden que el mismo sistema había producido.
No es la primera vez que ocurre algo así en Argentina. Los dos grandes outsiders de nuestra historia, Julio Argentino Roca y Juan Domingo Perón, llegaron desde afuera del sistema con el mandato de ordenar y reconstruir la autoridad estatal. Frente a la crisis del sistema, la respuesta social fue traer a alguien ajeno al mismo a la espera de soluciones.
La revolución francesa tardó años hasta convertirse en la era napoleónica, pero la revolución mileísta parece destinada a ser conservadora desde sus inicios. Porque hoy podemos ver con mayor claridad que las demandan de orden y recuperación de la legitimidad estatal han estado presentes desde el primer día. En la tradición liberal, la prosperidad surge de desatar las fuerzas del individuo a través de la reducción del estado, pero ese estado pequeño debía ser legítimo, creíble y poderoso. En tanto que en la Argentina de Milei, la revalorización conjunta de la figura presidencial y la autoridad estatal parece relacionarse más con la imagen conservadora del orden que con el reformismo del achicamiento. Tal vez no sean valores incompatibles, pero es importante que Milei sepa de dónde proviene su capital político. Es la única forma de hacerlo durar el mayor tiempo posible.
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