
El futuro se construye y se anuncia con datos del presente. La Primera Guerra Mundial, en algo más de cuatro años, terminó con la civilización del progreso europeo y con la vida de 10 millones de civiles y otro tanto de militares (dos tercios en los combates dentro del barro de las trincheras). Desde 1939, cuando Hitler invadió Polonia, hasta la rendición de 1945, dejaron su vida en el campo, en las ruinas o en cautiverio 20 millones de soldados y 50 millones de civiles. En sólo 6 años. Nuestros padres vivieron eso o sus consecuencias; nosotros lo olvidamos.
Lo que llevó a esos asesinatos en masa, a esos sacrificios en los altares de no se sabe qué dios, fueron ideas vagas: el destino de grandeza de la propia comunidad, el poder de un grupo dirigente sobre un territorio cercano, el endiosamiento de lo heroico, el orgullo tribal. El destino era algo muy nombrado: “Nuestro pueblo está destinado a grandes hazañas; estamos señalados por el dedo de Dios”. Ese tipo de cosas llevaron al choque de voluntades, a la negación de humanidad en el adversario y a la masacre. En ese momento, la humanidad decidió construir instituciones para la paz. Se creó el multilateralismo de las Naciones Unidas y sus diversos organismos. Hoy eso está en peligro.
Las guerras del siglo XX son hijas del tambaleo de un equilibrio de poder entre naciones. El llamado equilibrio de poder -base de la política exterior o interior- es la idea de que a un poder hay que enfrentar otro contra poder, de uno o de varios jugadores. Cada una de las grandes potencias era un polo de poder (multipolarismo) y, con sus alianzas inestables que tan bien describe Kissinger en su obra Diplomacia, equilibraban a las otras, hasta que decidían invadirlas para imponerse. El multilateralismo buscó ponerse por encima de esos poderes parciales, pero ahora quiere ser dejado de lado por el retorno de la ideología de la fuerza y del poder. En el mundo unipolar tuvimos a Afganistán e Irak; en el nuevo mundo tenemos a Ucrania, a la amenaza de toma militar de Taiwán y el Mar de China, a los ataques iraníes en Medio Oriente o en Yemen o en Buenos Aires, a los comentarios de un candidato norteamericano sobre dejar que otra potencia invada otros países europeos, como primeros pasos de una situación desconocida.
Quienes valoren la convivencia en paz como base del desarrollo sostenible y del progreso social y familiar, debieran equilibrar esas fuerzas y forzar una vuelta al multilateralismo en el que el comportamiento de las naciones esté basado en reglas. Reglas de convivencia que se respeten; reglas nucleares; reglas de reclamos territoriales; reglas de respeto de los derechos humanos; reglas de cuidado ambiental; reglas de comercio y de financiamiento del desarrollo. Las reglas son las bases del derecho. El control de los poderes es el sentido y el propósito de los sistemas republicanos. El Estado de Derecho que existe internamente en muchas naciones y garantiza su progreso en paz, debe existir también en el orden internacional y se llama multilateralismo. La imagen del derecho es una mujer imparcial (con los ojos vendados), con la balanza de la justicia en una mano pero, sobre todo, con una espada en la otra. Sin poder, no hay derecho. La civilización debe tener su poder, que equilibre el poder de la violencia individual o grupal.
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