Argentina vuelve a las andadas

La crisis desatada por la renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán; las circunstancias que la rodearon; los rumores de cambios en el gabinete que podrían acotar el ya menguado poder presidencial, remite, todo, a las viejas batallas de hace casi medio siglo entre facciones peronistas. Y aquello terminó en desastre

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Alberto Fernández, Juan Domingo Perón y Cristina Fernández de Kirchner
Alberto Fernández, Juan Domingo Perón y Cristina Fernández de Kirchner

Hace casi medio siglo, cuando el país estaba en llamas y faltaban diez días para que Juan Perón asumiera por tercera vez la presidencia del país, el Movimiento Nacional Justicialista, a través del Consejo Superior Peronista, fijó en un durísimo documento reservado, la política partidaria a seguir.

Fue una declaración de guerra contra el marxismo, al que el MNJ consideraba infiltrado, más que infiltrado, enraizado en el peronismo profundo.

El documento de reservado tuvo nada: al otro día de firmado, su texto apareció en los diarios. Leerlo hoy no vivifica, no reconforta y mucho menos cura; por el contrario, pinta una realidad repetida y riesgosa: el país vuelve a jugar con un fuego que ya sabe que quema y destruye.

La renuncia el pasado sábado del ministro de Economía, Martín Guzmán, las circunstancias que rodearon a esa partida abrupta del gabinete, el trabajo hecho a lo largo de dos años contra su gestión por parte del kirchnerismo, el eco que despertó su partida que tapó el que hubiesen tenido las palabras de la vicepresidente Cristina Fernández que dictaba otro de sus largos discursos que se suponen doctrinarios en Ensenada, para recordar un nuevo aniversario de la muerte de Perón, y hablaba del buen uso que el general daba a la lapicera, todo ese andamiaje apolillado que se mostró el sábado con cierta impudicia, era espejo fiel de aquella Argentina incendiada de hace casi medio siglo.

Juan Domingo Perón eligió con su "dedo mágico" a José López Rega como superministro y a María Estela Martínez como vicepresidenta
Juan Domingo Perón eligió con su "dedo mágico" a José López Rega como superministro y a María Estela Martínez como vicepresidenta

Del buen uso de la lapicera por parte del General, no hay constancia. Y si no, que hable el nombramiento de José López Rega como súper ministro de la época, o el de María Estela Martínez como candidata a vicepresidente y eventual sucesora de Perón, nombrados ambos por el “dedo mágico” del General, no por su lapicera. “Dedo mágico”, así se decía. Pasó no hace mucho y no tan lejos. A la vicepresidente estas cosas ni le importan, porque se da el lujo de escribir y reescribir la historia a su antojo y conveniencia, total, la gente qué sabe.

¿Cómo es posible que en medio de una crisis económica y social sin precedentes en este país que, de crisis, entiende un rato, la vicepresidente impulse un debate sobre el uso de las lapiceras, del bastón ceremonial o de la banda presidencial como cualidades o condiciones de gobierno?

En realidad, el debate de la lapicera, (”dedo mágico, debate de la lapicera… no aprendemos más) retomado en Ensenada, era una nueva chicana de la Cristina Fernández contra el presidente que ella misma designó, apañó y encumbró, y en nombre de una coalición que jamás existió.

Si los dos Fernández, Alberto y Cristina, pensaron que esa sociedad electoral y por conveniencia, iba a funcionar como una real coalición de gobierno, son unos ingenuos políticos que ni siquiera se conocen a fondo. Eso es peligroso. Y si, en cambio, sí sabían, o al menos intuían, que esa coalición jamás iba a funcionar y armaron el tinglado de los buenos vecinos, la conducta de ambos roza lo delincuencial, que también es peligroso.

Cristina Kirchner en Ensenada (Crédito: Aglaplata)
Cristina Kirchner en Ensenada (Crédito: Aglaplata)

Desde que asumió, el Presidente y, en especial, la institución presidencial, sufrió los embates del kirchnerismo fratricida, que no puede ni verse, ni sentirse, ni saberse lejos del poder.

A Fernández le han dicho de todo, desde ocupa hasta mequetrefe, el último “El que trajo al borracho que se lo lleve”, fue escupido por el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, que no es Platón en Atenas; le han modificado el gabinete, y el Presidente ha permitido que se lo modifiquen, según el antojo de la vicepresidente, que habló de funcionarios que no funcionan, entre otras cosas. Para no aburrir demasiado, “El gobierno es nuestro”, dijo no hace mucho el dirigente kirchnerista Andrés Larroque, que tampoco es Platón en Atenas, pero habla en nombre de la vicepresidente. El último decreto verbal de Larroque, con la letra de Cristina Fernández, fue: “La fase moderada está agotada”. Veinticuatro horas después, Guzmán daba el portazo, el presidente aparecía solo y abandonado frente a la tormenta y a eventuales cambios de gabinete que, tal vez, recorten aún más su menguado poder.

El kirchnerismo no hubiese podido aprobar el examen a que sometía a los peronistas aquel documento reservado del Consejo Superior, de agosto de 1973. Aquella declaración de guerra al marxismo y a la guerrilla peronista de Montoneros, fue redactada menos de una semana después del asesinato del secretario general de la CGT, José Rucci a quien invoca el documento en sus primeras dos líneas, advertía sobre “(…) Una campaña de desprestigio de los dirigentes del Movimiento, buscando de ridiculizarlos mediante slogans, estribillos o insultos, atribuyéndoles defectos personales (…)”, que es lo que el kirchnerismo ha llevado adelante contra el gobierno que integra, y del que es también es responsable su vicepresidente, Cristina Fernández.

Aquel documento, aquí se bifurcan las aguas, advertía que el marxismo pretendía “desvirtuar los principios doctrinarios del justicialismo, presentando posiciones aparentemente más radicalizadas, y llevar a la acción tumultuosa y agresiva a nuestros adherentes (especialmente sectores juveniles) colocándose así nuestros enemigos al frente del movimiento de masas que por sí solo no pueden concitar”.

En la Argentina de julio de 2022, el ambiente huele a aquellas mismas batallas peronistas entre facciones, a las mismas intrigas indefinidas y a las mismas movidas palaciegas de aquel desdichado 1973.

Y lo que se huele, apesta.

El país parece andar con ganas de volver a las andadas. Es un lujo que, entre tantos otros, no se puede permitir.

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