
Año 2022. Argentina. El destino son las Colonias Judías fundadas por el Barón Hirsch a finales del siglo XIX, en Entre Ríos. El micro cuenta con todos los detalles: café, agua, baño, aire acondicionado y dos cómodos pisos. En una ruta impecable, llegamos en 5 horas a Basavilbaso. Una vez allí, descubrimos que no sólo sería un viaje al interior del país, sino al interior del alma. La piel comienza a hablar. El nudo en el pecho se hace inevitable. Sólo caminando esas calles de tierra, se logra descubrir la distancia entre este viaje, y el vivido por las miles de familias que arribaron en su exilio, hace 130 años.
Año 1891. Rusia. Dejar atrás todo. El país, el barrio, la casa, el oficio, los amigos, los padres. Todo. Decir adiós y entre lágrimas saber que esa será sin dudas, la última vez que se verá a la familia. Subir a un barco que viajará meses hacia una tierra desconocida. Llegar sin documentos, ni dinero, ni comida, ni idioma, ni teléfonos, ni siquiera una foto de lo que fue dejado atrás. Nada. Subir a un segundo barco y transbordar a un tercero río arriba. Viajar en un tren de carga, porque no hay aún líneas de pasajeros. Esperar semanas en un galpón, hasta ser dirigidos a una parcela de tierra. Un galpón sin camas, sin baño, ni luz eléctrica o agua, sin divisiones ni intimidad junto a otras decenas de familias. Esperar allí semanas. Finalmente llegar al campo otorgado con una carreta, un caballo, algunas maderas, algo de alambre y una bolsa de semillas. Había que levantar incluso la propia choza. En medio del monte oscuro sin siquiera un poste de luz. Eran profesionales, médicos, contadores, zapateros o ebanistas. Jamás habían agarrado una pala. Tendrían que desmalezar montes, tapar pantanos y comenzar a arar. Al siguiente mes debían empezar a devolver la deuda. Cuesta imaginar el mundo del que escapaban, para llegar a semejante tierra de esperanzas.
Antes de saber si comerían al día siguiente, levantaron su humilde y hermosa sinagoga para rezar. Pero también para tener un lugar donde planificar lo que vendría. No esperaron a que el Estado les regale nada. Crearon la cooperativa agrícola y construyeron ellos mismos escuelas, hospitales, cementerios, museos y plazas que al día de hoy son las instituciones de esos pueblos. Pero dentro de esa planificación decidieron lo más importante. Con el pasado a cuestas, ese presente debía diseñar el futuro. En palabras de Don Abraham, histórico descendiente de colonos de Villa Clara: “Aquí los judíos sembraron trigo, pero cosecharon doctores.”
Basavilbaso, Villa Clara, Saharoff, Villaguay, Villa Dominguez. La población en su fundación era 100% judía. Hoy apenas alcanza el 1%. Quedaron allí los héroes y guardianes de aquella memoria épica e histórica. La salida de los judíos de las colonias apenas dos generaciones después, sólo se comprende desde el imperativo espiritual de promover el estudio, el trabajo, el esfuerzo y el crecimiento para progresar y volver a renacer.
Los pogromos antijudíos del siglo XIX en Rusia y el este de Europa los hizo llegar hasta aquí, al otro lado del mundo, en busca de un refugio y una ilusión. Pero aquel drama había sido apenas el comienzo. Medio siglo más tarde, el Viejo Continente se transformaría en un inmenso horno crematorio donde asesinarían a los millones de judíos que aún no habían escapado, en la Shoá. Pero esta vez, sería la última. Esta vez edificarían al fin, ese sueño guardado desde hacía siglos: levantar un Estado judío en la Tierra de Israel.
Año 1948. Israel. Con el mismo espíritu heredado desde los textos, la sangre y los milenios, volvieron a desmalezar montes y tapar pantanos. A responder a cada destrucción con una nueva construcción. A levantar ciudades, organizaciones e instituciones, que logren transformar ese diminuto desierto en Medio Oriente en una Tierra de promesas. Hace 30 años atrás Israel tenía el triple de inflación de nuestro país y apenas exportaba naranjas. Sin embargo, en los últimos 20 años su economía se convirtió en una de las más estables y pujantes del mundo. Hoy es el máximo exportador de High-Tech y alta tecnología, polo de atracción de la inmigración de juventudes del mundo y líder en educación y salud. El milagro de una nación que nunca dejó de sembrar con las lágrimas del ayer, semillas que cosechan futuros llenos de orgullo.
Amigos queridos, amigos todos.
Borges escribió en El jardín de los senderos que se bifurcan: “…Todas las cosas le suceden a uno precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”.
Todo aquello que pasó, me pasó también a mi. Yo estuve allí, porque estoy hoy aquí. Escuchar la melodía quebrada de un acordeón. Sentado en las sillas arrumbadas de una sinagoga en medio de un campo en Basabilvaso que apenas se mantiene en pie. La iluminación es sólo la luz de la tarde que se filtra entre las ventanas. El piso aún es de tierra. Un par de velas usadas hace añares se vuelven a encender sobre el atrio que recuerda todo. El colono que se sentó en ese mismo lugar hace un siglo, sonríe. Y yo lloro y rio su sonrisa. Descubre que un viaje al pasado se puede hacer presente. Entiende que toda su historia se hace regalo, se hace presente, para el futuro.
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