Nelson Rockefeller y la diplomacia del arte en América Latina

El libro es el resultado de una investigación que la autora comenzó en 2016, dado el interés que Estados Unidos mostró en toda la década del 30 para acercarse a Sudamérica

Compartir
Compartir articulo
Nelson Rockefeller
Nelson Rockefeller

El libro es el resultado de una investigación que comencé en 2016, cuando conté con el financiamiento de la Terra Foundation for American Arts, que me dio un Travel Grant para hacer archivos por dos meses en Washington y Nueva York, MoMA, y con una beca de investigación de Fulbright que desarrollé en la Universidad de California en Davis, donde revisé diarios, y conecté la contribución del SFMOMA al proyecto de Rockefeller.

En principio me interesaba el modo en que, durante toda la década del 30, Estados Unidos había intentado acercarse a Sudamérica. La década estaba trazada por dos temas fundamentales. Por un lado, crisis económica y, por el otro, el ascenso del Nazismo en Europa y la preocupación de Estados Unidos de una probable expansión hacia América del Sur. Estos dos temas retornaban siempre que aparecía en los diarios alguna noticia sobre los intercambios culturales de la PAU y las Conferencias Panamericanas. Empecé a revisar toda la bibliografía sobre políticas de Buena Vecindad y cómo se había desarrollado la política cultural y ahí conocí la existencia de una oficina del gobierno creada a fines de la década del 30, la Oficina de Coordinación de Asuntos Interamericanos (OCIAA).

Dos dimensiones me resultaron atractivas, la primera que quien había sido nombrado al frente de esa oficina era Nelson Rockefeller, que sin ninguna experiencia política previa había accedido a esa posición. La otra dimensión que me pareció asombrosa fue el tamaño e incumbencias que tenía esa Oficina. El joven Nelson, tenía 32 años, construyó una enorme estructura que en el libro menciono como “Usina ideológica”: esto significaba cientos de personas trabajado para llevar adelante relaciones públicas, diplomáticas y publicidad.

¿Qué antecedentes tenía Nelson para llegar a esa posición? Sin dudas familiares: su madre, Abby, había fundado en 1929 junto a dos amigas el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Nelson fue profundamente influido por el interés de su madre en la compra y apreciación del arte moderno. Era habitual que en sus años de estudiante universitario fueran juntos a las galerías a comprar obras. Nelson fue nombrado tesorero en 1934 y presidente del MOMA en 1938, cargo que dejo para dirigir la OCIAA. El otro antecedente familiar que lo ayudó a conseguir esa posición fue el dinero. En 1940, Nelson donó 3,4 millones de dólares a un Fondo de Emergencia del Poder Ejecutivo, y el presidente Franklin Delano Roosevelt lo nombró en la OCIAA por decreto. En el congreso hubo muchas críticas por esta maniobra, pero eso no hizo que el presidente cambiara de opinión con respecto a la necesidad de esta designación.

Nelson conocía bastante bien Latinoamérica. De hecho, en 1937 hizo una gira por 22 países. En su viaje a Venezuela quedó impactado por el hecho de que ningún gerente de la petrolera hablaba español y que, peor aún, los miembros del cuerpo diplomático norteamericano con muchos años de residencia en ese país tampoco lo hacían. Estaba convencido de que los negocios mejorarían si se mostraba interés por la cultura y las costumbres donde la compañía tenía presencia. Prueba de eso es la exhibición “Veinte Siglos de Arte Mexicano” realizada en el MoMA, que se resolvió luego de una visita de Nelson al presidente Cárdenas en México en medio del conflicto por la nacionalización del petróleo.

A partir de 1940, Rockefeller lideró la OCIAA y convocó a muchos de sus amigos y conocidos así como los especialistas del MoMA, del Whitney, del Smithsonian y de la RKO para formar parte de esta avanzada norteamericana.

Algunos de sus proyectos para ganar amigos en Sudamérica son bien conocidos, citemos la visita de Walt Disney en 1941, cuando recorrió Perú, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y plasmó sus resultados en varias películas y cortometrajes. Fruto de esa visita, Disney contrató a Molina Campos como ilustrador. La otra experiencia muy conocida es la de Orson Welles, quien luego de su éxito con Citizen Kane viajó a Brasil para realizar un documental. Fue un proyecto lleno de extravagancias y con un Welles amigo de la noche y de las fiestas que lo llevaron a ser la comidilla de las revistas de espectáculos, sobre todo cuando embriagado generaba algún escándalo.

No todo se trató de espectáculo, también la oficina tenía un firme proyecto de acercarse a las naciones americanas por medio de las bellas artes En este punto, en el libro explico que hubo una doble estrategia: la exportación y la recolección.

En relación a la primera, para que los conociéramos mejor, el gobierno norteamericano envió muestras de ballet, música y una exposición de obras de arte. En el caso del ballet se trató del Ballet Caravan, un proyecto del American Ballet, la compañía que Lincoln Kirstein y el coreógrafo ruso George Ballanchine había creado unos años antes en Nueva York. En el caso de la pintura sería la muestra “La Pintura Contemporánea Norteamericana”, que dividida en tres secciones pasearía por toda América del Sur. Entre los organizadores figuraban prestigiosos curadores y especialistas. La exhibición tuvo el propósito de mostrar las fortalezas del “gran país del norte” difundiendo la idea del progreso, el ambiente urbano y el mundo del trabajo. La mayoría de las obras de exhibición provenían del MOMA, el Whitney y galerías privadas del circulo cultural de Nueva York, conectados de maneras directas o indirectas con Nelson y su madre.

Respecto de estos viajes de “exportación”, la llegada de los artistas a los diversos países del Sur resultó en un choque cultural a veces brutal. No conocían el idioma, ni las costumbres, ni las reglas. Muchos terminaban exhaustos por el clima, la altura, las condiciones de los alojamientos, la incomunicación.

La segunda estrategia, la recolección, tuvo como protagonistas a dos personalidades que creo esenciales en la lógica de construir una relación fluida con Sudamérica. La primera es Grace Morley, directora del Museo de Arte Contemporáneo de San Francisco, la principal especialista en arte latinoamericano y la única del grupo de curadores que hablaba español. Mi libro reivindica su figura porque es quien expresa un real interés por crear relaciones culturales duraderas y voluntad de conocimiento de los artistas y sus mundos. Ella fue la encargada de vincular a sus pares de América del Sur para realizar una exhibición en Estados Unidos sobre el Arte Latinoamericano, además de gestionar viajes de estudios de muchos artistas latinoamericanos. Sin embargo, habiendo hecho todo ese trabajo, cuando en 1942 la OCIAA llevó adelante los preparativos para la exhibición de Arte Latinoamericano, que tendría lugar en el MoMA (no podía ser de otro modo), Nelson Rockefeller decidió enviar a otra persona a hacer esa recolección y adquirir las obras que la integrarían: Lincoln Kirstein. Si bien él ya había estado con el Ballet Caravan en 1941, no hablaba español ni portugués y tampoco era un especialista en arte latinoamericano ni colonial. ¿Por qué él? En 1942, Estados Unidos había entrado en la guerra y, persuadido de la importancia de tener información de primera mano sobre el avance de los nazis en América Latina, Nelson planteó la necesidad de enviar a una persona de su extrema confianza a “controlar” a la diplomacia de Washington y a buscar información confiable sobre la situación. Es decir, la diplomacia del arte se volvía espionaje.

El resultado de la tarea de Kirstein no fue muy satisfactorio, ni para el espionaje ni para el arte. Envió informes de las más diversas procedencias: empleados de las embajadas y consulados que reforzaban o confrontaban los informes de sus jefes; miembros de los círculos de intelectuales y artistas con los que se relacionaba y que opinaban de manera muy general sobre la situación política. En Brasil obtuvo informes detallados y preocupantes sobre la conflictiva situación con los espías alemanes. Algunos de sus reportes son desopilantes. En Buenos Aires, se mantuvo en contacto con muchos simpatizantes del frente popular, mientras mantenía amistad con Alfredo Guido, Antonio Berni y María Rosa Oliver, quien sería posteriormente empleada por la OCIAA como traductora y que le daría sus puntos de vista a Nelson a través de cartas personales.

Su gestión de adquisición de obras de artes fue muy arbitraria, tanto como era su opinión sobre la madurez y calidad del arte latinoamericano. Quizá porque el dinero provenía de fondos gubernamentales nutridos de los dólares de la familia Rockefeller, o porque la adquisición de pinturas no era el objetivo principal el uso fue muy discrecional. Kirstein dejó prácticamente afuera de la exhibición a Emilio Pettorutti, a quien consideraba un fascista. Sabía de su participación junto a Margheritta Sarfatti (intelectual fascista) en la organización de la muestra Novecento italiano en Amigos del Arte (en 1930), y esto fue suficiente motivo para no tenerlo en su radar. Por su parte, Pettorutti, que tenía una cordial relación con Grace Morley, se quejó amargamente por este desplante. La sospecha de su vinculación fascista, informada por Kirstein a Nelson y a directores del MoMA, lo dejó sin oportunidad de hacer una exposición individual en el museo (como había sido el caso de Cándido Portinari dos años antes). De hecho, varios galeristas de relevancia rechazaron hacer una exhibición de las obras del artista aduciendo no tener espacio o problemas de agenda. Frustrado, Pettorutti envió cartas a los directores del MoMA (a la sazón amigos de Kirstein) para quejarse por la exclusión y criticar la adquisición de las obras de los otros artistas argentinos.

¿Qué quedó de toda esta experiencia?

Nelson continuó en el cargo hasta 1945, tuvo una participación muy importante (y muy criticada) en la conferencia de Chapultepec en favor de incluir a la Argentina, a pesar de considerar a Perón un fascista. A la muerte de Roosevelt, el presidente Truman rápidamente lo colocó en otro cargo. Nelson insistiría en el camino de la política, fue varias veces gobernador del estado de Nueva York, candidato por el partido republicano y finalmente vicepresidente designado por Gerald Ford luego de la destitución de Nixon.

Kirstein participó entre 1943-1945 en la Comisión de Arte y Monumentos cuya principal misión era preservar las obras de arte que estaban siendo destruidas durante la guerra. Fue uno de los que encontró el famoso Altar de Gante escondido en una mina de sal en Austria.

Grace Morley continuó siguió siendo una académica de gran relevancia en el mundo del arte, fue consultora de la Unesco y finalmente dirigió el Museo de Arte Moderno de Nueva Delhi, desde 1960.

Terminada la guerra, el interés y los fondos para el arte latinoamericano se desvanecieron. La política de cooperación cultural se recentraría en los años sesenta con la organización de nuevas agencias gubernamentales.

Si se tiene la suerte de ir al MoMA, es un interesante ejercicio entender la colección de Arte Latinoamericano (inaugurada en 1943) como el resultado de una estrategia política del gobierno norteamericano para asegurarse aliados en el marco de la Segunda Guerra Mundial.