La reciente Cumbre Climática de las Américas, liderada por iniciativa Argentina y con la participación del enviado especial para el Clima de los Estados Unidos, John Kerry, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, y presidentes de América Latina y el Caribe, arroja importantes coincidencias y conclusiones de cara tanto a la Cumbre del G-20 como a la Cumbre de Glasgow, que serán celebradas en pocas semanas.
La urgencia de incrementar las políticas de ambición climática va de la mano de un reordenamiento de la arquitectura financiera internacional. No existe la crisis climática alejada de la crisis social y de la crisis financiera. Para América Latina, esto resulta patético, pues según la CEPAL el 60% de las exportaciones regionales están destinadas al pago de servicios de la deuda externa, que como promedio representa el 76% del PBI.
Se requiere innovación, liderazgo político y cooperación para que nuestra región presente una propuesta de nuevo contrato global, inclusivo y sostenible. Soñar alto y pensar en grande puede ser tildado de ingenuo, pero hace un año atrás era impensable que con la realidad geopolítica de entonces el mundo pudiese movilizar una fenomenal inyección de liquidez para atender las consecuencias de la pandemia. La decisión de los Estados Unidos de destrabar la emisión de 600.000 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro –DEGs- del FMI, ha abierto la puerta para una esperanza que, lejos de atrofiarse, necesita ser renovada e incrementada para atender a las consecuencias del cambio climático.
Se trata de aprovechar esta ventana de oportunidad de liquidez, para abrir mejores condiciones de financiamiento en América Latina, por múltiples vías.
Los DEGs pueden dar lugar a un Fondo de Resiliencia, Sostenibilidad y lucha contra la Pobreza que impliquen condiciones más flexibles de financiamiento dentro del propio FMI, con mejores plazos y tasas más bajas, tanto para los países de ingresos bajos como de ingresos medios, con particulares condiciones de insostenibilidad de su endeudamiento.
Al mismo tiempo, otra porción de los DEGs podría apalancar un proceso de capitalización de los Bancos Regionales de Desarrollo –como la CAF y el BID-, para así multiplicar al menos por tres o por cuatro su potencia de respaldar proyectos de cambio climático a tasas concesionales.
Tanto el BID como la CAF y el Banco Centroamericano tienen el desafío de incrementar la porción de sus portafolios de préstamo a proyectos de adaptación y mitigación climática. La meta de cubrir de aquí al próximo quinquenio un 50% de sus préstamos para dicho propósito prioritario comienza a ser un objetivo planteado por sus administraciones. Tasas más bajas y premios por el cumplimiento de logros ambientales también resultan instrumentos apropiados.
La banca regional –en coordinación con el Banco Mundial– tiene también otras dos tareas esenciales: movilizar recursos de donación para tener la preparación de una cartera de proyectos ejecutivos verdes listos para ser financiados, y agilizar los procesos de colocación de recursos del Fondo Verde del Clima, cuyos trámites burocráticos y lentitud deja mucho que desear.
Tenemos que superar de modo urgente una triste paradoja: la falta de recursos para el mundo en desarrollo es crónica –los 100.000 millones de dólares comprometidos a nivel global ni siquiera aún se han desembolsado nacionalmente en su totalidad–, y a su vez la gobernanza para acceder a dicho financiamiento exiguo resulta kafkiana. Los bancos regionales de desarrollo de América Latina y el Caribe pueden suplir este déficit con su capacidad técnica, y a su vez identificar y diseñar proyectos con rigurosidad probada y evidencia científica. Pues lamentablemente todavía tenemos en la región “bancos de proyectos de infraestructura” más asociados a la etapa contaminante industrial, que a los nuevos tiempos sostenibles que el planeta reclama.
Los canjes de deuda por clima también significan una oportunidad a explorar, sobre lo que coincidieron tanto Colombia como Argentina en la Cumbre mencionada. Se trata de condonar una parte de la deuda externa a cambio de aplicar dichos recursos a renovar la infraestructura verde, promover energías limpias y fomentar la resiliencia de los sectores más vulnerables.
Esta agenda no resultará suficiente si no se avanza en una construcción de nuevas métricas para medir el fenómeno ambiental, que registre el problema en su dimensión múltiple: no alcanza con el simple ejercicio de la era industrial de clasificar el producto bruto interno de los países; no es suficiente con la calificación crediticia clásica que inhibe la capacidad prestable de la banca para el desarrollo y penaliza la vulnerabilidad ambiental; no contribuye a la justicia climática global un concepto de competitividad basado sólo en los bajos costos y en el extractivismo. Alinear incentivos, armonizar normativas y recrear métricas y reglas de juego público-privadas, constituye un desafío que sólo puede atenderse a nivel global.
Como dos ejemplos sectoriales, cito lo que estamos encaminando en la Argentina, como en otros países de la región, junto al Ministerio de Desarrollo Productivo y el Consejo Económico y Social, con el concurso de gremios, empresas y científicos: la normativa y la transformación productiva rumbo a la promoción de la electro movilidad, que será lanzada en las próximas semanas, y el plan estratégico para el desarrollo del hidrógeno.
Todo lo anterior supone también llevar la discusión a un concepto de multilateralismo ambiental, que erradique todo intento de discriminar a los países más pobres con barreras supuestamente ecológicas. Para permitir una transición justa y sostenible, que distinga responsabilidades y atienda a la cohesión social, más bien se trata de liberalizar el comercio sobre bienes y adelantos ambientales estratégicos que aporten una solución tecnológica clave para el planeta. Por ejemplo, en el marco de la Organización Mundial de Comercio, se puede llevar adelante esta discusión profundizando una tendencia incipiente ya planteada en este terreno y el de las vacunas. Las tecnologías limpias como bienes públicos globales, e incluso la moratoria de patentes en aquellos adelantos que resulten decisivos en el proceso de descarbonización, son debates que en el presente estado de emergencia el mundo necesita promover.
La movilización de recursos privados no puede ser soslayada: el 80% de la emisión de préstamos ambientales y bonos verdes está concentrada hasta ahora en los países desarrollados, y América Latina tiene apenas un 3,8% de participación en dicho mercado. Sobre este particular, es clave el diálogo que pueda establecerse entre la banca regional y la Corporación Financiera para el Desarrollo (DFC) de los Estados Unidos, para proveer recursos a bajo costo al sector privado. Este punto ha sido uno de los aspectos centrales que nos tocó abordar en ocasión de la visita a la Argentina del responsable del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Jake Sullivan. En ocasión de mantener una reunión en el Palacio San Martín con los miembros del Consejo Económico y Social de la Argentina, registramos coincidencias en alinear la cuestión de la innovación tecnológica con los desafíos del cambio climático.
Desde esta perspectiva, resulta por demás significativa la Cumbre que celebramos días atrás. Como lo manifestaron de modo unánime los jefes de Estado participantes, la geopolítica del clima sólo superará el juego de suma cero si se movilizan de modo decidido los países responsables de las grandes emisiones. Desde esta perspectiva, tenemos que celebrar la postura de los Estados Unidos de volver a apoyar el Acuerdo de París sobre Cambio Climático; las propias decisiones de política interna del Presidente Biden que terminan de proponer un gigantesco plan de estímulo de infraestructura basado en la reconversión verde; e incluso el diálogo estratégico con China que, más allá de otras divergencias, busca coincidencias sobre esta cuestión climática entre ambas naciones.
Al decir del representante de los Estados Unidos, John Kerry, “no nos encontramos ante un problema de doctrina o de ideología, sino de matemática y de física”. El reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas ha advertido que el tiempo se agota, y que a este ritmo el planeta se encamina a una catástrofe. Como fue mencionado en la Cumbre que lideró Argentina, Glasgow será probablemente la reunión global más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Se trata de dejar atrás un modelo basado en el capitalismo marrón de energías contaminantes y consumo insostenible, para construir como humanidad un concepto de desarrollo humano integral. Las agujas del reloj corren más rápido que nunca.