Alberto Fernández, un presidente ilógico

La contradicción puede ser el reflejo de una evolución o cambio en el propio pensamiento o en la realidad que se describe. Pero el Presidente cambia demasiado seguido

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Alberto Fernández
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El principio de no contradicción es uno de los axiomas principales de las leyes clásicas del pensamiento lógico. Para la tradición aristotélica esto quiere decir que una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Es bastante evidente que la lógica argumentativa no es el fuerte de Alberto Fernández, a quien le cuesta demasiado ponerse de acuerdo, ya no con otros, sino consigo mismo. Durante los últimos meses su palabra le ha generado más dolores de cabeza que soluciones y esto afecta claramente su capacidad de gestión. Alguien que no demuestra destreza para gobernar sus propias ideas, difícilmente pueda generar expectativas distintas respecto al destino de un país.

En ese contexto es legítimo que los argentinos nos preguntemos cuál Fernández nos gobierna: ¿el que el 12 de octubre pasado abrazaba la diversidad cultural argentina o el que llegó en barco? ¿El que en 2014 sostenía que cerrar la exportación de carne era un disparate o el que ahora la cierra? ¿El que impulsa un proyecto de mega granjas porcinas para producir cerdos a escala industrial para exportarlos a China o el que se saca una foto sonriendo con un cartel que dice “NO al acuerdo porcino con China”? ¿El que en 2015 decía que Cristina Kirchner había aprobado leyes para protegerse penalmente de delitos cometidos o el que en 2020 afirma que ella es víctima del lawfare?

Alguien podría alegar que es natural cambiar de opinión a lo largo de los años y, más allá de que en este caso los cambios abruptos develen una inconsistencia de valores difíciles de justificar, en algún punto tendría razón. La contradicción puede ser el reflejo de una evolución o cambio en el propio pensamiento o en la realidad que se describe. Pero Fernández cambia demasiado seguido.

El 19 de julio de 2020 el Presidente decía que no creía en los planes económicos. Cinco días más tarde decía que los planes los tenía desde el primer día. El 24 de marzo de 2021 afirmaba, frente a las autoridades del Banco Mundial, que el Gobierno honraría sus deudas. Cuatro días más tarde, el 28 de marzo, decía que la deuda era impagable.

Algunos puristas podrán seguir insistiendo y decir que el principio de no contradicción, como formula su propio postulado, se aplica a “un mismo tiempo”, por lo que modificar una opinión durante un mismo año tampoco es necesariamente indicador de violación de ese principio.

En ese caso habría que señalar que si bien Alberto Fernández todavía no posee capacidades cuánticas y no puede decir más de una frase contradictoria por vez… lo intenta. El martes 23 de febrero del 2021, desde México y al responder una pregunta sobre el Vacunatorio VIP, Fernández dijo: “En Argentina he conocido que en circunstancias irregulares se vacunó a un grupo de alrededor de 70 personas”. Tres segundos más tarde afirmó: “El concepto de irregular es un concepto que debería revisarse”. El viernes 16 de abril a las 12.45, en el contexto de anuncio de nuevas restricciones y cierre de escuelas decía: “A quien no le guste, que recurra a la Justicia”. A las 12:50 afirmaba que las diferencias: “Se arreglan charlando, no entregando el conflicto a un juez”.

Este texto no busca estigmatizar la contradicción, porque es algo natural y parte del proceso del desarrollo de las ideas. De hecho, la lógica argumentativa clásica tampoco tiene esa pretensión. Como explica el lingüista Bustamente Zamundio: “Cuando alguien intenta dar cuenta de algo, lo mínimo que Aristóteles le pide es que tenga en cuenta que lo dicho ha sido afirmado y que si va a cambiarlo lo diga o que, en todo caso, se atenga a las consecuencias si sus interlocutores se dan cuenta.”

El problema de Fernández es que no asume sus contradicciones y los argentinos (y el mundo) nos damos cuenta. En el momento de la historia en el que más se requiere de un liderazgo inequívoco, claro, transparente y coherente, el presidente ha devaluado como ningún otro el principal instrumento para construirlo: su palabra. Palabra que además, hasta 2023, no es solo suya, es también parte inseparable del entramado institucional de nuestro país.

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