
Cristina Kirchner criticó a quienes cuestionan las restricciones en nombre de la libertad. Dijo: “Libertad para mí y que se joda el resto, no es verdadera libertad”. Primero, mostró un enorme desapego con el que pide libertad para poder trabajar porque se funde, para poder llevar un plato de comida a su casa o para llevar a sus hijos a la escuela por las desastrosas consecuencias del aislamiento de los niños y en su futuro.
La vicepresidente puede expresar como cualquier ciudadano sus consideraciones sobre la libertad. Pero no puede decidir sobre la libertad de los otros porque justamente de eso se trata la libertad: es diversa. Y porque obviamente a la libertad no la regula Cristina, aunque quisiera.
Las libertades, con sus obligaciones y derechos, están establecidas en la Constitución. Y los ciudadanos, que bastante han cumplido y que merecerían un agradecimiento con respecto a cómo cumplieron las restricciones, tienen todo el derecho a discutir y opinar sobre las medidas del Gobierno que afectan su vida. Incluso a disputar esas medidas que crean que avasallan sus derechos.
No hay libertad verdadera o falsa. Hay libertad. Y en general radica justamente en diferentes miradas ante los asuntos públicos. Porque de eso se trata la democracia. Ese es el problema del kirchnerismo: no les gusta la libertad.
Hoy tenemos que discutir cosas tan básicas sobre la convivencia democrática que antes de sentir pena, desaliento o enojo, yo prefiero reflexionar. Lamentablemente, la intolerancia con el que piensa distinto baja como ejemplo desde el poder y genera un sistema de cancelación del que piensa diferente.
No es periodismo confeccionar listas negras de personas que piensan distinto, revelando hasta datos personales que violan sus derechos. Como no es inclusión imponer una manera de hablar en los medios bajo amenaza de no recibir pauta. Incluir no es obligar. Forzar la palabra es excluir a la libertad.
No es delito pensar distinto a un gobierno. Delito es la corrupción. No es delito pensar distinto a un gobierno. Delito es lo que no aguantan más los vecinos que sufren la inseguridad sin tregua en el Conurbano. Y tampoco es delito hablar como uno quiera. ¿Dónde empieza la eliminación de los otros si no es en su derecho a ser quienes son, a pensar libremente, a desarrollarse como elijan de acuerdo a la ley?
Pensar diferente no es delito. Los delitos están tipificados en el Código Penal y en todo caso la que tiene varios problemas de ese tipo es Cristina Kirchner. Cacería de brujas, fascismo o la misma dictadura militar argentina. Las listas negras no son instrumentos de la democracia.
Como afirmó Edward Murrow, el legendario periodista de la CBS que combatió el macartismo en Estados Unidos: “La línea entre investigación y persecución es una línea muy fina. No caminaremos con miedo uno del otro. No seremos conducidos por el miedo a una era de irracionalidad”.
No solo somos libres y protegidos en esta prerrogativa inalienable por nuestra Constitución. Créanme, también tenemos el deber de la libertad. Nunca lo olvidemos.
* Editorial en el programa “Confesiones en la noche”, por radio Mitre
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