Cumbre presencial del G7 en Cornualles: por qué es importante para América Latina

Los líderes promueven un enfoque político que se complementa con un amplio plan de infraestructura y comunicaciones de alcance global

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Los líderes del G7 reunidos en Cornualles (EFE/EPA/HOLLIE ADAMS/POOL)
Los líderes del G7 reunidos en Cornualles (EFE/EPA/HOLLIE ADAMS/POOL)

La Cumbre presencial del G7 en Cornualles marca pautas geopolíticas del mundo post COVID-19. Los principales países industrializados de Occidente han logrado restaurar la relación transatlántica con propósitos compartidos. Desde el punto de vista estratégico se inspira, en circunstancias de época muy diferentes, en el espíritu de la Carta del Atlántico firmada en 1941 por Churchill y Roosevelt. Tanto la reafirmación de la relación especial entre Estados Unidos y el Reino Unido como el vínculo preferencial entre Estados Unidos y la Unión Europea adquieren nuevo impulso, con efectos globales tanto en términos de seguridad y cuestiones tecnológicas como financieras o comerciales. Al igual que en 1941, la defensa de valores que consagra la democracia representativa es uno de los estandartes que tienden a contrarrestar la influencia de China y las derivas disruptivas de Rusia.

Una perspectiva que, en definitiva, plantea un mundo con dos sistemas políticos y de desarrollo alternativo, que puede tener implicancias en todos los continentes frente a tendencias autoritarias y regímenes democráticos híbridos que se expanden, con o sin intervención de China o Rusia. Un objetivo que el presidente Biden había destacado durante la campaña electoral y que, tras esta reunión del G7, se puede convertir en el primer paso de una Alianzas de Democracias. Ese énfasis persigue conformar una coalición de países que tendría particular incidencia multilateral como en materia de cooperación económica y de seguridad internacional.

El enfoque político que promueven los siete principales países industrializados de Occidente se complementa con un amplio plan de infraestructura y comunicaciones de alcance global (con el lema “Reconstruir el Mundo Mejor”), con inversiones público-privadas que oscilarían en los 40 billones de dólares, incluyendo perspectivas de cómo hacer negocios, para que actúe como alternativa a la iniciativa de China de la nueva ruta de la seda (”Una ruta, un cinturón”). El Plan para contribuir a reducir la brecha en infraestructura a nivel global se aplicaría a países de renta baja o media en América Latina y el Caribe, África y la región del Indo-Pacífico, en el marco de colaboración entre países que compartan valores democráticos con altos estándares y transparencia.

El concepto “democracia versus autoritarismo” es una brecha que llevada a escala histórica es un recuerdo de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Así lo pone en evidencia la reacción negativa de China a la Declaración de Carbis Bay. De acuerdo a Beijing no se trata de un mundo de dos sistemas sino de un orden internacional que tiene a las Naciones Unidas en su núcleo. Efectos más nítidos de las implicancias del contrapunto entre el G7 y Beijing se verán en la Cumbre del G20 en Venecia o en la COP26 en Glasgow.

Todas estas señales diplomáticas de las principales potencias económicas y militares, como ondas expansivas de un eco, probablemente irán diagramando las características de la política internacional de las próximas décadas. América Latina debería tomar nota para salvaguardar los intereses nacionales y evitar que el clima global contamine aún más los alicaídos objetivos de integración regional. El mensaje de Carbis Bay merece reflexión.

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