
Como generación, y como especie, nos encontramos de manera súbita ante un desafío mundial sin precedentes que pone en evidencia como nunca la interconectividad del planeta y la interdependencia de todo lo que en él habita. Estamos ante un problema global para la humanidad que requiere de un esfuerzo de todos para superarlo. Un desafío que descarna todas las falencias de un modelo de desarrollo que ya venía mostrando claras señales de agotamiento. Estamos comprendiendo que cada acto individual, por más pequeño que sea, tiene incidencia. Estar encerrados en nuestras casas y distanciados el uno del otro, paradójicamente, está fortaleciendo la idea de comunidad y de aldea global al mismo tiempo. El entendimiento de que todos somos uno y que el acto irresponsable de una persona puede tener consecuencias indeseadas sobre la vida de otros se hace evidente.
Cuando esta pandemia era apenas un problema lejano, circulaba un meme que con ironía y descreimiento decía que el cambio climático necesitaba el mismo publicista que el COVID-19 debido a toda la atención que el virus había logrado en tan corto tiempo. Tan solo pocas semanas después, podemos afirmar que el coronavirus es efectivamente el mejor publicista que el cambio climático podría tener. Como nunca antes el mundo pudo ver gráficamente las consecuencias de nuestro accionar en el ambiente. Con nuestro parate, el planeta se está tomando un respiro. Bastaron tan sólo unas pocas semanas de pausa para ver la capacidad de recupero del planeta: el cielo se volvió más puro (alcanzando los parámetros de calidad recomendados por la OMS en muchas ciudades donde parecía imposible), las aguas cristalinas, delfines volvieron a Venecia, jabalíes se pasean por Barcelona, los picos del Himalaya vuelvan a asomarse y hasta pareciera que los peces vuelven a animarse a nadar por el Riachuelo. Como nos grafican los mapas publicados por la CONAE, con sólo dos semanas de disminución de tránsito vehicular, aéreo y de algunas actividades industriales, la contaminación atmosférica de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores disminuyó drásticamente.
Cuando el mundo vuelva a girar, no podremos ignorar lo que ahora sabemos y hemos visto con nuestros propios ojos. No podremos seguir cometiendo los mismos errores que nos trajeron hasta acá. Para que el COVID-19 no sea todo pérdida, sino una oportunidad para modificar hábitos y nuestra relación con el planeta depende del aprendizaje de cada uno y del aprendizaje colectivo como sociedad y como especie. La prioridad de todos los países va a ser recuperar la actividad económica. Pero, ¿de qué forma y a qué costo? Que la economía mundial se haya puesto en jaque porque estamos consumiendo solamente lo necesario y lo local debe servir como un llamado de atención para todos, pero especialmente para quienes lideran las naciones.
Durante años especialistas y activistas se han cansado de alertarnos sobre los efectos de nuestra huella en el planeta, y hoy lo estamos viviendo en carne propia. Cuando destruimos y alteramos los equilibrios ecológicos, aumenta el riesgo de la propagación de patógenos y de contagio a las personas. El dilema entre economía y ecología es falso. La cuestión es el modelo de desarrollo. Hasta hoy prevalece uno divorciado de la naturaleza y de nuestra salud y bienestar colectivo. Estamos vivenciando que cuidar la ecología, es cuidarnos a nosotros mismos. La polución del aire afecta la salud de nuestro sistema respiratorio, la contaminación del agua es la principal causa de muertes de niños en el mundo, el cambio climático está afectando a la producción alimentaria y numerosos estudios demuestran que la población más pobre en los países en vías de desarrollo es la más afectada por el cambio climático.
El objetivo mundial tiene que ser también achatar la curva del cambio climático ya que eso significa también achatar la curva de problemas futuros de salud. Para ello necesitamos tanto de los individuos, como de las empresas y los Gobiernos. Las personas podemos tomar más conciencia de nuestro impacto en el ambiente e intentar modificar nuestros hábitos de consumo y la generación de residuos. Las empresas, entre otras innovaciones, pueden aprovechar la tendencia al teletrabajo para reducir la necesidad que tienen las personas de transportarse. Los Gobiernos deben endurecer sus regulaciones y fomentar el uso de tecnologías que resultan en una producción más sostenible y de menor impacto ambiental así como también castigar y desalentar modelos productivos que son nocivos.
Se sabe hoy que existieron muchas alertas y presagios sobre la posibilidad cierta de que una pandemia de alcance mundial y devastador que tarde o temprano iba a ocurrir. Nadie escuchó las advertencias ni le dio importancia a la evidencia clara científica que estaba a su alcance. Un gran fracaso de los liderazgos mundiales que hoy se ven interpelados por la sociedad frente al desastre y colapso de sus economías y sistemas de salud. Debemos evitar que lo mismo ocurra con las consecuencias del cambio climático. Existen evidencias científicas y proyecciones aterradoras sobre el futuro que nos espera de no poner en práctica ya mismo los mecanismos y procesos que transformen el actual modelo de desarrollo mundial hacia uno equilibrado para evitar un desenlace catastrófico para la humanidad.
El cambio climático es otro problema global, que como el COVID-19, requiere de un esfuerzo de todos para superarlo. Y si bien existen muchas dudas aún sobre el COVID-19 -dónde se generó, cuándo estará lista una cura, cuántos muertos dejará a su paso, cuánto desempleo generará, qué impacto tendrá en la economía global, entre otras- hay algo que sí sabemos y eso es que la vuelta a la normalidad será una vuelta a una normalidad diferente. Una normalidad distinta. Podemos, con un esfuerzo de todos, transformarla en una mejor.
La autora es diputada provincial (Juntos por el cambio)
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