Los desafíos de Alberto Fernández

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Alberto Fernández (Adrián Escandar)
Alberto Fernández (Adrián Escandar)

Tras el triunfo obtenido el domingo pasado por parte del candidato del Frente de Todos en primera vuelta, el reordenamiento de los factores políticos, económicos y sociales, augura un complejo escenario que sin duda planteará importantes retos y desafíos para el futuro gobierno de Alberto Fernandez.

La campaña terminó, y si bien esta corta transición de apenas cinco semanas y en un contexto de profunda crisis económico-social no da respiros, es el tiempo indicado para que los diversos candidatos, y principales equipos de campaña en pugna se aboquen a evaluar y analizar tanto por qué se gano como también por que se perdió la elección.

La necesidad de evaluar las campañas

Todo proceso electoral se puede dividir, como mínimo, en tres grandes momentos desde el punto de vista de los diversos equipos de campaña: el de precampaña o proceso de investigación preelectoral que aporta los insumos básicos para diseñar una estrategia adecuada para el logro de los objetivos trazados, la campaña en sí dónde se implementa la estrategia formulada a través de un menú de herramientas y tácticas y, por último, el necesario ejercicio de evaluación y análisis final no sólo de la performance electoral que reflejan los inapelables números del escrutinio definitivo sino también de la pertinencia y efectividad de la estrategia elegida.

Esta última etapa de la campaña que requiere altas dosis de reflexión, autocrítica e introspección suele ser soslayada tanto por candidatos y equipos ganadores como perdedores, desaprovechando una valiosa oportunidad de aprendizaje y acumulación de experiencia.

Tanto si lo que se quiere es -como suele decir el popular dicho- “no tropezar dos veces con la misma piedra”, es decir ganar en la próxima contienda, o bien analizar cómo es que se superaron las diversas dificultades que se presentaron antes de ganar, lo importante al concluir cualquier proceso electoral, es reflexionar sobre lo acontecido y evaluar críticamente las performances alcanzadas. Nada ocurre por fruto de la providencia; si bien el azar juega su partida como en cualquier orden de la vida, la expectativa en torno al pensamiento estratégico que acompaña el diseño de una campaña electoral es aportar racionalidad y previsibilidad al proceso.

Son pocos los equipos de campaña que sobreviven, tanto en su armado como en la labor y funcionamiento colectivo, a una contienda electoral. En tanto las campañas electorales son por definición empresas efímeras, por lo general se trata de equipos que nacen y mueren en apenas 45 intensos días. Quizás esta suerte de desbande post electoral explique en parte la omisión de este necesario proceso de evaluación, cuya recurrencia hace que, parafraseando a Friederich Nietzsche, los errores se susciten en un “eterno retorno”.

¿Por qué pasó lo que pasó?

Entre las diversas aristas que nos dejó la apasionante contienda presidencial de 2019, que comenzó allá por mediados de mayo con el sorprendente anuncio de la candidatura de Alberto Fernández que posibilitó el proceso clave de unidad del peronismo, cabe remarcar los efectos que las campañas de los diversos candidatos y equipos tuvieron en las PASO y en la generales, y las diferencias en materia de performance electoral entre ambas citas del calendario electoral.

Si bien el mérito de los resultados es indudablemente para el candidato Fernández, Juntos por el Cambio consiguió pasar de una diferencia de aproximadamente 17 puntos en la PASO a apenas 8 puntos en las generales respecto al Frente de Todos. En otras palabras, en tan solo 30 días de campaña Macri no solo logró remontar casi 10 puntos de desventaja, mejorar su performance electoral tanto respecto a las PASO como a as Generales de 2015 –cuando cosechó el 34,5%-, sino tambien consagrarse como el candidato “perdedor” con más votos (40.4%) desde 1983.

Indudablemente la campaña del “sí se puede” logró movilizar a una parte importante del electorado en torno a consignas que tuvieron que ver más con la apelación a emociones más que con la elección racional. La incorporación de nuevos votantes (muchos de ellos adultos mayores y argentinos en el exterior) y la captación de votos blandos tanto de Lavagna como de Gómez Centurión y Espert, explica en parte este fenómeno.

Del lado de Fernández, si bien muchos esperaban un verdadero aluvión de votos el 27 de octubre, también debe decirse que una estrategia conservadora ante la magnitud del resultado de las PASO que lo colocaba cómodamente por encima del 45% necesario para evitar el balotaje indicaba que lo recomendable era no arriesgar ni cometer errores no forzados, concentrándose más en la fidelización del voto obtenido y en la construcción anticipada de una imagen “presidencial” que en la persuasión de nuevos votantes.

Lo cierto es que el resultado abre todo un abanico de desafíos e incertidumbres no sólo para el flamante Presidente electo sino también sobre el futuro político del actual mandatario: ¿logrará consagrase como futuro líder de la oposición? ¿Logrará (si es lo que quiere) presentarse nuevamente como candidato a Presidente de la República en un futuro? ¿Qué futuro le espera a Juntos por el Cambio en general y al PRO en particular con posterioridad al 10 de diciembre? Todos interrogantes que irán despejándose en un futuro muy próximo.

Los desafíos de la Argentina que viene

Hasta el 10 de diciembre, quien lleva con sus decisiones la marcha general del país es Mauricio Macri. Y ello vale tanto para los aciertos como los errores. Soslayar este hecho implicaría vilipendiar el rol institucional y la legitimidad que un Presidente electo democráticamente –en 2015- tiene hasta el último día de su mandato. Sin embargo, ello no es óbice para que el mandatario electo Alberto Fernández comience a profundizar su rol e imagen presidencial, y a construir consensos y legitimidad en torno a proyectos, políticas y miembros del futuro gabinete. Una imagen “presidencial” que, por otra parte, fue uno de los recursos comunicacionales exitosos que coadyuvaron a su triunfo

Más allá de la crítica situación económica y social que atraviesa el país y que demandará de acciones urgentes, entre los principales desafíos que tendrá que afrontar en su gestión cotidiana se encuentra la dificultad de lidiar con el nuevo escenario político heredado de las diversas contiendas provinciales que habían tenido lugar durante el largo calendario electoral de este 2019 que comenzó allá por febrero en La Pampa.

En este marco, la configuración del Congreso nacional con el que deberá convivir Fernández en su gobierno –por lo menos hasta las próximas elecciones legislativas de 2021- tiene sus luces y sus sombras.

A pesar del revés que Juntos por el Cambio sufrió en los comicios, su presencia en la Cámara de Diputados no será menor. De las 68 bancas que el actual Frente de Todos ponía en juego en estas elecciones, logró retenerlas todas, consolidando 120 (46%) escaños. Cabe remarcar que si bien se trata de un número más que interesante para aspirar a llevar adelante un proceso legislativo fluido, el número necesario de legisladores para obtener quórum propio es de 129. En otras palabras, el futuro oficialismo necesitará del concurso de al menos 9 legisladores de otro sector para lograrlo.

Juntos por el Cambio ostentará 119 (46%) bancas en la Cámara de Diputado: ponían en juego 47 legisladores y lograron conseguir 56, es decir que ampliaron su representación parlamentaria en 9 escaños. En otras palabras, si bien no consiguieron la Presidencia de la Nación –premio máximo en cualquier diseño institucional presidencialista- lograron ampliar su presencia en la cámara baja, logrando allí un escenario de paridad casi absoluta.

Del otro lado del histórico Salon Azul y su imponente araña que cuelga de la emblemática cúpula del Palacio Legislativo, el recinto del Senado de la Nación tendrá en principio una mayoría oficialista: de un total de 72 bancas, 37 (51%) están con el Frente de Todos, número que coincide con el necesario para obtener quórum propio.

A nivel provincial el futuro gobierno tendrá un escenario más alineado a sus intereses respecto al cual se encontró Macri en 2015. El líder del PRO tuvo durante su gestión solo 5 provincias gobernadas por Cambiemos, es decir solo un 20% del total de los distritos: Ciudad de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, Corrientes, Mendoza y Jujuy. Fernández, por su parte, va a tener por lo menos el 66% (16) de los mandatarios provinciales cercanos a él.

En definitiva, tanto por la grave situación que atraviesa el país como por los equilibrios institucionales que se plantean en la relación gobierno-oposición, el principal desafío del nuevo Presidente será la construcción de grandes acuerdos que no sólo le garanticen la gobernabilidad sino también la implementación de políticas públicas activas para encauzar la situación económica y lidiar con varios frentes al mismo tiempo: dólar, salarios, empleo, inflación, competitividad, etc.

Todo ello en el marco de una sociedad tan expectante como impaciente, y de la incertidumbre respecto a las actitudes cooperativas de un conjunto de actores políticos, sindicales, económicos y sociales que, como en todo acuerdo, tendrán que necesariamente resignar algunas de sus pretensiones.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019) y “Gustar, ganar y gobernar” (Aguilar, 2017)