
El viernes se pudo avizorar el país que viene. Por un lado, un presidente que volvió a prometer mejoras, que tuvo su momento de gloria cuando pidió que se identifiquen los que cajonearon el decreto de extinción de dominio, que levantó la voz frente al griterío de barrabravas. Fue un presidente que, sin argumentos convincentes, empezó a correr como pueden sus fuerzas para posicionarse frente a las elecciones decisivas de este año.
No está mal si lo hubiera hecho con hechos y antecedentes sustentables, como se verá más adelante. Más allá de todo: es de una torpeza infinita taponar el uso de los multimillonarios recursos de los procesados y sentenciados por corrupción —como lo hizo en un solo bloque el peronismo— y entonces sigan en poder de los corruptos y no de la ciudadanía. Con los millones que circularon en 12 años se podrían dotar de equipos que requiere el Estado, levantar hospitales y escuelas, y hacer obra pública.
La historia enseña que el Parlamento fue el lugar preciso para fijar posiciones, señalar defectos, calificar las acciones de gobierno. Pero esta vez se utilizó otro tono, más desbocado e insultante frente al Presidente, que demuestra el nivel intelectual-educativo y psicológico de algunos legisladores. Este Parlamento recuerda al de Kirchner y al de Menem. No el de Alfonsín, que abrió las compuertas de la democracia y enseñó que había que cuidarla más allá de las negociaciones por debajo de la mesa.
Fue gracioso que los parlamentarios kirchneristas se quejaran de los aplausos de aprobación al oficialismo desde las gradas superiores: fueron ellos los que desprestigiaron a sus opositores durante años, cuando estaban en la cima, creyéndose señores feudales de la institución, instalando matones que aplaudían a Cristina Fernández a voz en cuello y acallaban toda voz disidente.
A diferencia del kirchnero-cristinismo, que adoptó métodos de guerra contra sus enemigos (especialmente los medios de comunicación), que mintió estadísticamente al borrar seriedad del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), que fomentó la persecución de periodistas críticos (como aquel 24 de marzo donde pusieron la foto de algunos y fomentaban que los chicos que estaban presentes los escupieran), el macrismo se ha comportado distinto, civilizadamente se diría, sin el pecado de la soberbia. Ejerció el respeto sin chistar.
Nadie puede quejarse de sus buenos modales y haber respetado las reglas de juego de las instituciones. Y eso que no es fácil ejercer el poder si la Casa Rosada tiene al Parlamento en manos de una oposición cerril y si la Corte Suprema se corta por su lado y sin querer o queriendo agudiza los desequilibrios presupuestarios del Estado.
El discurso mostró esa grieta profunda que divide al país, sin posibilidades de solución en el mediano plazo. Que Cristina Fernández, a quien el propio Gobierno ensalzó como candidata, siga teniendo un 30% del caudal de votos demuestra que no solo falló la comunicación del Gobierno en mostrar lo negro del pasado, en subrayar los hechos delictivos, sino también una faceta de endiosamiento que no se borra, pese a la corrupción extrema.
El Gobierno insiste en que todo se revertirá en cuestión de meses. La asignación por hijo, que sube 46% en marzo, más un retoquecito en los haberes jubilatorios y un apaciguamiento de los sindicatos a través de paritarias razonables ayudarían a que la gente tenga mejor cara cuando transita por las ciudades del país. ¿Es posible?
Por segundo año la actividad económica insiste en caer, junto con el consumo privado. La situación industrial es una lágrima (dos plantas automotrices cierran sus fábricas durante todo marzo, conservando a empleados con el 70% de su salario). En diciembre pasado el nivel de producción industrial había caído un 50 por ciento.
Volver a la normalidad no es tarea sencilla mientras la inflación amenaza con proseguir a tasas altas (cerca del 40% este año) y el consumo se paralizó en gran parte porque a los argentinos no les sobra dinero en el bolsillo.
Es casi seguro que el Producto Bruto Interno se achicará en estos primeros meses del año casi un cinco por ciento. Y los aumentos en los sueldos por las paritarias pueden no compensar el desgaste de la primera mitad de este año.
El Gobierno se aferró a la imagen de que estamos mejor que en el 2015. ¿Lo dirá por el préstamo del Fondo Internacional? Porque por el resto todo es escaso y parte de la ciudadanía se siente defraudada. No estamos mejor. Basta echarle una mirada al nivel de pobreza del 30%, y a los industriales y comerciantes clamando por la formulación de nuevas políticas que movilicen al país y los saque del pozo.
Más: No es cierto que en dos años y medio de macrismo la economía fuera exitosa. En ese tiempo la actividad no creció sino que se derrumbó un dos por ciento. Y no hay que insistir demasiado en que en algún momento la Casa Rosada derrotará a la inflación. El promedio mensual de inflación en el tiempo de Macri presidente es mayor que en las discutibles actuaciones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. No hubo baja inflacionaria con Macri. Cada economista con su librito advertía sobre el déficit fiscal, pero también descuidaba otras razones que fomentaban el crecimiento de los precios, como la falta de fe en el futuro.
De ahora en más el Gobierno deberá preocuparse por la recaudación fiscal que por la recesión está caída. El déficit financiero proseguirá. Y la deuda pública supera con creces los 200 mil millones de dólares.
La carrera por la presidencia recién empieza. Veamos quiénes serán los conductores y cuántas curvas evitarán.
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