El autor es ex vicecanciller de la Nación.
El acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido consta de 185 artículos y tres protocolos adicionales relativos a Irlanda del Norte, Chipre y Gibraltar. El instrumento con España, bajo el paraguas sobre la cuestión de la soberanía de Gibraltar, incorpora un marco inédito de negociación para establecer una cooperación en temas prácticos. Para Madrid es el primer paso en un proceso de largo aliento, ya que los tiempos previstos se extienden por un período de transición hasta marzo del 2020. Este plazo, que podría ser prorrogado, España cree que no se aplicaría al Peñón de mantenerse la negativa británica en materia de soberanía.
En ese caso, a partir del 2020, Gibraltar quedaría aislada, mientras el resto del Reino Unido podría eventualmente seguir con otro estatus. En teoría, España utilizaría la basa diplomática extraordinaria dada por el derecho de veto otorgado en las directrices del Consejo Europeo en abril del 2017. Sin embargo, la historia suele demostrar la distancia que suele existir entre la teoría diplomática y la realidad de las circunstancias.
El tiempo dirá si España ha desperdiciado una oportunidad única para ir más allá en los reclamos históricos o se encuentra encaminada a desarrollar un proceso que incluiría ulteriormente la cosoberanía de Gibraltar. Quizás España no tuvo otra opción y las limitaciones estuvieron determinadas por las urgencias europeas para cerrar el Brexit. La Unión Europea difícilmente haya dado a Madrid demasiado espacio para ejercer en estos momentos el derecho de veto. Para Bruselas, en el caso de que hubiesen presionado sobre Gibraltar con una posición más frontal, Londres habría abandonado la mesa de la negociación con la Unión Europea, dejando que el fracaso fuera responsabilidad europea y no británica.
Lo concreto es que España adoptó una actitud pragmática y, consecuentemente, menos ambiciosa. El fundamento español gira en torno a establecer un clima de confianza con Londres que desemboque en una nueva relación bilateral que permita alcanzar acuerdos mayores. Ese eufemismo presupone crear mejores condiciones para la negociación de fondo, que es, en definitiva, la soberanía de Gibraltar. Sin embargo, resulta notable y hasta irónica esa línea argumental, ya que si Madrid necesita afianzar la confianza bilateral tras décadas de asociación comunitaria, pertenencia a una misma alianza militar, además de compromisos de política exterior coincidentes y estratégicos, qué le queda al resto de los países del planeta a la hora de negociar con el Reino Unido.
Las negociaciones entre España y el Reino Unido merecen observarse con atención, ya que muestran, entre otras intenciones, los vericuetos dilatorios tradicionales de la diplomacia británica. Londres logra, en esta instancia, su Brexit sin ceder o discutir siquiera la soberanía sobre Gibraltar. Los temas prácticos acordados, aunque importantes, simplemente mantienen el statu quo político y jurídico.
La situación deja claramente en evidencia que Gibraltar no es para Londres comparable a Hong Kong. También que España no es China. Sin embargo, con el veto que le otorgó la Unión Europea, España pudo haberlo sido al tener una posición privilegiada de negociación. Es de esperar que Madrid sepa aprovechar en el futuro esa carta con más creatividad y audacia diplomática. También que el Reino Unido entienda que el siglo XXI exige a toda la comunidad internacional actitudes menos intransigentes, en particular entre países que comparten una infinidad de valores, principios y propósitos comunes.
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