Guatemala señala el camino a América Latina hacia la normalidad de Jerusalén

Estados Unidos y Guatemala no hacen otra cosa que reconocer a Jerusalén como la legítima capital que es, y siempre fue, de Israel

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La realidad de Jerusalén como capital de Israel es una obviedad que tardaba en ser reconocida por el mundo, pero, tras el paso dado por Donald Trump el pasado 6 de diciembre, Guatemala se suma ahora a un movimiento al que podrían apuntarse más naciones en próximas fechas. Eso a pesar del rechazo a la decisión de Trump expresado por la ONU. Pero Guatemala ya sabe que no es la primera vez que esta organización internacional arremete tendenciosamente contra Israel, así que su presidente, Jimmy Morales, ha elegido una fecha muy simbólica, el 25 de diciembre, día de Navidad, para refrendar su apoyo a Jerusalén como capital israelí. Honduras, que es el otro país de América Latina que votó "no" a la resolución de la ONU contraria a la decisión de Trump, podría seguir sus pasos. También hay que valorar las abstenciones de Argentina, Colombia, República Dominicana, México, Panamá y Paraguay, y así hasta 35 países, algunos de tanta importancia como Canadá o Australia, lo que demuestra que no están tan aislados los Estados Unidos e Israel en el asunto de Jerusalén como han querido vender algunos grandes medios.

"Al final se reconoce lo obvio". Así de contundente se mostró Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, tras declarar que reconocía a Jerusalén como capital de Israel. Así es, esta ciudad santa es la capital de Israel, pero no por mucho recordar lo obvio que es al parecer resulta menos sorprendente para el mundo. La decisión de Trump, secundada por Guatemala, encierra un gesto de enorme simbología, pero es sobre todo un paso muy valiente que sus predecesores en la Casa Blanca no se habían atrevido a dar. Pues ya era hora de dar pasos hacia adelante en torno a un nudo gordiano del conflicto del Medio Oriente y base fundamental para la legitimidad del moderno y democrático Estado de Israel. Sería deseable que la declaración del presidente de Guatemala en este sentido fuera la primera de muchas en América Latina y en el mundo.

Estados Unidos ha sabido sobreponerse a las tremendas presiones ejercidas por parte de los países musulmanes, del mundo árabe y hasta de la Unión Europea para ser fiel a algo a lo que, en virtud de su sólida alianza con Israel, estaba comprometido a hacer desde hace mucho tiempo (en 1995, el Congreso estadounidense aprobó el traslado), pero que no se ha atrevido a realizar hasta ahora. ¿Y si lo que faltaba para avanzar hacia la paz era una decisión valiente como esta? Pues nunca lo sabríamos si no se intenta. Así que, a pesar del mucho ruido diplomático que una declaración como la de principios del mes de diciembre ha traído, merece la pena moverse, porque está demostrado que el inmovilismo que representaba postergar el reconocimiento ad infinitum no daba más resultado que alimentar las narrativas más radicales de las facciones palestinas. Y las palabras de Jimmy Morales son una prueba de que este impulso surte efecto.

Después de todo, ¿qué significa que Estados Unidos reconozca a Jerusalén como la capital de Israel? Pues, como decía Trump en su discurso y hemos subrayado aquí desde el principio, simplemente es reconocer lo obvio. Un valiente gesto hacia la normalidad. Jerusalén es la ciudad capital de los israelíes desde tiempos remotos, unos tres mil años, y es también la capital en la que están las instituciones, los ministerios, los organismos y el Parlamento —la Knesset— del moderno Estado de Israel. Son su pueblo y sus gobiernos los que han decidido fijar en Jerusalén su capitalidad, y ese es un derecho que no se le niega a ningún otro país del mundo. Pero es que, además, en virtud de estos instrumentos democráticos que funcionan en libertad desde esta ciudad, aquí se promueven y protegen derechos fundamentales como en ningún otro lugar del Medio Oriente. El Gobierno y las instituciones de Jerusalén garantizan una vida en democracia para judíos, musulmanes, cristianos, drusos y cualquier otra minoría, sin importar credo o condición, cosa que no sucede en los países de su entorno. Una democracia viva que asienta su fundamento precisamente en Jerusalén.

Así que si Jerusalén es, de hecho y de derecho, la capital de Israel, ¿por qué no habría de asentarse en esta ciudad la embajada de Estados Unidos, su más firme aliado, y la de Guatemala, o la de cualquier otro país que quiera seguir su camino? Esta decisión no significa que Estados Unidos, o el propio Israel, renuncien a trabajar por una solución que traiga la paz al conflicto. Trump ha señalado en su discurso que se compromete a respetar el actual statu quo de la ciudad, es plenamente consciente de las reivindicaciones palestinas y continúa trabajando para favorecer contactos y conversaciones que lleven a un compromiso negociado de las dos partes. Pero hasta que llegue ese momento, Israel funciona como Estado soberano desde 1948 y Jerusalén acoge sus instituciones democráticas (máximo gesto de su capitalidad) desde 1950. Estados Unidos y Guatemala no hacen otra cosa que reconocer a Jerusalén como la legítima capital que es, y siempre fue, de Israel.