Ley de paridad de género: discriminar para dejar de discriminar

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La ley de paridad de género sancionada ayer es un paso enorme en el camino hacia la igualdad de derechos.

Por la misma se establece que las listas de candidatos, a partir de 2019, deben estar conformadas por hombres y mujeres en partes iguales, 50 por ciento y 50 por ciento.

La normativa es clave para otorgarles mayor poder a las mujeres, en una sociedad machista, con una desigualdad de género galopante y plagada de femicidios.

En la sociedad hay cierta resistencia de algunos sectores que consideran que no debe haber cupos. Ni para mujeres ni para nadie.

Son los que dicen que tienen que estar los más capacitados, como si los promotores de la ley de género no quisieran que estén los más capacitados.

Y de paso, vale preguntarse: ¿hasta ahora los candidatos fueron siempre los más capacitados o la inquietud sobre la idoneidad nació de la mano de la sanción del cupo femenino?

Lo que los detractores de la ley ignoran en su discurso es el punto de partida. Porque las mujeres, en casi todos los ámbitos, parten de atrás.

¿Alguien es capaz de mencionar a diez mujeres que ocupen en la actualidad el cargo de CEO de una empresa o la secretaría general de un gremio? Nadie. Sencillamente porque los casos son contados con los dedos de una mano.

Los gobiernos están históricamente conducidos por hombres. El actual, a nivel ministerial, tiene dos mujeres: Carolina Stanley, en Desarrollo, y Patricia Bullrich, en Seguridad.

O sea, de los 23 cargos de ministros —en verdad, 22 ministerios y la Jefatura de Gabinete— solo dos son ocupados por mujeres.

Las mujeres parten de atrás. Es como desafiarlas a una carrera en la que ellas parten del kilómetro cero y los varones del kilómetro cinco. Así lo más probable es que el varón gane. Esa es la diferencia de la que estamos hablando. El punto de partida.

El punto de partida es que estamos en una sociedad machista y expulsiva, que relega a los diferentes. Probablemente no tan machista y expulsiva como otras sociedades de Latinoamérica, pero machista y expulsiva al fin.

Y la manera de modificar esa cultura es a través de lo que se llama la discriminación positiva.

La discriminación positiva lo que combate es, aunque suene paradójico, la discriminación. Lo que busca es incluir, integrar a aquellos que la sociedad excluye, modificar una cultura desigual, reconocer a grupos minoritarios o sesgados.

La discriminación positiva está pensada para igualar las oportunidades de trabajo, de voto y de acceso a la educación. Los cupos, los que mucha gente aún rechaza, tienen ese objetivo.

En empresas privadas y en áreas de la administración pública hay cupos para discapacitados. De otra manera, sin ese cupo, no serían contratados. Quedarían a la deriva.

Los datos son incontrastables. Hoy las mujeres ganan menos que los hombres por hacer el mismo trabajo, siguen siendo relegadas de los cargos jerárquicos y son víctimas de un lenguaje sexista y de prejuicios, como aquel que las califica como "el sexo débil".

Las mujeres están tan relegadas que el cupo del 30 por ciento que rigió desde 1991 hasta hoy se convirtió en un techo y no en un piso. Peor todavía, algunos partidos incumplieron ese cupo femenino en las elecciones.

Y hay ejemplos de algunas organizaciones políticas que pusieron mujeres en la boletas con la condición de que renunciaran a la banca en caso de ganar, dando paso al varón que le sigue en la lista.

O sea, a 26 años de su instauración, el cupo femenino del 30 por ciento no se cumple.

Por eso, llevar ese cupo al 50 por ciento lo que busca ahora es redoblar la apuesta y forzar un cambio cultural en la sociedad.

Y es importante la presencia de mujeres porque son la mitad de la ciudadanía, representan temas que sin ellas podrían faltar en los debates parlamentarios, o que probablemente no se aborden en profundidad.
¿Ejemplos? Temas sobre salud sexual y reproductiva, sobre violencia de género, sobre trata, sobre lactancia, sobre acoso sexual, sobre reproducción asistida, etc.

A riesgo de ser redundante, hay que remarcar que numerosos colectivos necesitan un trato preferencial —aunque sea de manera transitoria— para suplir las desigualdades a las que son sometidos.

Las mujeres, en esta sociedad, son uno de esos colectivos.