Gran Bretaña y el mundo pos-Brexit

Por Marcelo Montes

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Medio mundo no durmió por esperar ansiosamente el resultado oficial de las 4.00 (hora argentina) y el medio restante se despertó con la gran noticia. De manera apretada pero decisiva e inobjetable, la mitad más uno de los británicos ha decidido, en un referéndum, la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE). Más allá de analizar las enormes e inesperadas derivaciones que surgen del hecho, este, en sí mismo, encierra particularidades dignas de analizar.

En primer lugar, contrariamente a lo que predecían una vez más las encuestas y el propio primer ministro británico David Cameron, cuando adelantó de modo audaz la fecha de la consulta popular al creer que la ganaría, acicateado por el triunfo del "no" a la separación escocesa, en septiembre de 2014, los votantes británicos decidieron el Brexit. Este tiene todas las características de un nuevo Cisne Negro: inesperado y de consecuencias devastadoras. El evento se inscribe en una marea de sucesos sorpresivos y sorprendentes que vienen ocurriendo en la arena internacional y que amenazan con continuar en diferentes lugares del globo. Si existe alguna semejanza, es con la decisión de Mijaíl Gorbachov de terminar con la Guerra Fría, en los ochenta, lo que arrastró en poco tiempo a la caída del propio Gorbachov y su Imperio soviético o, mucho más atrás en el tiempo, con el fin del patrón oro. Son movimientos cataclísmicos, tectónicos, que se sabe dónde y cómo empiezan pero nunca dónde y cómo terminan.

En segundo lugar, la decisión electoral sucedió en un contexto de hechos precedentes que, sin embargo, parecen tener cierta concatenación a través de dos factores comunes. Por un lado, un discurso antielitista, contra el establishment (político y empresarial-financiero), aunque sea liderado por aristócratas o millonarios, como el ex periodista del Daily Telegraph y ex alcalde conservador de Londres (2008-2016), Boris Johnson y el propio candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump. Por el otro, en ausencia de ideologías sólidas, su reemplazo por una oleada nacionalista, que anticipa movimientos xenófobos, racistas, autárquicos y de "destino manifiesto" (Britain First, America First, etcétera), algo semejante a lo vivido por el mundo occidental en los años treinta del siglo XX. Paradójico es que quienes hoy se hallan a la vanguardia de las masas sean conductores marginados o en la periferia de sus respectivos sistemas políticos, con discursos conservadores o neoconservadores, arrinconando a liberales e izquierdas del lado perdedor de la historia. Todo ello, hoy, ocurre con el peso de los votos. Las clases populares, de manera algo desordenada y a veces hasta incongruente y facilista, actualmente votan por los Johnson, Farage, Le Pen o Trump, en contra de la inmigración, de políticas públicas ortodoxas en el campo fiscal, de burocracias centralistas e impersonales como las de Bruselas o Washington, alejadas de la realidad, que no necesariamente reditúan en favor de aquellas, de subsidios o enormes transferencias regresivas de dinero, etcétera.

Claramente, los más viejos y hombres votan a favor de este tipo de políticos y políticas; los más jóvenes y las mujeres optan por salidas "civilizadas" y "cosmopolitas". La tentación populista parece retroceder, aunque no tanto en América Latina, pero adelanta posiciones de modo vertiginoso en el mundo occidental desarrollado.

En tercer lugar, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea no será rápida; puede demorar algo o bastante, según opere sobre ella la pesada institucionalidad de Bruselas, pero lo que resulta claro es que nadie, en adelante, podrá subestimar el peso de los votos de anoche, con lo que el resultado operará sobre las cabezas de los negociadores, tanto británicos como europeos.

Vamos a las consecuencias, que serán enormes, aunque no sólo en el plano financiero y comercial. La economía británica ya no es lo que era en los años treinta y mucho menos después de los ajustes thatcherianos. Londres es un centro financiero de fundamental relevancia para Europa, pero también depende de esta, al igual que el comercio de las islas. Los vínculos militares y culturales con Estados Unidos existen, ídem con los emergentes, como China, India y hasta la propia Rusia, pero la globalización, para el Reino Unido, pasaba sustancialmente por la UE. La creencia de que China e India pueden sustituir al bloque de Bruselas es tan ingenua como la creencia del presidente ruso Vladimir Putin de que el gas europeo puede ser reemplazado por la demanda china.

Esta decisión de salida afectará demasiado a la libra esterlina, al estilo del golpe de Soros contra el Banco de Inglaterra, en 1992, pero también dañará las exportaciones británicas y prácticamente aislará comercialmente a las islas. Habrá migración de capitales a la bolsa de Frankfurt, pero también más de un yuppie británico perdidoso imitará la conducta del personaje de Russell Crowe en la película de hace una década, Un buen año.

La política, incluyendo la faz institucional-estatal, también puede salirse de su eje. No sólo Cameron pasa a engrosar las filas de los desocupados en octubre próximo: seguramente, Boris Johnson, Theresa May, Michael Gove, Priti Patel y hasta Neil Farage pasarán a pelear los espacios de poder de una Gran Bretaña más nacionalista y cerrada, con todo lo que ello conlleva en términos de pérdidas de cosmopolitismo y multiculturalidad. Con una Londres convertida en una isla dentro de las islas, dirigida por un abogado musulmán descendiente de pakistaníes, Sadiq Khan.

Al mismo tiempo, el futuro del Reino Unido pende de un hilo. A pesar de que en la vereda de enfrente de Inglaterra y Gales, Escocia e Irlanda del Norte fueron fieles a la permanencia en la UE, precisamente, este resultado vuelve a estimular las ansias de los escoceses de alejarse por fin de los ingleses y tender puentes de dependencia con Bruselas. Un nuevo referéndum escocés destinado a revertir el resultado de 2014, ya con los laboristas, por conveniencia, y los neoconservadores, por convicción, apoyando la secesión, prácticamente significa el fin de la unión trabajosa pero también coercitivamente lograda en 1701.

Por último, el efecto dominó o cascada del Brexit, más allá de las vigentes por no mucho tiempo fronteras británicas. Trump no es bien recibido en Escocia, por daños colaterales de sus inversiones y la solidaridad con sus cuestionados mexicanos, pero recibió con regocijo el voto británico porque se ilusiona con sus réplicas en Estados Unidos.

Las elecciones españolas del domingo también cuentan con componente Brexit en los catalanes, pero también en no pocos votantes de Podemos y hasta algunos del Partido Popular, que puede ganar. La oleada populista puede seguir al interior de cada país europeo, con manifestaciones que hemos visto ya a nivel local en Francia, Italia, Alemania, etcétera. Desde el Kremlin, Putin sigue atento a la dinámica tectónica europea: le conviene una Europa débil, que levante sanciones ahora o a fin de año, para dejarla más aislada a Ucrania y sin atractivo para la oposición doméstica proeuropea y derechos humanos; pero tampoco en exceso, porque puede dañarlo en la faz comercial energética.

Para Argentina, el Brexit tiene una lectura ambigua. Para quienes se ilusionan con una Gran Bretaña más débil y ya sin la UE respaldándola, capaz de negociar por Malvinas o con los españoles, Gibraltar, cabe no subestimar el componente nacionalista e imperialista inglés. Con la pérdida de los escoceses en el mediano plazo y aferrados sus nuevos gobernantes, como nunca antes, a la flema inglesa herida, por lo que no necesariamente una Inglaterra aislada supondría mayor flexibilidad negociadora, sino lo contrario.

Es que la historia ha mostrado muchos ejemplos de países que se suicidan porque no pueden asumir simplemente que ya no son lo que eran. La Inglaterra que emerja de una Gran Bretaña ya hecha añicos no tiene por qué ser la excepción. En este aspecto, además, si estamos ante una era iliberal, con tanta fragmentación y populismos, algo parecida a los años treinta, previa a los grandes totalitarismos europeos, bien vale recordar la frase de Karl Marx: "La historia se repite, primero como tragedia y luego, como farsa".

 

@marceloomontes

 

El autor es doctor en Relaciones Internacionales (UNR), integrante de la Fundación Libertad de Rosario.