Los gases, la muerte y la “pichula” de Vargas Llosa: tres claves del último cuento del Nobel de Literatura

La editorial Leamos publicó “Los vientos”, del autor de “La ciudad y los perros”, en el que desmenuza la vejez, la decrepitud del cuerpo y la pérdida de la memoria. ¿Qué pistas dio el escritor peruano sobre su reciente separación con Isabel Preysler? El cuento es de descarga gratuita en la plataforma Bajalibros.

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La editorial Leamos publicó "Los vientos", cuento que Mario Vargas Llosa escribió en 2020 y que al que se leyó resignificado tras su separación con Isabel Preysler.
La editorial Leamos publicó "Los vientos", cuento que Mario Vargas Llosa escribió en 2020 y que al que se leyó resignificado tras su separación con Isabel Preysler.

“Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz, escribe el peruano Mario Vargas Llosa en su último cuento, Los vientos.

Escrito a fines de 2020 y ahora publicado en exclusiva por Leamos, podría decirse que este relato de poco más de 50 páginas adelantó la reciente y tan comentada separación del Premio Nobel de Literatura peruano de Isabel Preysler, con quien estaba en pareja desde 2015. En “Los vientos”, que puede descargarse gratis en Bajalibros, el narrador es un anciano que recorre un Madrid distópico y futurista mientras rememora -o, al menos, eso intenta- un pasado que se le escapa.

Y es que a este hombre, que vive en el mismo barrio céntrico de Madrid donde Vargas Llosa se instaló en junio (meses antes del anuncio oficial de la ruptura con Preysler), el cuerpo le falla: de la memoria al intestino. Es una “ruina humana”, una reliquia viviente de un tiempo distinto, que se niega a aceptar el rumbo que el mundo está tomando. “He vivido demasiado para importarme que me digan fósil, ludita, o ‘irredento conservador’. Lo soy y lo seguiré siendo mientras el cuerpo aguante (no creo, dicho sea de paso, que por mucho tiempo más)”, escribe.

El narrador, de más de cien años, se pierde en ese Madrid distópico después de ir a una manifestación en protesta del cierre de uno de los últimos cines de la ciudad: “Sentí algo extraño en la cabeza, algo que pasó luego a recorrerme todo el cuerpo, como un escalofrío. Era una sensación extraña. Me palpé de manera disimulada y tuve la impresión de que nada me había ocurrido ni en la cabeza ni en el cuerpo. ¿Qué había sido aquello entonces? Y, por primera vez y con creciente angustia, comprendí exactamente lo que me había pasado: no sabía cómo volver a mi casa. Había olvidado la dirección”.

En “Los vientos”, Vargas Llosa desmenuza, con humor, ironía y una dura mirada crítica, los avatares de la vejez en un mundo que, en las antípodas del que el narrador conocía, está cambiando a pasos agigantados. ¿Cuánto hay de la vida real del autor en esta ficción? ¿Qué pistas dio, al momento de escribirla, sobre su relación con Preysler? ¿Cuál es la explicación -entre humorística y escatológica- para el título del cuento?

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“Los gases”

Fui a la manifestación por la clausura de los cines Ideal, en la Plaza de Jacinto Benavente y, apenas acababa de comenzar, me sobrevino uno de esos vientos intempestivos que ahora me asaltan con frecuencia. Pero nadie se dio cuenta a mi alrededor”, escribe Vargas Llosa al comienzo de su último cuento.

En las primeras páginas, el narrador comienza a dar pistas sobre estos “vientos intempestivos” que, como el lector no tardará en entender, no son más que gases, flatulencias que asaltan al personaje principal en situaciones estresantes: “En la librería del vejete tuve un viento que no pude disimular. Nadie le dio importancia, salvo Osorio, por supuesto, que sonrió con una de sus sonrisas luciferinas y movió por un instante, disgustado, las aletas de su nariz”.

A medida que avanza la trama, la sutileza se deja de lado cuando los “vientos” se vuelven “barro” y, no desprovisto de una cuota de humor, Vargas Llosa ahonda en la pérdida del control corporal de su personaje: “Cuando descubrí que mi calzoncillo estaba lleno de caca, me embargó una gran tristeza. Había sentido los vientos, por supuesto, pero no que se me salía la mierda. Había desbordado el calzoncillo y manchado las piernas. Estaba convertido en el hombre-caca, del culo para abajo. Sentí mucho asco de mí mismo”.

Mario Vargas Llosa estuvo casado por 50 años con Patricia Vargas Llosa, madre de sus tres hijos, de quien se separó en 2015 cuando inició su relación con Isabel Preysler.
Mario Vargas Llosa estuvo casado por 50 años con Patricia Vargas Llosa, madre de sus tres hijos, de quien se separó en 2015 cuando inició su relación con Isabel Preysler.

“La pichula”

En 1965, el autor de La ciudad y los perros se casó con Patricia Vargas Llosa, la madre de sus tres hijos, de quien fue pareja por medio siglo hasta su separación en 2015, cuando el escritor inició su relación con Preysler. Después de algunos escándalos mediáticos, Los vientos podría dar una pista sobre los sentimientos de Vargas Llosa tras su divorcio.

Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. (...) Abandonar a Carmencita es un episodio que me atormenta todavía. Nunca más volví a verla (...). Nunca he podido recordar el nombre de la mujer por la que abandoné a Carmencita”, escribe. Si nos dejáramos llevar por las similitudes del cuento con la vida real del autor, Carmencita sería Patricia y Preysler, la mujer cuyo nombre no logra recordar.

“Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que sólo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena. Ella nunca me perdonó, por supuesto, jamás pude amistarme con ella (...). Es el único episodio de mi remoto pasado que mi memoria no ha olvidado y que me atormenta todavía. Todas las noches, antes de dormir, pienso en Carmencita y le pido perdón”.

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“La muerte”

Más allá del humor y los escándalos amorosos con los que se lo podría asociar, el hilo conductor de Los vientos es la decrepitud del cuerpo, la pérdida -en particular, la de la memoria, que define como “esa legañosa ciénaga”- y, en última instancia, la muerte.

Mientras el narrador va perdiendo sus últimos puntos de contacto con un mundo que, por sus vertiginosos cambios, ya le es ajeno y desconocido (se queja del cierre de cines, librerías y bibliotecas, así como de la adicción a las pantallas, la imposición del vegetarianismo y la asepsia de las nuevas generaciones ante el sexo), también va perdiendo el control sobre su propio cuerpo.

¿Había venido por aquí? Seguramente, aunque no lo recordaba. ¿Era la primera vez que tenía una pérdida de memoria tan seria? Probablemente. Ni siquiera me acordaba de eso, tampoco”, escribe. Ante cualquier esfuerzo o atisbo de nervios, su cuerpo le pasa factura: “Sentía mi corazón latiendo fuerte en el pecho y pensé inmediatamente en el infarto. Pero a los pocos minutos me calmé: era una falsa alarma”.

Así, a medida que el cuento avanza, el narrador se encamina hacia una muerte inevitable a la que, de todos modos, no parece temerle. Podría decirse que hasta es un alivio. Sin fe en el rumbo del mundo, el anciano logra regresar a su pequeño y humilde cuartito -su único refugio- y, más que lamentarse, impera en él un sentimiento de curiosidad ante la muerte, como si finalmente se le revelara el único secreto que, después de tantos años, le queda por descubrir.

Los latidos de mi corazón aumentaron. Para poder respirar debía tener la boca abierta todo el tiempo. En la oscuridad del cuartito, pensé, asustado: ‘¿Me voy a morir?’. Lo había pensado muchas veces, sobre todo en los últimos tiempos, cada vez que tenía un malestar”, escribe. Hay que leer el cuento hasta el final para conocer la respuesta.

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