Julián López y su iluso “Frankenstein” que pretende “librar al mundo de la enfermedad y la pobreza”

En su nueva novela, “El bosque infinitesimal”, el autor de “Una muchacha muy bella” y “La ilusión de los mamíferos” hace una parodia del higienismo y la medicina situada en la Europa del Este de fines del siglo XIX. Esta vez, su excepcional prosa viene sumada a una sorprendente cuota de humor y referencias pop.

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Julián López, autor de “Una muchacha muy bella”, publicó su esperada tercera novela, “El bosque infinitesimal”, una historia gótica de dos médicos del siglo XIX que secuestran a un vagabundo para hacer experimentos. (Adrián Escandar)
Julián López, autor de “Una muchacha muy bella”, publicó su esperada tercera novela, “El bosque infinitesimal”, una historia gótica de dos médicos del siglo XIX que secuestran a un vagabundo para hacer experimentos. (Adrián Escandar)

La nueva novela de Julián López está en las antípodas de sus dos anteriores. Lejos de la Argentina en la que ambas transcurren -en la moderna, en el caso de La ilusión de los mamíferos, y en la de la última dictadura, en el de su debut Una muchacha muy bella-, la historia de El bosque infinitesimal acontece en la lejana Europa del Este de fines de siglo XIX.

En esta novela publicada por Random House, un médico, su anciano tutor y su obediente asistenta secuestran a un vagabundo “de porte monumental” con el tan iluso como difuso cometido de librar al mundo de la enfermedad y la pobreza, que son para el protagonista dos caras de una misma moneda. El bosque infinitesimal es una parodia al higienismo que moldeó los albores del siglo XX en la que además, tal vez por primera vez en su obra, López se da el gusto de explorar el humor a sus anchas.

En una entrevista con Infobae Leamos, López comentó sobre la inspiración detrás de su nuevo libro: “El siglo XX, tan alucinante, con ese despliegue de la ciencia y la técnica, también es Auschwitz, también es la dictadura argentina. Es el siglo de las masacres, ¿no? Tenés el discurso lumínico y resplandeciente de la ciencia con sus jabones para lavar cada vez efectivos mientras hay, también, cada vez más pobres en el mundo”.

Un dato llamativo es que El bosque infinitesimal podría haber sido la primera novela de López, mucho antes de la llegada de su exitoso debut narrativo, Una muchacha muy bella, en 2013. Según aclaró, a fines de los 90 había empezado a escribir la historia de este médico pero, como sus amigos no captaron su tono humorístico y paródico, abandonó esas 80 páginas que tenía en una casilla de correo que, luego, olvidó.

En plena pandemia, el autor recordó la existencia de esta disparatada historia y, lejos del pudor que suele generar la propia escritura tras el paso de los años, al leerla se rió. Así, se aventuró a continuarla y, después de dos décadas, finalmente publicar esta novela en la que, además de presentar esa preciosísima prosa a la que ya nos tiene acostumbrados, Julián López trae una cuota de humor inusitada, sumada a una sutil pero inteligente crítica a la medicina, la academia y el orden “natural” de las cosas.

“El bosque infinitesimal” (fragmento)

infobae

Dormiens Diurnae Vespertilio

Giré en el sitio mientras las tormentas se abatían, mientras una calma absoluta reinaba sobre el mar, sobre las tinieblas. Parado en ese puente de piedra miré hacia abajo, por entre la bruma de mis pies se alzó un murmullo celular, desde un fondo de existencia inadvertida, inmemorial, se alzó. Magnífica.

Aleteando lenta y furiosa, ondulando esas inmensas láminas de carne translúcida surcadas de várices cerúleas, esas alas conquistadas por montículos de garrapatas gordas, tumores llenos de plasma a punto de explotar como estanques pútridos, movidas por brazos musculosos y cubiertos de un vello húmedo que se alargaban hasta una uña descomunal que arañaba las paredes para escalarlas. Aleteando magnífica, lenta y furiosa, una enorme murciélaga albina sacudía la testa y gritaba desesperación.

Su ceguera fija en mí, dos rubíes de brillo espeso exactos a mis pupilas, los belfos también ondulaban desorganizados por los alaridos en una boca de pelambre alba y ensalivada, de colmillos finos y oblongos.

Su cuerpo larguísimo ascendía frente a mí, un organismo blanquecino subía hacia una radiación mayor que habilitaba niveles de vitalidad o de carga mortuoria, una radiación que administraba permiso de supervivencia e inapelable agonía.

A medida que la mamífera se elevaba, aparecían las crías, pequeños parásitos de la misma carne que se sacudían por los espasmos suculentos de esa madre harta. Del pecho del animal, de clavículas salientes y esternón marcado, colgaba una docena de engendros que mordían con fuerza para sujetarse a los pezones de las ubres que las mantenían con vida.

Todo el orden mammalia ante mí, doscientos millones de años concentrados en el organismo de una madre furibunda y agotada. Mamas y odio, alimento y odio, alimento y hartazgo, nutrición y venganza. Venus retrógrada, evolución inversa. Luna menguante.

La albina profería un grito silente, continuo, una frecuencia ensordecedora que hacía estallar los tímpanos de las crías con estertores descontrolados mientras el vaivén furioso las debilitaba más y más.

Aunque terminó siendo su tercera novela, "El bosque infinitesimal" podría haber sido su primer libro, puesto que lo empezó a fines de los 90 pero lo abandonó tras comentarios negativos de sus amigos. (Adrián Escandar)
Aunque terminó siendo su tercera novela, "El bosque infinitesimal" podría haber sido su primer libro, puesto que lo empezó a fines de los 90 pero lo abandonó tras comentarios negativos de sus amigos. (Adrián Escandar)

Primero empezaron a desprenderse una a una las garrapatas. Desde las profusas colonias salían despedidas y se estrellaban contra las paredes. Las alas de esa bestia ondulaban con una virulencia monumental que a la vez las lentificaba, todo el salón ondulaba, todo el puente ondulaba, el cubo, en cambio, permanecía. Yo permanecía.

Las alas se agitaban en cada embestida hasta el despliegue total. Brazos y hombros, trapecios y deltoides, bíceps y tríceps de ese monstruo eran construcciones mortíferas, capaces de sacudirse hasta los parásitos inmateriales.

Y los deseos. Y la necesidad. Y la carencia.

La masa de vástagos comenzó a emitir densa, sólida, inaudible, todas a la vez en el vaivén enloquecido mordían las ubres ya no para alimentarse, las mordían con la brutalidad del que bruxa por su vida, por sobrevivir a una madre arrojada al impulso de asesinar a su prole. Las crías sellaban sus mandíbulas con mordidas que desgarraban los tejidos proteicos de esos pezones y salían despedidas como las garrapatas. En la caída soltaban el bocado de carne y, por los agujeros, un reguero de sangre y leche fluía desde esa hembra liberada. Una a una las crías volaron a estamparse sobre las lápidas de esas paredes.

Cuando la última estuvo muerta y reventada, el motor iracundo que movía a la hembra comenzó a bajar las revoluciones y todo se hizo grave, ese cuerpo necesitaba detener la agitación para que el corazón bombeara con menor violencia y los agujeros en las ubres comenzaran a bordar las proteínas de su cicatrización e interrumpieran el desagote de plasma y leche.

La ondulación comenzó a serpentear más plástica y más amable.

Todo era una charca de humores y cadáveres. Todo quedó en suspensión.

Todo comenzó a orbitar alrededor del sueño.

Quién es Julián López

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina en 1965.

♦ Es escritor y profesor.

♦ Escribió libros como Una muchacha muy bella, La ilusión de los mamíferos y Meteoro.

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