El mítico hotel neoyorquino que “liberó a las mujeres” y hospedó a Grace Kelly, Sylvia Plath y Liza Minnelli

“El Barbizon”, de Paulina Bren, cuenta el largo recorrido del hotel exclusivo para mujeres por el que pasaron desde Joan Didion hasta una sufragista sobreviviente del Titanic. En esta entrevista, la autora cuenta la importancia de rescatar su historia, lo difícil que fue reconstruirla y qué icónica escena de la literatura estadounidense transcurrió en su terraza.

Compartir
Compartir articulo
Una de las terrazas del Hotel Barbizon, exclusivo para mujeres, en el que se hospedaron figuras como Grace Kelly y Sylvia Plath antes de volverse famosas.
Una de las terrazas del Hotel Barbizon, exclusivo para mujeres, en el que se hospedaron figuras como Grace Kelly y Sylvia Plath antes de volverse famosas.

Durante más de cinco décadas, jóvenes mujeres del interior de Estados Unidos bajaban de un taxi en la esquina de las calles 63 y Lexington cargando una valija con ropa especialmente elegida para una temporada en Nueva York que prometía la concreción de sus más grandes aspiraciones y sueños.

Mientras tanto, en uno de los numerosos corredores entre las 720 habitaciones del famoso Hotel Barbizon para Mujeres, una estudiante de actuación bailaba en topless sobre la alfombra. Unos años después, esa joven iba a convertirse en la respetable Lisa Fremont de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock y, un poco más tarde, en la vida real, iba a ser la Princesa de Mónaco.

En el mismo hotel, en junio de 1953, una angustiada Sylvia Plath de veinte años se desvelaba con su amiga Janet Wagner en otra de las habitaciones. La noche anterior a su regreso a casa, subió a la azotea del edificio para entregar su ropa al viento, arrojándola por encima de la baranda. Diez años después de su estadía en el hotel, Plath publicó La campana de cristal, una novela basada en su experiencia como pasante de la revista Madmoiselle, que alojaba allí a las jóvenes estudiantes que empleaba como “editoras invitadas”.

Desde su inauguración en 1928 y hasta 1981, el Hotel Barbizon fue testigo de las ambiciones de distintas generaciones de mujeres estadounidenses que habían empezado a votar en la década del ‘20 y que llegaban masivamente a Nueva York desde todo el país en busca de desarrollar sus talentos para la actuación, la música, la pintura, el modelaje o sus habilidades para la mecanografía y la taquigrafía.

En "El Babrizon. El hotel que liberó a las mujeres", la autora da cuenta de cómo el contexto social, político y cultural estadounidense fue moldeando la estructura del hotel con el transcurso de las décadas.
En "El Babrizon. El hotel que liberó a las mujeres", la autora da cuenta de cómo el contexto social, político y cultural estadounidense fue moldeando la estructura del hotel con el transcurso de las décadas.

Si bien no fue el primer hotel residencial exclusivamente femenino en la ciudad, el Barbizon logró permanecer en el imaginario estadounidense como el más icónico, el único que, según la historiadora Paulina Bren, autora de El Barbizon. El hotel que liberó a las mujeres, “sobreviría al resto porque, en parte, se lo asoció a mujeres jóvenes y luego, en la década del ‘50, además de jóvenes, a mujeres hermosas, deseables”.

Sus huéspedes llegaban para estudiar el secretariado en la famosa escuela de Katharine Gibbs, que reservaba un piso para sus alumnas, pero también para estudiar en la Academy of Dramatic Arts (Academia de Artes Dramáticas) o para convertirse en una modelo de la agencia Powers o Ford.

Para su propia tranquilidad y la de su familia, el hotel aseguraba respetabilidad y seguridad a la clientela, siempre bajo la protección del portero Oscar y de la estricta recepcionista. Entre las numerosas anécdotas, por ejemplo, Judy Garland llamaba cada tres horas para verificar que su hija Liza Minelli, que también se alojó allí, se encontrara bien.

La investigación de Bren abarca, en orden cronológico, la historia del edificio hasta convertirse en un moderno complejo de departamentos de lujo en 2007, siempre a través del paso por sus habitaciones de actrices, escritoras, modelos y cantantes, deteniéndose en los nombres célebres como el de la sufragista y sobreviviente del Titanic Molly Brown; las escritoras Joan Didion y Barbara Chase-Riboud, quizá la primera residente afroestadounidense; Jacquelyn Smith de Los Ángeles de Charlie; Ali McGraw de Love Story, pero también en aquellas mujeres anónimas que querían experimentar –al menos por algunos años– una vida independiente, sin olvidar la historia de las últimas clientas que, al amparo de una ley de control de alquileres, logró garantizar sus derechos de inquilinas y mantener sus habitaciones a precios congelados a pesar de los sucesivos aumentos y del cambio de categoría del edificio.

El texto da cuenta de las múltiples contradicciones que sus residentes fueron atravesando durante los locos años ‘20, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y el maccarthismo de los años ‘50. A partir de los años ‘60, la clientela se hizo más ecléctica y menos exclusiva. En los años ‘70 cayó drásticamente la ocupación hasta que, a principios de los ‘80, el hotel tuvo que transformar su propuesta para aceptar por primera vez residentes varones y parejas.

infobae

-¿Cómo decidiste escribir la historia del Barbizon?

-Ciertamente, quien vive Nueva York o sus alrededores ha oído hablar del Hotel Barbizon para Mujeres. Y, por supuesto, la referencia más famosa es La campana de cristal, [la novela autobiográfica] de Sylvia Plath. Cuando lo estaba leyendo, especialmente el momento en el que Esther, la protagonista, sube a la azotea de ese hotel -que ella llama “Amazon”- y tira toda su ropa desde ahí arriba. Pero no solo me interesaba ese momento, sino el hotel donde algo así podía ocurrir.

Otro aspecto tiene que ver con que en Nueva York siempre estás buscando ese lugar asequible para vivir y que es la idea detrás de un hotel residencial -solía haber muchos en los años ‘20-, pero había uno al que una joven que no conocía la ciudad podía llegar con un taxi desde Grand Central o Penn Station: el Hotel Barbizon. Y no era barato, pero tampoco era impagable. Esas fueron las motivaciones. Y pensé que, al ser un hotel famoso, iba a encontrar registros de archivo. Pero no fue el caso para nada.

-¿Por qué?

-Tenemos aquí la New York Historical Society (la Sociedad Histórica de Nueva York), que guarda archivos de todos los hoteles de la ciudad. Cuando fui a pedir el del Barbizon sólo había unas fotocopias de artículos del New York Times. Y eso en sí mismo, para mí, es muy significativo porque, al escribir sobre la historia de las mujeres, encuentro en los archivos grandes ausencias. Por supuesto, fue un accidente. Este hotel fue remodelado y re-remodelado y nuevamente remodelado, por lo cual probablemente se desechó algún gabinete conteniendo documentos, los registros de los huéspedes, cartas, ese tipo de cosas que los historiadores quieren desesperadamente.

Pero por otro lado, ¿por qué nadie impidió que esos materiales se tiraran? Probablemente no se consideró un material importante. Era un hotel para mujeres jóvenes y, aunque muchas de ellas se hicieron muy famosas más tarde, seguía siendo solo eso. Ahora bien, ¿por qué decir que no significa nada históricamente? Fue deprimente, especialmente como profesional que tenía que reconstruir la historia el hotel sin las fuentes que desesperadamente necesitaba. Así que la investigación tardó un tiempo. Y una de las cosas que yo ya sabía es que, una vez que el libro saliera, iba a recibir una avalancha de cartas y correos electrónicos con historias maravillosas, pero yo necesitaba todo eso antes.

-¿Cómo fueron esos mensajes?

-Al final fueron muy encantadores. Muchos de ellos, muy emotivos, de lectoras que decían que, aunque su madre o su abuela no fueran un personaje del libro, el ambiente o la época les hacía sentir que recuperaban a las mujeres de su familia o que las entendían mejor. Recibí también una carta hermosa del actor Tom Hanks –él colecciona máquinas de escribir manuales–, así que envía cartas escritas con estas máquinas y ¡yo recibí una! Era preciosa y contaba que había vivido durante bastante tiempo en la zona y que, al pasar por este edificio, la gente no sabía de su historia.

-Sin embargo, algunas mujeres que se alojaron ahí aún viven.

-Cuando escribís sobre personas que están vivas, la presión para que su historia sea precisa y clara es mayor. Les envié las copias de prueba del libro a las mujeres que había entrevistado y esperé nerviosa a ver qué contestaban. Y fue maravilloso porque dijeron que, si bien había un montón de decisiones de las que se arrepentían, dejaron por primera vez de culparse a sí mismas y pudieron entender sus acciones, su proceso de pensamiento y sus decisiones dentro de la historia más grande de la época en la que les había tocado tomarlas.

Bren contó lo difícil que fue reconstruir la historia del hotel dada la pérdida casi absoluta de cualquier posible material de consulta. Para "El Barbizon", entrevistó a mujeres que, desde la década del 60, se habían hospedado en sus pequeñas habitaciones.
Bren contó lo difícil que fue reconstruir la historia del hotel dada la pérdida casi absoluta de cualquier posible material de consulta. Para "El Barbizon", entrevistó a mujeres que, desde la década del 60, se habían hospedado en sus pequeñas habitaciones.

-¿Cree que el hotel se construyó con una determinada idea de cómo es la mujer independiente?

-Bueno, en primer lugar, el hotel estaba construido muy intencionadamente para mujeres jóvenes con ambiciones artísticas. Desde el principio se construyó con estudios de arte, estudios de música, espacios para actuación. Por supuesto, la caída de la bolsa de 1929 ocurrió un año después de su apertura, pero al inicio fue pensado con una especie de ala cultural, una verdadera puerta de acceso a las artes para estas mujeres jóvenes. Ciertamente se construyó así.

En términos de feminidad, el vestíbulo de la entrada tiene un entrepiso que balconea alrededor de lo que era el lobby del hotel, algo inusual. [Esa estructura] permitía asomarse y mirar hacia abajo, al único espacio donde podían pasar los hombres. Además, se publicitaban como contando con un mobiliario de estilo neo-francés -no muy francés en realidad- que proveía un boudoir (tocador) femenino. Y también los ladrillos de color rosa-salmón que recubren las paredes externas. Estos hoteles fueron construidos en base a su clientela. Desde afuera se ve cierta forma femenina del edificio, que fue muy intencional porque la idea era que podías quedarte tres días, tres años o treinta. Al ser residenciales, se suponía que eran como un hogar.

-¿Cómo era la organización del espacios por dentro?

-Estaban hechos de una manera diamentralmente opuesta a cómo se construye hoy en Nueva York y probablemente en todas partes en el sentido de que los espacios comunes eran enormes, elaborados y hermosos, y luego las habitaciones eran absolutamente diminutas. Todas las mujeres [que entrevisté] me decían que la cama era más pequeña que una cama individual normal. Y esa es la forma en que se construyó, también con la idea de que tu cara es la cara del hotel en el que vives. Y por eso tenías que ser llamativa, genial, profunda y femenina en ese lugar.

-Ser soltera era la condición para vivir en ese hotel. Probablemente los cambios sociales permitieron considerar que había una demanda que no tenía que ver con los grupos familiares.

-Sí, ser soltera en la década de 1920 era algo realmente emocionante. En los años ‘50, era algo aterrador porque tenías que estar casada a cierta edad o te ibas al sector de mujeres solas; quedabas excluida. Bien. Entonces, ¿qué significa en cada una de estas décadas, en cada uno de estos ámbitos, ser soltera en la sociedad y en un hotel que es para mujeres solteras?

-El libro se detiene mucho en las contradicciones que atravesaban a los personajes, como las mujeres que empezaban a tener relaciones sexuales prematrimoniales pero no disponían de medios de anticoncepción.

-Absolutamente. Alguien me dijo que se veía, siempre, como responsabilidad de la mujer: era tu responsabilidad, el asegurarte de que el hombre no te deseara y pasara al acto. Pero se esperaba al mismo tiempo que la mujer joven flirteara. Todo esto ocurría además antes de que la píldora [anticonceptiva] llegue [a Estados Unidos] en 1962. Pero, incluso en aquel momento, tenías que estar casada para poder comprarla.

infobae

-¿Y cómo se entienden estas situaciones en el marco de los Movimientos por los Derechos de la Mujer?

-Para explicarlo de una manera esquemática, en Estados Unidos entendemos que el Movimiento por los Derechos de la Mujer comenzó durante la Segunda Guerra Mundial cuando las mujeres se hicieron cargo de los trabajos de los hombres [en las fábricas]. Luego, en la posguerra, la situación económica de Estados Unidos mejoró, lo que dio lugar a las ideologías de la guerra fría que relegaron nuevamente a las mujeres al hogar, a producir muchos niños y a vivir una vida de alto poder adquisitivo. Pero las mujeres pronto se hartaron y comenzó la Segunda Ola de feminismo, paralelamente a los Movimientos por los Derechos Civiles en los años ‘70.

Dentro de ese tipo de relatos sobre los derechos de las mujeres en los Estados Unidos, es interesante lo intensos que habían sido los años ‘20 y ‘30 en este sentido, que iban en una dirección distinta, cuando las mujeres empezaron a votar: la sensación de que fue ese el momento en que las mujeres llegaron corriendo a Nueva York y entonces abren estos hoteles residenciales para ellas, dando lugar a este deseo, esta necesidad de finalmente tener un trabajo, una vida, incluso si luego de un tiempo se abandonaba para casarse. En resumen, estábamos yendo en una dirección y luego, por supuesto, la Gran Depresión nos hizo retroceder. Pero fue más que nada la prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial lo que nos desvió del camino que se inició en los años ‘20.

-¿Y dónde quedaban las ambiciones de las mujeres mientras tanto?

-El hecho de que las cosas se hayan dado en ese orden no significa que la ambición de las mujeres no haya estado presente en todo momento. Y las mujeres actuaban respecto a esa ambición en tanto les era posible, sorteando tremendos obstáculos, tal vez por un corto período, mientras vivían en Nueva York, tratando de encontrar formas de lograr algún tipo de autorrealización.

-Entonces los años ‘50 fueron fueron una década muy central, no sólo para el Barbizon, sino para las mujeres estadounidenses en Nueva York porque la realidad las hacía retroceder en cuanto a los derechos, pero su forma de pensar ya había cambiado. Luego en los ‘60, sin embargo, este tipo de hoteles comenzaron a entrar en decadencia.

-Absolutamente. Lo que fue progresivo, luego pasó de moda. El hotel sólo permitía mujeres porque, durante gran parte del siglo 20, la única manera de valerse por sí misma para sobrevivir como mujer en la ciudad de Nueva York era bajo el manto de la respetabilidad. Esa era la única forma. Por supuesto, en esa época, la noción de “respetabilidad” era inseparable de la idea de “sólo mujeres-no se permiten hombres”. Una vez que esas nociones de respetabilidad e independencia dejaron de estar vinculadas, por supuesto, el Barbizon quedó obsoleto y, por supuesto, estaba en decadencia, como gran parte de Nueva York.

Una de las anécdotas más destacadas de "El Barbizon" es cómo la célebre Judy Garland llamaba a diario al hotel para asegurarse de que su hija, una entonces joven Liza Minnelli, estuviera bien.
Una de las anécdotas más destacadas de "El Barbizon" es cómo la célebre Judy Garland llamaba a diario al hotel para asegurarse de que su hija, una entonces joven Liza Minnelli, estuviera bien.

-Sentí mucha curiosidad cuando leí que habías entrevistado a las editoras invitadas de Madmoiselle del año 1968, aunque sus testimonios no figuran en el libro.

-¿Por qué no utilicé esas entrevistas? Me sorprendió, pero ya no me sorprende. Muchas de estas mujeres seleccionadas como editoras en 1968 venían de universidades de élite. El Movimiento por los Derechos de las Mujeres comenzó después, en la década de 1970. En 1968, a menos que fueras realmente un activista en un centro urbano, todo lo que estaba sucediendo te resultaba un poco ajeno. Honestamente, es por eso que no los usé. ¡No puedo imaginar haber vivido durante 1968 sin saber lo que estaba ocurriendo en todo el mundo!

Por el contrario, las mujeres que entrevisté de los años ‘50, las que estaban con Plath o Didion, recordaban todo mucho mejor porque [su estadía en el Barbizon] fue un momento muy crucial en sus vidas, un momento en que tuvieron una libertad que la mayoría de ellas no experimentaría hasta dos décadas después, cuando todo se vino abajo y las parejas se empezaron a divorciar: porque casi todas habían tomado la ruta de los años ‘50, de casarse y tener hijos. Pero en aquel momento habían entendido ya las tensiones, la falta de opciones, por un lado; y, por el otro, el de tener, por un breve período, todas las posibilidades frente a ellas. Fue un momento muy significativo para cada una en lo personal y recuerdan mucho los detalles.

Las mujeres de la década de 1960, en cambio, ya estaban pensando de manera diferente, no se sentían tan atrapadas. No era el mismo tipo de momento de libertad absoluta que a su vez te enfrenta a tus propios demonios, que es lo que le sucedió a Plath.

-Las mujeres tenían que desarrollar el secretariado o alguna habilidad artística y hacerlo muy bien, pero además había que mantener determinada pose.

-No bastaba con que hicieras algo y lo hicieras bien y estuvieras entrenada, tenías que mantener realmente un aspecto determinado. El apogeo de Barbizon fue en los años ‘50 y ‘60 cuando se lo conocía como “Dollhouse”. Había muchas modelos y actrices en esa época. Y había reglas muy específicas: tenías que usar guantes blancos y sombrero. También era una época en la que todas y todos vestían mucho mejor. Los hombres también tenían reglas, tenían que usar sombrero. No lo veo como algo americano, pero sí como algo de ese período. Muchas mujeres del Barbizon tenían muy poco dinero y el té gratuito de la tarde era su única comida del día. Si tenían que elegir entre cenar o comprar un sombrero, iban a tener que elegir el sombrero porque no solo había que interpretar el papel de vivir en el Barbizon, también había que interpretar bien el papel de ser mujer en los años ‘50 y ‘60, cuando realmente había un uniforme.

-Por eso es tan significativa la escena de Sylvia Plath entregando su ropa al viento.

-Por supuesto. Fue un momento de crisis nerviosa, pero absolutamente. En sus cartas a su madre, antes de llegar a Nueva York, escribe sobre la ropa que lleva. Ella está creando este vestuario para su estadía en Nueva York, está emocionada y se siente un poco culpable porque es caro, pero dice que lo usará mucho, que es una buena inversión, que tiene que estar a la altura. Ella entiende todo eso con precisión. Y viene armada con ese hermoso guardarropa. Y después, el hecho de que ese vestuario termine siendo tan decepcionante para ella significa que su tiempo en Nueva York no coincide con lo que ella imaginaba. Y es entonces que lo tira sobre los tejados.

SEGUIR LEYENDO: