De la Ciencia Ficción a Beatriz Sarlo: los mejores libros que se reeditan en agosto

Tres títulos del chileno Alejandro Zambra, el bello texto de Elizabeth Taylor sobre la vejez, un ensayo clásico sobre el criollismo y más: los textos que vuelven a las librerías.

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Volver. Grandes libros que se reeditan.
Volver. Grandes libros que se reeditan.

¿Rescate editorial o lluvia de novedades? Si el trabajo del editor es elegir y poner a punto (para servir en bandeja-libro) aquellos textos imprescindibles o valiosos para un momento en un contexto dado, la reedición implica volver a mirar para dar vida (revivir) textos que en su momento marcaron lectores o fueron punto de inflexión en el devenir de la literatura y las ideas.

A cada momento, el editor arma su juego. Es el gran croupier que da, recoge, ofrece, pero no siempre gana porque su movida se despliega a partir de una idea de lo que la literatura (y aledaños) puede y debe ofrecer en determinado momento en un mercado donde hay otros jugadores también. Entre la oferta, la demanda, el gusto y el deseo, el editor propone, edita, se publica, gana o pierde.

Y a veces, acontece el hallazgo: aparece el libro que se torna imprescindible para una generación, para un momento, por un tema, un recurso, una poética, un señalamiento. Y ese libro se lee, se comenta y se agota. Desaparece de librerías hasta que otro editor –otra vez entre el mercado y con su concepción de literatura-, decide reeditar. Otra vez (casi) el mismo juego.

El rescate editorial implica entonces sacar de la sombra del olvido ciertas perlas. Volver a darles luz para que a su vez iluminen los discursos de una nueva contemporaneidad.

Las reediciones de agosto traen relanzamientos súper valiosos. Hay fantástico del bueno (Ursula K. Le Guin), teoría literaria de la mejor y un autor chileno de los favoritos del momento. Pasen y lean, señoras y señores. Para calmar la sed de novedades y detener la lectura acelerada con textos que se revalorizan en su tiempo de maceración.

Los breves de Zambra

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Alejandro Zambra acaba de mover los cimientos de la narrativa del sur del mundo con su novela Poeta chileno (Anagrama, 2020, 421 páginas) y vuelve a las librerías en tres de sus textos fundamentales: Bonsái, La vida privada de los árboles y Tema libre (todos de Anagrama) con un plus: el epílogo de Leila Guerriero, para Bonsái, y de Margarita García Robayo, para La vida privada de los árboles.

En este texto, Robayo dice: “La primera vez que leí La vida privada de los árboles la ubiqué en el grupo de los libros de los que no podía contestar la pregunta ¿de qué se trata? Pero casi enseguida me di cuenta de que este libro excedía- derrumbaba- los criterios de esa categoría – y de cualquier otra-, porque después de terminarlo a nadie se le ocurriría formular esa pregunta. La pregunta no procede, la pregunta no importa.”

También dice: “El libro es una gran conjetura preñada de conjeturas”. ¿Qué pasa en sus páginas? El tiempo. El puro tiempo dilatado entre que Verónica se va y… ¿volverá? Un tiempo en el que se expanden otras historias y otro tiempo. Porque en realidad, la novela despliega en un susurro intimista, un mundo siempre a punto de quebrarse, el borde del tiempo que vendrá.

Mientras tanto, Tema libre, otro de los reeditados de Zambra, agrupa conferencias, notas ensayos, cuentos también: territorios diversos en donde el escritor esgrime su pluma precisa y a la vez delicada, cómplice y amena.

La tercera perla de esta jugada de reedición es Bonsái, una novela que comienza como un suave latigazo: “Al final ella muere y él se queda solo”. Preanuncio que orienta la lectura hacia un punto del que la novela parece (solo parece) distraerse todo el tiempo.

En fin: no se diga más. Porque, como señala Robayo, Zambra es ese tipo de autores que “escribe para llegar a ese lugar que no está hecho de palabras. Y te lleva con él”. Entonces vamos.

Ursula para siempre

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En tiempos de sagas y fantasías rutilantes, bueno sería detenerse a leer a los imbatibles del género. Y Ursula Le Guin siempre cumple. Llega entonces la reedición de El nombre del mundo es bosque (Planeta), una historia potente que sin duda tiene uno de los títulos más hermosos que podrían existir para una novela.

Publicada por primera vez en 1972 como parte de un libro mayor en el que se incluían otros relatos, dotada de una fuerza particular, la novela –que narra la invasión despiadada de un grupo conquistador a un mundo pacífico- no tardó en transformarse en un libro autónomo.

Pero, ¿de qué se trata?

El argumento es simple: los habitantes de Athshea, un mundo pacífico y de leyes sencillas, son conquistados por los yumens, sedientos de sangre. Forzados a la servidumbre, los athsheanos se encuentran a merced de sus brutales amos, hasta que la desesperación hace que tomen represalias contra sus captores.

Pero al defender sus vidas, han puesto en peligro los cimientos de su sociedad, porque cada golpe contra los invasores es un golpe contra ellos mismos. Y una vez que comienza la matanza, no hay vuelta atrás.

Más mundos oprimidos

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Experimental, desconcertante y divertido: Pablo Katchadjian ha publicado varias novelas en las que prueba procedimientos literarios extremos. Este mes vuelve a las librerías Gracias (Blatt y Ríos), publicada por primera vez en 2011, que narra las aventuras de un esclavo que se libera. El narrador de Gracias llega en un barco a una isla, en un tiempo que es y no es el nuestro. Las tareas a las que es sometido y la lucha por la liberación que encabeza son parte de la narración. Pero Gracias no es sintetizable en una trama: la experiencia de leerla revela que es tanto novela de aventuras como novela política, e incluso novela de ideas.

Katchadjian publicó además libros que ponen en juego diversas maquinarias, como La cadena del desánimo (2012), compuesto exclusivamente de citas de citas de los diarios y Mucho trabajo (2011), una novela presentada en una tipografía mínima, casi ilegible a simple vista.

Entre otros experimentos, en El Aleph engordado, Katchadjian aumentó el célebre cuento de Borges hasta llevarlo a más del doble de palabras. El hecho sirvió a la heredera de los derechos de publicación de Borges, María Kodama, para realizar un pleito judicial, alegando usufructo de obra y otros argumentos. La saga judicial –que puede leerse en la Wikipedia de este autor –constituye una aventura borgiana, sin duda, de la historia de la literatura nacional.

Del Martín Fierro a la China Iron y más allá

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Persistencia y transformaciones: la tradición se hereda en cada palabra y en cada silencio, en entonaciones, paisajes, personajes, parodias, escenas, voces. Y el criollismo nos atraviesa y está vigente desde Borges o Leónidas Lamborghini, hasta escritores actuales como Gabriela Cabezón Cámara, Martín Kohan, César Aira. ¿De dónde viene esta veta gauchesca que persiste y a la vez se transforma? En este sentido, resulta más que interesante volver a leer la investigación que en 1988 publicó el profesor Adolfo Prieto, El discurso criollista (Siglo XXI) donde revela la copiosa afluencia de lectores y fans del género gauchesco durante el periodo 1880-1910, en Buenos Aires.

En su trabajo de investigación, Prieto despliega la siguiente hipótesis: la Argentina post Caseros tuvo un indudable éxito en su afán alfabetizador, pero las lecturas hacia las que los alfabetizados se volcaron no fueron las deseadas por los intelectuales más empinados de la época.

Por el contrario, el lector masivo desembocó primero en el Martín Fierro y luego en la denostada saga de novelas folletinescas que inauguró Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez. El éxito espontáneo de esta obra hizo que Gutiérrez produjera otras como Juan Cuello, Hormiga Negra o El Tigre de Quequén, entre los más conocidos.

Así se inició una etapa de abundantes ediciones populares –de novelas en su mayoría, aunque también de versos payadoriles- que se prolongó durante cuatro décadas, con niveles de ventas asombrosos (visto, sobre todo, desde las tiradas actuales).

Por supuesto la intelectualidad oficial y afrancesada de los primeros años del novecientos se movió entre el desdén, el enojo y el “ninguneo” frente a ellas, lo que demuestra el hecho de que el más importante reservorio de estas publicaciones haya sido recolectado por el profesor alemán Roberto Lechmann-Nitsche, que vivió en la Argentina entre 1897 y 1930 y que, tras jubilarse y regresar a su patria, se la llevó, para donarla al Instituto Iberoamericano de Berlín, donde permanece.

"Las aventuras de la China Iron", de Gabriela Cabezón Cámara.
"Las aventuras de la China Iron", de Gabriela Cabezón Cámara.

Este dato insólito cuenta mucho de nuestro ser nacional: para consultar la biblioteca más grande sobre el género gauchesco hay que ir ¡a Berlín!

Prieto, que realizó parte de su investigación en la capital alemana, encontró entre las anotaciones de Lechmann-Nitsche datos asombrosos: entre 1899 y 1914 funcionaron en Buenos Aires 268 centros nativistas, lo que lleva a establecer que el caudal de las migraciones internas hacia los centros urbanos rioplatenses fue competitivo con el europeo.

Sin embargo, cada vez que se refiere a la Argentina cosmopolita, el elemento criollo parece olvidarse. ¿Por qué? El cabecita negra, la Argentina invisible, el aluvión… y otras metáforas aparecen a la hora de pensar en esta tensión nacional. Y además, ¿qué relación guarda este criollismo con las producciones actuales? Civilización o barbarie ¿para siempre?

Los agitados setentas

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Un escritor excepcional, Borges; una mujer excepcional, Eva Perón, y un hecho absolutamente excepcional en la historia argentina: el secuestro y asesinato –acompañado por la escalofriante divulgación pública del relato de los hechos– del general Pedro Eugenio Aramburu.

Sobre estos tres pilares excepcionales, Beatriz Sarlo desplegó La pasión y la excepción, un ensayo que fue publicado por primera vez en 2003 y ahora vuelve a las librerías (edita Siglo XXI). “Hay razones biográficas en el origen de este libro y conviene ponerlas de manifiesto. Formo parte de una generación que fue marcada en lo político por el peronismo y en lo cultural por Borges”, dice Sarlo al comienzo de La pasión.

Dada al ensayo, lo personal, lo histórico y colectivo se cruzan. La autora establece una trama de microlecturas que, aisladas o conjuntamente, apuntan a un centro: la personalización y despersonalización de la historia, a través de lo historiográfico, lo literario y lo filosófico. En esta estructura, Eva como cuerpo político, Borges como objeto literario y un suceso de sangre y venganza traman una narrativa teórica rica en iluminaciones, asociaciones inesperadas, imaginación ensayística. Para discutir pasado y presente. Y lo que vendrá.

Prohibido morir aquí

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Elizabeth Taylor (la escritora inglesa del siglo XX, no la actriz) es considerada en el mundo de las letras como la Jane Austen de la modernidad. Sagaz, ágil, amante de los detalles, Taylor pinta personajes entrañables y vívidos, cándidos en sus motivaciones y de una nobleza singular.

Prohibido morir aquí (publicada en 1975 y editada en Argentina por La Bestia equilátera en 2018) vuelve a las librerías este mes. La novela empieza una lluviosa tarde de domingo, cuando Laura Palfrey, recientemente viuda y ya mayor, llega al Hotel Claremont para iniciar una nueva vida. En esta residencia la esperan cuatro huéspedes permanentes, rutinas de horarios, comidas y programas de televisión. Hastío al por mayor. Hasta que un día, en la calle, conoce a Ludo, un joven que quiere ser escritor y que contribuirá a realizar el plan para liberar a Laura de la soledad a la que tienen sometida.

También conocida como Elizabeth Coles, Ms. Taylor fue la protagonista de un desencuentro severo con su propio nombre. Inscripta como Dorothy Betty Coles, detestó siempre el nombre Dorothy y, a pesar de la oposición de su padre, logró a los veinte años ser llamada Elizabeth, cuestión que ella más tarde también aborreció, cuando a los 24 contrajo matrimonio con el señor Taylor y pasó a llamarse Elizabeth Taylor. A la escritora inglesa –que se carteaba con Virginia Woolf y Dorothy Parker- tener el mismo nombre que la esposa serial de Hollywood no le hacía la menor gracia. Elizabeth (Coles) Taylor escribió trece novelas y cinco libros de relatos. Solía decir que las mejores ideas para sus libros se le ocurrían mientras planchaba.

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