El poema de los viernes: quién fue “la Zarina del crimen”, una temida estafadora rusa que la prensa comparó con Robin Hood

“Soñka, manos de oro” reinterpreta la historia de una mítica ladrona que murió en una colonia penitenciaria en las peores condiciones. La autora es una poeta bielorrusa: nació a 5 meses y pocos kilómetros del accidente nuclear de Chernóbil, y vive en la Argentina.

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Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, conocida como "Soñka, manos de oro", en la isla penitenciaria de Sajalín (1888), donde fue condenada a cadena perpetua por sus estafas.
Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, conocida como "Soñka, manos de oro", en la isla penitenciaria de Sajalín (1888), donde fue condenada a cadena perpetua por sus estafas.

A fines del siglo XIX, una mujer conocida como Soñka, manos de oro” se convirtió en una leyenda en toda Rusia por su ingenio a la hora de estafar a hombres ricos para repartir el botín etne los más pobres. Apodada por la prensa como “Diablo con falda”, “la Zarina del crimen” y “la versión femenina de Robin Hood”, Soñka burló por años a las autoridades hasta que fue finalmente apresada.

En su juicio de 1880, Soñka, cuyo nombre real era Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, contó su historia, una muy distinta a la que la prensa había inventado. A pesar de la popularidad que había ganado, fue condenada a cadena perpetua y trasladada a Sajalín, una isla a kilómetros de Japón que funcionaba como colonia penitenciaria, donde murió en 1902 en las peores condiciones.

Natalia Litvinova, poeta bielorrusa que nació a 5 meses y pocos kilómetros del accidente nuclear de Chernóbil y reside en Argentina desde los 10 años, toma la historia de la mítica estafadora y la reinterpreta en su nuevo libro Soñka, manos de oro. Editado por Llantén, editorial que Litvinova fundó junto al argentino Tom Maver, este poemario toma tanto al personaje real como al mito que generó y los transforma en parte de su propio universo poético.

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En Soñka, manos de oro, la poeta se pone en la piel de la estafadora para reimaginar, bajo una matriz poética, el discurso que esta última dio durante su juicio. Obligada a definirse, al comienzo del libro Soñka dice: “Soy hija, soy huérfana / soy mujer, soy viuda (...) / ¿Pero quién es este hombre que me indaga /desde atrás de una mesa? (...) / Díganme, señoras y señores / ¿ante qué ley debo arrodillarme / si todas fueron escritas por los hombres?”.

Litvinova no intenta, con estos poemas, ser fiel a una realidad históricamente manejada por los hombres, sino inventar una “matria”, como señala la poeta argentina Susana Villalba en el prólogo, que “tiene menos de verdadera anécdota que de lo perdido, de lo deseado, de lo repudiado, de lo soñado, de lo escuchado y de lo falsamente recordado”.

En uno de los últimos poemas del libro, después de conocer su condena y a punto de partir para la isla penitenciaria de Sajalín, Soñka solo puede pensar en los pobres caballos que deberán llevarla hasta allí. Su último deseo es que le den un lápiz y un papel para escribir “una canción / sobre ustedes / caballos presos”. La estafadora, al final, se convirtió en poeta.

Leé algunos poemas de “Soñka, manos de oro”, de Natalia Litvinova

Portada de "Soñka, manos de oro", de Natalia Litvinova
Portada de "Soñka, manos de oro", de Natalia Litvinova

Quiero contarles

mi primer recuerdo:

mi niñera inclinada

sobre la cuna

me limpiaba la boca

y peinaba mis bucles.

Yo no miraba los pechos

sino ese broche de perlas

prendido del escote,

un resplandor

por el que se me caía

la baba.

***

Desde que murió mi papá,

la madrastra intentó casarme varias veces,

un día invitó al soltero más rico,

tenía cuarenta años

y yo dieciséis.

Preparó el té

y nos dejó a solas.

Mientras tocaba el piano

él me tomó por la cintura y dijo:

Con este sombrero floreado

parecés una niña.

Doña Elena tenía razón,

tocar es difícil

y yo lo hago tan bien

que mis dedos no se distrajeron

cuando él intentó manosearme.

Le grité a ese viejo horrible,

ordené que no volviera nunca más.

La madrastra se enteró

y me pegó una cachetada:

¡No te resistas a los hombres!

Tu padre ya no está

para protegerte.

***

La noche de bodas,

mientras me sacaba la ropa

recordé lo que advirtió

mi hermana:

El hombre decide todo,

no debés exagerar

ni mostrarte desesperada.

Te dolerá

como si entre las piernas

brotara un cardo.

¿Pero qué podía saber ella

si nunca salía de la casa?

Fui insistente, torpe, desbocada.

Mi hermana se equivocó,

el hombre poco sabe

y no decide todo.

Soñka, manos de oro, en su juventud.
Soñka, manos de oro, en su juventud.

Subí al tren,

tenía diecisiete años

pero parecía adulta

con las ojeras

y el mechón de canas

que intenté esconder.

Los trenes de larga distancia

son hermosos como una manzana,

cuando arrancan, los vagones

pareces cáscara que se extiende.

Miré el bosque que corría

al lado de mi ventanilla,

cada tanto, desde los arbustos,

aparecía alguien, una anciana

con el balde lleno de leche

recién ordeñada,

un potrillo desbocado

que escapaba

como yo.

***

Señoras y señores,

robar es un arte teatral.

Mientras me vestía frente al espejo

practicaba los gestos

para mi primera estafa en una joyería.

Le diría suavemente al joyero:

Buenas noches, señor Feinstein,

mi marido, el primo del alcalde,

me quiere hacer un regalo

pero no tiene gusto y tampoco tiempo,

¿usted podría mostrarme esos diamantes,

aquel anillo?

Pasaría la mano por mi nuca

y me mordería el labio,

diría que el corsé me aprieta la cintura,

es nuevo, traído de Francia.

El señor Feinstein se ruborizaría.

Le pediría disculpas por avergonzarlo,

dejaría caer los diamantes,

los pisaría con mi suela de goma

para que se incrustaran en mis botas

y me iría en el carruaje

conducido por los muchachos

de mi pandilla.

***

Esperando este juicio

oía los pasos en el pasillo,

el chirrido de las puertas,

el grito de los presos

y luego la calma

como si lo anterior

hubiera sido un sueño.

No me dejaban

cambiarme de ropa,

mi pelo no se secaba,

llevaba este peso doble,

era tormenta y mujer.

Natalia Litvinova es una poeta bielorrusa que reside en Argentina. Nació a cinco meses y pocos kilómetros del accidente nuclear de Chernóbil.
Natalia Litvinova es una poeta bielorrusa que reside en Argentina. Nació a cinco meses y pocos kilómetros del accidente nuclear de Chernóbil.

Si ustedes me condenan,

me llevarán a la isla Sajalín,

tierra inhóspita

llena de enfermedades

y hombres que se matan

por migajas.

Los carceleros

organizan partidas de caza

contra los presos,

los hieren

y no hay nadie

que los cure.

El frío es insoportable,

las raciones de comida no alcanzan,

los árboles son estacas

clavadas en la tierra.

Qué pobres

se volverán mis ojos

en esa isla.

***

Señores del jurado,

¿ustedes creen

que los caballos

saben a dónde me llevan?

Siento pena por ellos.

¿Esta es su misión?

Cargan a los condenados,

ven nuestros rostros abatidos,

huelen lo rancio

de nuestras ropas.

Estos caballos

sueñan con prados

pero reciben

nuestra tristeza humana.

Si en Sajalín me dan

una hoja y un lápiz,

escribiré una canción

sobre ustedes,

caballos presos.

Quién es Natalia Litvinova

♦ Nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986, cinco meses después del accidente ocurrido en la central nuclear de Chernóbil. Desde los 10 años reside en Argentina.

♦ Desde 2016 dirige la editorial de poesía Llantén junto a Tom Maver.

♦ Publicó los poemarios Grieta, Rocío animal, Cesto de trenzas, La nostalgia es un sello ardiente, entre otros.

♦ En 2017 obtuvo el Premio estímulo de la Fundación Argentina para la Poesía.

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