La verdadera historia de la Banda del Juez Melazo que vuelve a ser juzgada tras un inaceptable fallo que los dejó en libertad

Melazo es uno de los tantos magistrados corruptos. Ellos son el verdadero poder de la provincia donde se define la suerte del país en cada elección. Esta es su historia

Guardar
Fue el juez más poderoso de la provincia de Buenos Aires durante dos décadas
Fue el juez más poderoso de la provincia de Buenos Aires durante dos décadas

La Sala III de la Cámara de Casación Penal ratificó la pena de 7 años y 10 meses de prisión al juez César Melazo. Fue el juez más poderoso de la provincia de Buenos Aires durante dos décadas. En mi reciente libro “La República Bonaerense” dediqué una parte a relatar cómo se maneja la justicia en la provincia. Melazo es uno de los tantos magistrados corruptos. Ellos son el verdadero poder de la provincia donde se define la suerte del país en cada elección.

Esta es su historia. Desde que Melazo asumió como fiscal y hasta que juró como juez de garantías en 1998, tuvo una empresa de limpieza que prestaba servicios en lo que ahora es la Agencia de Recaudación de la Provincia de Buenos Aires (ARBA) y otros organismos públicos bonaerenses mediante el arreglo de licitaciones. Pronto supo de las ventajas que daba el nuevo cargo y durante 5 años actuó confiado en que la impunidad puede ser eterna. En 2002, dos detenidos por el robo de cuatro mil cerdos y mil caballos en los alrededores de La Plata aseguraron haber pagado para que el juez Carlos Gómez, destituido en 2013, y el fiscal Melazo los dejen en libertad.

En 2003, Felipe Solá, gobernador de la provincia, le inició un jury de enjuiciamiento porque obstruía la investigación de los desarmaderos de autos robados. Al mismo tiempo, era investigado por el fiscal Carlos Agüero por extorsión de los cuatreros Cristian y Nelson García Inciarte, que lo acusaron de pedirles $25 mil a su abogado. Las escuchas telefónicas revelaban que los cuatreros no estaban mintiendo. Solá sabía que Melazo tenía vínculos con funcionarios de la bonaerense, bautizada en aquel momento como “la maldita policía”.

En 2007, volvió a ser denunciado por el abogado Alejandro Montone porque el juez había tomado atribuciones propias del fiscal, que en la provincia es quien lleva la instrucción, cuando se investigaba la causa de tres policías asesinados en el atraco a una dependencia policial de La Plata. Además, habría dejado sin protección a un testigo clave de la causa. En las 154 páginas de la denuncia se lo acusó de incompetente y negligente, pero Melazo mantenía los contactos políticos que lo ayudaron a no ser sancionado, a pesar de que todas las investigaciones conducían a él.

En 2008, el comisario Gustavo Bursztyn manejaba una banda de policías y delincuentes. Gustavo Mena era el jefe de calle de la comisaría segunda donde Bursztyn era el titular. Como el jefe de calle tiene toda la información del barrio que custodian, saben qué casas pueden robar. Mena operaba con una banda que se armó en la calle. Cansado de detener a Juan Farias, apodado “el Tecla”, hizo un arreglo para protegerlo a cambio de que le llegue una parte del botín. Un protegido de Mena, Adrián “Quichua” Manes, trabajó con él, pero no tuvo participación directa en los robos. Era el “perejil” de la banda.

Desde que Melazo asumió como fiscal y hasta que juró como juez de garantías en 1998, tuvo una empresa de limpieza que prestaba servicios en lo que ahora es la ARBA (Prensa Ministerio de Justicia)
Desde que Melazo asumió como fiscal y hasta que juró como juez de garantías en 1998, tuvo una empresa de limpieza que prestaba servicios en lo que ahora es la ARBA (Prensa Ministerio de Justicia)

Comenzó a participar conduciendo un vehículo. El problema es que a veces se quedaba dormido porque tenía un sueño caótico por la alteración de horarios que le provocaban las drogas. Al grupo se sumaron personas como Rubén “el Tucu” Herrera, jefe de la barra de Estudiantes de La Plata, un personaje con carisma e inteligencia que introdujo a su ex cuñado Javier Ronco, dueño de una agencia de autos donde vendía vehículos de origen poco transparente. Con él trabajaba Ángel “Pipi” Yalet, quien fue quien presentó a Juan Farias con Mena. Carlos Bertoni, hermano de Daniel, el exjugador de fútbol de Independiente que fue campeón del mundo en 1978, se ocupaba de la parte de seguros y hacía arreglos con gente que entregaba sus autos para cobrar la póliza.

El resto de los integrantes eran Carlos “Macha” Barroso y Jorge Gómez de Saravia. La protección policial era insuficiente. Necesitaban operar en zonas liberadas, algo que podían lograr con un juez. Cuando en 2008 Bursztyn le contó el proyecto a César Melazo, no dudó en cubrir el espacio para protegerlos y se transformó en el jefe porque era el que liberaba la zona cuando estaba de turno. En la pirámide, lo siguió el comisario Bursztyn, que era el hombre operativo. Los delincuentes especialistas en “escruches”, como llaman a esta modalidad de robo, aguardaban a que les avisen cuando se liberaba la zona para actuar. Esto sucedía los días que estaba de turno el juez Melazo. Esas noches, los patrulleros no patrullaban y las cámaras de seguridad no grababan. El botín se repartía entre todos ellos, Melazo se llevaba una buena parte.

Pronto, surgieron negocios que ampliaron el radio de acción de la banda. Melazo, con el barrabrava de Estudiantes de La Plata, Rubén “Tucu” Herrera, se apropiaron de 5 discotecas donde se vendía droga. Las tomaban por las buenas o por las malas, disuadiendo a los dueños a malvenderlas, porque si no le iban a complicar la vida con las drogas o armándoles una causa. Por supuesto, los locales estaban a nombre de terceros. La sociedad se expandió y formaron “J&R Automotores” para la compra y venta de vehículos. Además, armaron una empresa para organizar viajes de egresados y entrar al negocio del turismo. En un momento, el juez estuvo tentado a dejar todo por una candidatura a diputado de la mano del excomisario Luis Patti. La política lo encandilaba porque soñaba con ser ministro de Justicia y Seguridad.

Pese a sus ideas flexibles, Melazo podía militar en cualquier partido que lo llevara al poder para manejar una enorme caja y ser el dueño de la vida de los ciudadanos bonaerenses. Por eso se vinculó con los sectores más corruptos de la bonaerense, puntualmente con exintegrantes de los departamentos de narcotráfico y la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) La Plata, con quienes no solo realizaba negocios, sino que los encubría y hasta los acompañaba a allanamientos con el riesgo de que sean anulados por la presencia de un juez.

Lo curioso de la banda es que todos pertenecían al club Estudiantes de La Plata, y su jefe, el juez César Melazo, era hincha de Gimnasia, rivalidad importante en la ciudad. De hecho, en Rosario es impensable que el cartel de “Los Monos” albergue a un hincha de Rosario Central.

La vida de Melazo se convirtió en una fiesta perpetua y su fortuna crecía a la vista de todos. Los excesos eran su sello de identidad. Podía emitir la carcajada más sonora o entrar en furia en un instante, cuando estaba pasado de bebidas o estimulantes. Tenía pasión por las armas y guardaba una verdadera colección. Todos los años concurría a cotos de La Patagonia a cazar jabalíes.

El poder de César Melazo quedó demostrado a fines de 2009 cuando dos ladrones robaron en la Subsecretaría de Derechos Humanos $300 mil y una computadora, luego de reducir y atar con un precinto a los guardias. El escándalo político fue importante y preocupó a Melazo. No quería que intervenga la jurisdicción federal a investigar el hecho y a poner en riesgo su negocio. Aunque no llevaba la causa del robo, que estaba en manos de otro juez, se reunió con Juan Ibarra, el jefe de Investigaciones de la Departamental de La Plata.

La cúpula policial estaba urgida por esclarecer el hecho por las presiones del gobernador y del gobierno central. Durante la reunión, un llamado telefónico del oficial Mena interrumpió su conversación. Apenas cortó, le pidió a Ibarra que lo acompañe a la casa de Juan Farias. Mena lo esperaba tomando mate, mientras la mujer de Farias se ocupaba de su hija. Ibarra se quedó esperando en el auto. Dentro de la casa, Mena le presentó al juez a Gastón De Rito y al oficial de policía Juan Manuel Mateos, los autores del robo a la Subsecretaría de Derechos Humanos.

El ex juez César Melazo
El ex juez César Melazo

Confesaron que lo sustraído ($300 mil y una computadora) estaba en Mar del Plata y pidieron unas horas para devolverlo. Melazo aceptó la propuesta y se retiró para reunirse con el jefe de Investigaciones. Mena se quedó en la casa de Farias. Ibarra, alertado por Melazo, montó un operativo encubierto. Vio que Mena se movilizaba en un Peugeot 306 que permaneció estacionado frente a la casa de Farias hasta las 3 de la mañana. Mena, que sabía que Ibarra estaba en el tema, lo llamó para decirle que iba a ir a la Dirección de Investigaciones. Cuando llegó, le entregó todo lo robado a la Subsecretaría de Derechos Humanos. Gastón De Rito y el policía Juan Manuel Mateos fueron detenidos. Ambos confesaron el robo y recibieron una pena menor. Pero la colaboración de los ladrones tuvo un sentido: en ese momento se estaba investigando un tiroteo del 6 de diciembre en Gonnet donde una bala perdida mató a un chico de 8 años. Mateos era uno de los participantes del tiroteo y no fue investigado gracias a su colaboración en el robo de la Subsecretaría de Derechos Humanos. Una computadora y $300 mil fueron más valiosos que la vida de la criatura; uno era un hecho cuasi político y el otro un crimen cotidiano en la provincia de Buenos Aires.

La banda prosperaba, pero había víctimas dispuestas a detenerlos. El 4 de enero del 2010, Juan Farias robó la fábrica de helados Thioni’s, a tres cuadras de la comisaría primera de Ensenada. Se llevó $187 mil de una caja metálica y $12 mil del cajón del escritorio. El propietario, Diego Thioni, lo denunció, pero le avisaron que tenga cuidado porque el delincuente trabajaba para el comisario Paniagua, lo que confirmó pocos días después cuando los vio en la puerta de la comisaría tomando mate. El hecho derivó en una acusación a Asuntos Internos que depende del Ministerio de Seguridad, pero como el jefe de turno era Melazo, esas denuncias no prosperaron. Bastaba un llamado al Ministerio de Seguridad para cajonear el trámite.

La investigación del robo la hizo el agente Rubén Azcua, que admitió que su tarea tuvo un resultado negativo, no pudo encontrar pistas que lo llevaran a los culpables. Este agente, tiempo después, cuando la Justicia comenzó a investigar a Melazo, apareció en una escucha con Mena hablando sobre drogas. Horas después del robo a Thioni’s, se reunieron en la casa de Farias, Mena y Melazo para hablar sobre el atraco a la Subsecretaría de Derechos Humanos. Para la misma época también habían robado las heladerías Sorbetier y Shelattino. Las cámaras que enfocaban adentro y afuera y el sistema de alarma no funcionaron porque cortaron los cables y se llevaron las grabaciones. El dueño no recuperó el dinero y tampoco fue llamado desde la fiscalía. Farias se manejaba con total impunidad amparado por los titulares de las diferentes comisarías cuando el juez de turno era Melazo.

Otra de las modalidades tenía como protagonista a Carlos Bertoni, el productor de seguros. El negocio era hacer desaparecer un auto con el consentimiento del propietario para cobrar el seguro. Bertoni se llevaba una comisión y el auto iba a la concesionaria de Ronco donde se adulteraban los papeles y salía a la venta o terminaba en un desarmadero.

El negocio prosperó hasta que Bertoni le comentó al comisario Bursztyn que en la casa del representante de jugadores de fútbol, Roberto Zapata, iba a haber una gran cantidad de dinero en la caja fuerte que estaba en el dormitorio. El hombre estaba por cobrar las comisiones por el pase de tres jugadores de fútbol de Estudiantes de La Plata. Se hablaba de millones de dólares. El productor de seguros tenía la información precisa porque estaba casado con la prima de Zapata. Melazo fue puesto al tanto y dejó todo en manos de Bursztyn, que le encargó la tarea a Juan Farias.

El arsenal que hallaron en la casa del ex juez César Melazo
El arsenal que hallaron en la casa del ex juez César Melazo

El día indicado era el sábado 17 de julio de 2010 porque el representante festejaba sus 60 años con una fiesta en el salón de eventos “Casa Frawen’s”. El destino o vaya a saber qué mano invisible dispuso que Melazo sea el juez de turno esa noche. Zapata, que había invitado a la fiesta a Melazo, le pidió que le pusiera custodia en su casa. El juez le prometió que iba a mandar un patrullero. Mientras tanto, había un plan en marcha. Farias pensaba entrar a robar la casa. Había sido designado por el comisario Bursztyn, pero a la tarde lo citó y le dijo que el robo se había suspendido. El “Tecla” discutió y el comisario le dijo que era una orden de “el Flaco”, como apodaban a Melazo. Farias no le creyó, pensó que otro integrante de la banda iba a ejecutar el robo y que él iba a quedar afuera del reparto.

Durante la fiesta, todos celebraban y el patrullero vigilaba la casa de Zapata, pero a las 11 de la noche se retiró la vigilancia. Zapata en realidad cumplía años un mes antes, el 12 de junio, pero como muchos de sus amigos iban a estar en el Mundial de Sudáfrica, postergó el festejo. Jamás imaginó lo que iba a desencadenar ese cambio de fechas. El representante se había asegurado el refuerzo policial, más allá del ofrecimiento de Melazo, porque era amigo de Roberto Sabasta, el jefe de la Departamental de La Plata.

Entusiasmado con su fiesta, Zapata salió de su casa a las 9:30 de la noche y vio policías. El festejo fue grandioso: había figuras del ambiente del fútbol, políticos, funcionarios y empresarios. Melazo no era el único juez, también estaba Federico Atencio, que años después fue uno de los perseguidores de Guillermo Berra, el jefe de Asuntos Internos de María Eugenia Vidal, porque el funcionario había hecho 35 mil sumarios y había dado de baja a 3.500 policías, muchos de ellos oficiales superiores. No faltó el comisario mayor Néstor Martín. A las 7:30, Zapata llegó a su casa, entró la camioneta al garaje y cuando subió a su habitación se encontró con la puerta cerrada con llave del lado de adentro. Cuando logró ingresar, el lugar estaba en absoluto desorden. El techo de chapa dura y membrana había sido perforado y los escombros cayeron sobre la cama super king size. El placard y los cajones estaban abiertos y la caja fuerte vacía.

Nunca reveló el monto real que se llevaron, solo denunció que le habían robado $60,000, cadenas, aros y relojes que pertenecían a su esposa. Por supuesto, llamó a la policía. Sabasta le confirmo que el móvil policial había estado en su casa de calle 13 entre 70 y 71, pero que un poco antes de la medianoche hubo un accidente en las calles 7 y 72 y se tuvo que retirar para prestar auxilio.

Los jueces se pusieron a su disposición al igual que el comisario, pero no aportaron nada. Nunca recibió explicaciones de lo que había pasado, a pesar de que el juez de turno era su amigo e invitado César Melazo. La casa tenía alarma y un sistema de monitoreo que fueron desactivados. El que la robó debió conocer esos detalles. Al día siguiente, Zapata encontró una soga con nudos en la vereda, era la que utilizaron los ladrones para llegar al techo. A los tres días del robo, el 20 de julio, el comisario Bursztyn hizo un asado por el Día del Amigo en su casa de City Bell. Estuvieron Juan “el Tecla” Farias, Gustavo Mena, Javier Ronco y Ángel “Pipi” Yalet. Más tarde llegó el juez Melazo. El ambiente fue tenso porque Bursztyn culpó a Farias del robo a Zapata.

“Como nos cagaste, te dijimos que no lo hagas y lo hiciste. Esto no es gratis”, le dijo el comisario. “Vos sabes y lo sabes bien que yo no fui”, le respondió el “Tecla” y acusó a Ronco y Yalet. Farias, que no fumaba ni bebía alcohol, tomó unas copas para calmar sus nervios, que lo dejaron en mal estado.

Enojado, se retiró del asado con su Mini Cooper rojo y a las pocas cuadras atropelló a baja velocidad a dos mujeres a las que les causó lesiones en las piernas. “Las quebré, las quebré”, gritó en su desesperación y huyó. No hubo denuncia ni test de alcoholemia. Bertoni le pidió que se quedara tranquilo, que iba a denunciar a la compañía de seguros que chocó con un camión, pero el problema era que la licencia del “Tecla” estaba vencida y Bertoni le sugirió que busque otra persona para hacerla figurar como el conductor del auto. Lo hicieron, pero la compañía de seguros desestimó la denuncia porque había demasiadas irregularidades. Al reparar el Mini Cooper, se encontró con la sorpresa de que el sistema de encendido del auto no funcionaba, era una computadora difícil de conseguir en la Argentina. No le fue difícil robar otro Mini Cooper y llevarlo al desarmadero para sacarle el sistema.

La policía, avisada, fue al lugar y la amante de Farias, Julieta Alonso, de quien Juan se había enamorado y por la cual estaba por dejar a su esposa para iniciar una nueva vida en Colombia, se fugó con él saltando la tapia. La suerte no acompañó a Julieta, que olvidó su cartera en el auto. Cuando la reclamó, los policías los citaron. Farias tuvo que pagar una comisión para recuperarla y otra para que le vendieran el sistema de encendido del Mini Cooper que él había robado.

Todos sabían que Melazo tenía vínculos con la policía
Todos sabían que Melazo tenía vínculos con la policía

Juan tenía dinero ahorrado y hacía planes con Julieta, eso hacía creer que fue el ladrón de la casa de Zapata, pero también el comisario Bursztyn había incrementado sus bienes considerablemente y hasta era dueño de un desarmadero. Todo lo que sucedía era mirado con atención para saber quién se había quedado con la plata de Zapata. El comentario más extendido es que el enojo con Farias no era por el robo sino porque declaró que había robado una suma menor. Otros culpaban a Javier Ronco del hecho.

El 1 de diciembre de 2010, cuando Farias tenía decidido radicarse en Colombia con Julieta, estuvieron en un albergue transitorio de La Plata. El hecho de que Juan seguía casado con Nadia Mariscal lo obligaba a tomar precauciones. Enamorado, había dejado de robar y se dedicó a producir conjuntos de cumbia y a descubrir nuevos talentos que llevaba a cantar al programa de Canal 2, “Pasión de Sábado”, donde los productores cobraban a los aspirantes a ser famosos. El negocio del programa era promover a los grupos para que consiguieran fama, pudieran vender mejor sus discos y conseguir contratos en bailantas.

Después de pasar la noche en el hotel, compraron sándwiches de miga y los compartieron con uno de los grupos que producía “El Tecla”. Luego, Juan regresó a su departamento en un edificio de categoría en la calle 44 entre 26 y 27, que demostraba su buen pasar.

Esa noche, un Renault Twingo comenzó a merodear la zona. En otro auto, un Volkswagen Surinam, iban tres cómplices a la espera de novedades. Pasada la medianoche se estacionaron frente al edificio de Farias. A las 3 de la madrugada, cuando llegó “El Tecla” y entró su auto a la cochera, uno de los individuos abrió la puerta y lo apuntó con un arma en el hall de entrada. Al mismo tiempo, ingresaron tres cómplices encapuchados que le quitaron el manojo de llaves. Dos de ellos se dirigieron al departamento 5º B, donde vivía Juan. Entraron y pidieron a gritos a Nadia Mariscal, la esposa de Farias: “¡Entregá la plata grande!”. La mujer les dijo que no sabía de qué hablaban.

Los hombres se apoderaron de todo lo que encontraron: desde un teléfono Samsung de Nadia, hasta alhajas, tres relojes (uno marca Bulgari y dos Gucci), cuatro anillos de oro, una alianza grabada “Nadia y Juan, 9 de julio de 2000″, una cadena de oro cruzada con tres cadenas, 5 mil dólares y unos fajos de billetes argentinos que estaban en el marco de una puerta que va a la cocina. Tras terminar la tarea, encerraron a Nadia y a su hija en una habitación. Al retirarse, uno de los ladrones dijo: “La plata grande seguro que la guarda en la casa de los padres”.

Cuando volvieron a la planta baja, balearon a Juan con cuatro disparos que dieron en el blanco pero no le provocaron la muerte. Antes de huir, arrojaron las llaves de la casa adelante del cuerpo. Los vecinos llamaron al 911 y llegó una ambulancia que lo trasladó al Hospital Rossi, donde murió tres horas después. Juan tenía 31 años.

La policía científica comenzó a investigar y encontraron la gorra de uno de los sujetos, cargadores y balas de 9 milímetros en el Volkswagen incendiado a pocas cuadras del departamento. Los investigadores calcularon que participaron al menos ocho personas. El fiscal Tomás Morán, integrante de la banda del juez, fue el primer representante del Ministerio Público que se hizo cargo de la investigación del asesinato de Farias. Mientras estuvo a cargo, la investigación del crimen no solo no avanzó, sino que desaparecieron la gorra y las balas que se encontraron en el auto incendiado y se perdieron las imágenes de las cámaras de seguridad de la avenida 44 que habían registrado el paso de los vehículos que utilizaron los asesinos de Farias.

La familia le pidió al fiscal que citara al comisario mayor Bursztyn, porque Juan robaba para la banda que integraba ese jefe policial, pero el fiscal se negó. “Gustavito es un amigo”, respondió Morán. A partir de la separación de Morán del caso, el expediente por el homicidio de Farias quedó a cargo de la fiscal Lacki. Cuando vio cómo había actuado su colega, convocó a efectivos de la División Homicidios de la Policía Federal y comenzó una investigación que llevó a otros hechos. Cuatro años después quedó expuesta la banda de César Melazo.

El juez, ajeno a lo que investigaba la fiscal, en marzo de 2011, cuando cumplió 50 años, decidió criar un ternero que alimentaría con los mejores pastos y lo criaría en un feed lot para que no se moviera y desarrollara músculos que endurecerían su carne. Ese ternero iba a ser sacrificado para su cumpleaños 51. Llegó el día del aniversario, pero las lluvias continuas de julio lo postergaron al primer día de septiembre. Las bebidas eran las más selectas de su cava. El gobernador Daniel Scioli era el invitado central que llegó con su jefe de gabinete, Alberto Pérez, y el ministro de Infraestructura, Alejandro Arlía. No faltó el sindicalista de la UOCRA de La Plata, Juan Pablo “Pata” Medina, ni comisarios ni gente del mundo sindical. Sus amigos Fernando Burlando y su socio Fabián Améndola también estuvieron presentes.

Para Melazo, cualquier ocasión ameritaba un festejo. Cualquiera diría que era la imagen del hombre feliz. Un profesional de la salud diagnosticaría que quería aturdirse para negar la realidad. Estaba incomodando a demasiados y no era de perfil bajo, precisamente.

Guardar