
La llamada al 911 que realizó Andrea Yates en la mañana del 20 de junio de 2001 no solo alertó a la policía de Houston, sino que también marcó el inicio de uno de los casos más impactantes en la historia judicial de Estados Unidos: una madre confesó haber ahogado a sus cinco hijos en la bañera de su casa. La mujer, de 36 años, esperó a que su esposo saliera a trabajar y, en un lapso de menos de una hora, acabó con la vida de sus hijos, cuyas edades iban de los seis meses a los siete años.
La tragedia se desarrolló en el modesto hogar de la familia Yates, ubicado en un suburbio de Houston, Texas. La mañana del crimen, Russell Yates, esposo de Andrea, salió de la casa poco después de las 9:00. Minutos después, la mujer llevó a la bañera a sus hijos, uno por uno, y los sumergió hasta que dejaron de respirar. El mayor, Noah, de siete años, fue el último en ser ahogado. Cuando la policía llegó, encontró cuatro de los cadáveres alineados en la cama matrimonial, cubiertos con sábanas, mientras la madre esperaba en la sala, sin oponer resistencia.
La investigación reveló que Andrea Yates sufría de psicosis posparto y había experimentado episodios severos de depresión desde el nacimiento de su cuarto hijo. La mujer había sido hospitalizada en varias ocasiones y había recibido tratamiento psiquiátrico, aunque su estado mental se deterioró tras el nacimiento de su hija menor, Mary Deborah, en noviembre de 2000. Los médicos habían advertido a la familia sobre el riesgo de que Andrea pudiera hacerse daño a sí misma o a sus hijos, recomendando que no se quedara sola con ellos.
A pesar de las advertencias de los facultativos, Russell Yates consideró que su esposa estaba lo suficientemente estable para cuidar a los niños. La mañana del crimen, él salió a trabajar confiando en que su madre llegaría poco después para ayudar a Andrea. Sin embargo, en ese breve intervalo, la mujer ejecutó el plan que, según confesó más tarde, había estado gestando durante semanas. “Es la hora, mis niños irán al paraíso”, declaró Andrea a la policía, una frase que se convirtió en símbolo del caso y que reflejaba su estado mental evidentemente alterado.

Durante el juicio, la defensa argumentó que Andrea Yates no era responsable penalmente debido a su enfermedad mental. El fiscal, en cambio, sostuvo que la mujer había planeado los asesinatos y que comprendía la naturaleza de sus actos. El jurado la declaró culpable de asesinato en 2002 y la sentenció a cadena perpetua, aunque en 2006 un tribunal de apelaciones anuló el veredicto y ordenó un nuevo juicio.
En el primer proceso, la defensa presentó pruebas sobre el historial médico de Yates, quien había sido hospitalizada en varias ocasiones por episodios psicóticos y había recibido tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, la fiscalía insistió en que sabía lo que hacía. El caso atrajo la atención de la opinión pública y de organizaciones como la Asociación Nacional de Enfermedades Mentales, que cuestionaron la manera en que el sistema penal trató a una persona con antecedentes psiquiátricos tan graves.
En 2006, tras la apelación de la defensa y la aparición de nuevos elementos, se celebró el segundo juicio. La defensa argumentó que el testimonio de un experto de la fiscalía en el primer juicio había sido incorrecto, ya que afirmó que Yates se había inspirado en un episodio de la conocida serie “Law & Order” para cometer los crímenes, algo que luego se demostró falso. Ese error fue clave para que el tribunal anulara la condena inicial y ordenara un nuevo proceso.
En el segundo juicio, el jurado consideró que Andrea Yates no era penalmente responsable debido a su enfermedad mental. La mujer fue declarada “no culpable por razón de insania” y trasladada a un hospital psiquiátrico de máxima seguridad en lugar de una prisión.
En ambos juicios, los testimonios de psiquiatras y familiares de Andrea Yates fueron determinantes para comprender el contexto en el que ocurrieron los hechos. “Ella no sabía que lo que hacía estaba mal”, declaró uno de los expertos, al explicar el estado mental de la acusada en el momento de los crímenes. La defensa insistió en que la mujer había pedido ayuda en varias ocasiones y que su esposo y médicos estaban al tanto de su deterioro mental.
El caso de Andrea Yates generó un intenso debate en la sociedad estadounidense sobre la salud mental materna, la responsabilidad penal y la atención médica a mujeres con antecedentes de depresión posparto. Diversos especialistas en psiquiatría y salud pública señalaron que el sistema había fallado en proteger tanto a la madre como a los niños. “Andrea no era un monstruo, era una mujer enferma que no recibió la ayuda adecuada”, afirmó uno de los psiquiatras que la evaluó por aquellos años.
El caso también puso en el centro de la discusión la figura de Russell Yates, quien defendió a su esposa durante el proceso judicial y sostuvo que la tragedia se debió a la falta de apoyo médico y social. La familia había decidido educar a los niños en su casa y vivía en condiciones de aislamiento, lo que, según expertos, pudo haber agravado el cuadro de Andrea. La psicosis posparto se convirtió en un término ampliamente discutido en los medios y en la opinión pública, y el caso motivó cambios en la legislación de Texas sobre la evaluación y el tratamiento de mujeres con trastornos mentales tras el parto.
A lo largo del proceso, surgieron detalles sobre la vida cotidiana de los Yates. La familia, de profundas convicciones religiosas, creía en la salvación y en la vida después de la muerte. Andrea estaba convencida de que sus hijos serían condenados si no morían en la infancia, una creencia que influyó en su decisión. “Pensé que si los mataba ahora, irían al cielo”, declaró la mujer durante los interrogatorios, según consta en los registros judiciales del caso.

Lo sucedido transcendió los tribunales. Organizaciones de defensa de la salud mental y grupos de apoyo a madres con depresión posparto utilizaron el caso para exigir mayor atención y recursos para la prevención y el tratamiento de estos trastornos. Tras el veredicto, se incrementaron las campañas de concientización y se promovieron cambios en los protocolos médicos para identificar y tratar a mujeres en riesgo.
La historia de Andrea Yates se estudia en universidades y escuelas de derecho como ejemplo de los desafíos que plantea la intersección entre la salud mental y la justicia penal. Cinco niños, todos menores de ocho años, fueron asesinados en un hecho que sacudió a la sociedad estadounidense y que puso en evidencia las fallas del sistema de salud mental. La tragedia dejó una huella imborrable en la memoria colectiva y continúa generando preguntas sobre la prevención, la responsabilidad y la compasión en situaciones de enfermedad mental severa.
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