En esa aldea polvorienta, que llevaba la insigne denominación de villa imperial, demasiado lejos de su Cadiz natal, José de Córdova y Rojas sabía que en minutos ya no estaría más entre los mortales y que su cadáver, junto a los de Francisco de Paula Sanz y el mariscal Vicente Nieto, permanecería colgado, como escarmiento.
En la plaza de Potosí, frente a la iglesia matriz, arrodillado esperaba la muerte. El 7 de noviembre de 1810 había sido derrotado en Suipacha, pero antes no le había ido tan mal en Cotagaita contra ese ejército que los revolucionarios habían enviado desde Buenos Aires.
El Ejército Auxiliador había partido desde los cuarteles del Retiro en junio de 1810 al mando de Francisco Ortiz de Ocampo. Iba camino al norte y su primera misión era la de sofocar la rebelión de Santiago de Liniers y de un puñado de españoles que, desde Córdoba, resistían los cambios producidos en mayo de ese año.
Se llamaba Auxiliador, porque iría en auxilio de las provincias del interior, aunque lo que se buscaba era llevarles los ideales de la revolución. Era una fuerza en la que todas las unidades de la capital estaban representadas, cada una por dos compañías. Además de su jefe militar, iba un comisario político en nombre de la Primera Junta. Primero fue brevemente Hipólito Vieytes y luego fue reemplazado por Juan José Castelli.
El 26 de agosto Liniers y los principales cabecillas fueron fusilados en un monte en el sur cordobés, Ocampo fue relevado porque pretendía conducir al ex virrey a Buenos Aires, y el mando recayó en su segundo jefe, en el coronel Antonio González Balcarce. Era un militar de 36 años que había sido prisionero de los ingleses cuando participó de la defensa de Montevideo en 1806; luego como teniente coronel combatió junto a José de San Martín en España y llegó a Buenos Aires como miembro de la Logia Lautaro. El haber luchado contra las tropas napoleónicas era un valor agregado que lo diferenciaba de otros militares.
Balcarce continuó su marcha hacia el norte. En octubre, junto a su vanguardia de 800 hombres, había llegado a Yavi, en Jujuy y esperaba un refuerzo de hombres y de la artillería, que sabía que marchaba ya por la quebrada de Humahuaca.
Al parecer el jefe patriota decidió dar batalla a los españoles donde los encontrase. Su apuro radicaba en ir en auxilio de Cochabamba, de donde le habían llegado noticias de una sublevación. Mandó a un mensajero a hablar con esos revolucionarios a fin de coordinar acciones y les propuso que amenazasen a Oruro y Chuquisaca para atraer la atención de los españoles, así él podría llegar en noviembre a Tupiza o a Potosí.
El capitán de fragata José de Córdova y Rojas era el jefe de las fuerzas españolas. También de 36 años, había estado en la reconquista de 1806, donde fue herido, y también peleó contra los británicos en 1807, donde fue ascendido. En 1809 se había incorporado al ejército con el grado de mayor general. Perteneciente a una antigua familia noble española, su papá, también militar, sería degradado por su responsabilidad en la derrota en el combate naval del Cabo de San Vicente, en febrero de 1797 contra los ingleses.
Córdova sabía del avance patriota hacia Tupiza y prefirió hacerse fuerte en Santiago de Cotagaita, donde había un poblado que había surgido a la vera del camino del inca. Contó como protección adicional la que le brindaba el río del mismo nombre.
A las 9 de la mañana del 27 Balcarce llegó con sus hombres, y acampó a un poco más de un kilómetro de la posición realista. Luego de descansar una hora, intimó rendición a los realistas, pero rechazaron el ofrecimiento.
Córdova disponía de 900 hombres con fusil y 200 con lanzas, parapetados en una larga trinchera, apoyados por ocho cañones de a 4.
Balcarce dividió a su gente en tres columnas. La de la derecha, con un cañón de a 4 y la izquierda, con un obús, debían ocupar sendas alturas. Era la única artillería con la que contaba. El centro estaba liderado por el salteño Martín Miguel de Güemes, que mandaba a unos 300 jinetes, muchos de ellos reclutados por la región.
La derecha alcanzó su posición pero terminó desalojada por dos compañías del Real de Borbón y por dos compañías de voluntarios.
El combate se resumió en cuatro horas, donde ambas fuerzas intercambiaron fuego de artillería y de fusil. El primero en dejar el campo fue Balcarce, cuando se le acabó la munición. Cuando el enemigo se dio cuenta, intentó una persecución, y Balcarce abandonó la artillería.
Pero los españoles permanecieron en sus posiciones y no los persiguieron porque sus arrieros habían desaparecido. Ellos también habían llegado casi al límite de sus municiones y seguramente cuando vieron que los patriotas se retiraban, habrán respirado aliviados.
Durante el intercambio de disparos, el comandante de la artillería, el capitán Juan Ramón Urien fue levemente herido. En medio de gritos abandonó su cañón y corrió a la retaguardia exclamando que todo se había perdido y que el río estaba sembrado de cadáveres patriotas. El miedo se apoderó de los pobladores que huyeron y cuando esta falsa noticia llegó a la columna de refuerzos que traían municiones, dieron media vuelta y demoraron su llegada.
Balcarce logró dominar la situación y quitó a Urien de su mando.
Por las dudas Güemes y sus hombres quedaron en la retaguardia y permitió que el grueso de las fuerzas llegase a Suipacha, donde se produciría la primera victoria patriota.
Córdova, luego de la derrota de Suipacha, había logrado escapar pero fue capturado el 13 de noviembre cuando intentaba llegar a Chuquisaca. El 15 de diciembre fue ejecutado, junto a españoles Francisco de Paula Sanz y el mariscal Vicente Nieto. Fue la compasión de un grupo de monjas que pidieron a los triunfadores poder darle cristiana sepultura. También vendrían horas amargas para aquel Ejército del Norte, que llevaba los aires de una revolución que aún estaba en pañales.