
Mario Alonso Puig es un cirujano general y del aparato digestivo, que practicó su especialidad durante 25 años en hospitales de Estados Unidos y de España. Pero a partir del 2002 fue dejando poco a poco el ejercicio de la medicina para consagrarse a la investigación y la docencia en la temática del desarrollo personal y profesional.
Desde hace más de 20 años trabaja con importantes empresas del mundo como conferencista, docente y coach. Su expertise se centra en el liderazgo, los equipos, la gestión del cambio, la salud y el bienestar, entre otras áreas.
Sus exposiciones y consejos están siempre enmarcados en las categorías de la filosofía estoica, y van acompañados de citas de los principales pensadores de esa escuela: Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.
En uno de sus podcasts, Mario Alonso Puig da una lista de 8 frases prohibidas, cosas que, dice, “aun siendo ciertas, nunca deberías decir frente a tus hijos adultos”. No necesariamente porque sean falsas, pueden no serlo en muchos casos, “sino porque la auténtica sabiduría estoica nos recuerda que hay momentos en los que el silencio tiene más fuerza que las palabras”.
“Te lo dije…”
La primera frase que no se debe decir nunca a un hijo adulto, según Mario Alonso Puig (en adelante MAP), es, frente a un yerro o fracaso, es el famoso “te lo dije”, o sus variantes (“mirá que te avisé”; “yo ya te lo había advertido”, etc).
“Los estoicos entienden algo profundo sobre la naturaleza humana. La experiencia es el único maestro que realmente educa el alma. Cuando tu hijo adulto viene a ti con una relación rota, un negocio fallido o una decisión financiera desastrosa, lo último que necesita es que le recuerdes tu sabiduría previa”, dice MAP. En esa circunstancia, el hijo “ya está aprendiendo la lección” que sus padres querían enseñarle “hace meses o años”.
Cada persona recorrerá su propio camino y es muy difícil, por no decir imposible, transmitir la experiencia, porque ésta surge de la vivencia.
El que pronuncia esa frase, dice MAP, en realidad está “más preocupado por demostrar que tiene razón que por ayudar (al hijo) a levantarse de su caída”.

Luego señala que si el hijo, luego de una equivocación, vuelve a apelar a los padres por ayuda, les “está demostrando una confianza extraordinaria” y “reconociendo implícitamente su sabiduría y su amor”. Entonces, “¿por qué destruir ese momento sagrado con un te lo dije?” ¿Cómo se debe reaccionar. MAP sugiere: “Todos hemos estado ahí, ¿en qué puedo apoyarte ahora?”
“En mis tiempos…”
La segunda frase vedada es la también clásica: “En mis tiempos esto no pasaba”.
Al decir eso, se está invalidando la experiencia presente del hijo, dice Puig. “Estás diciéndole que su realidad no es válida, que sus desafíos no son reales, que su contexto no importa”. MAP recuerda que para los estoicos cada generación enfrenta los desafíos de su tiempo con las herramientas de su tiempo. Irónicamente, es un error que se comete a pesar de haber sido víctimas de él, porque seguramente los padres de esos padres también les dijeron en su momento: “En mis tiempos….”
Recuerda el concepto del filósofo estoico Séneca: memento vivere, recuerda vivir. Es decir, “la vida sucede ahora, no en el pasado”.
“Tu hijo enfrenta crisis económicas que tú no conociste. Vive en un mundo donde la privacidad prácticamente no existe, donde las redes sociales han redefinido las relaciones humanas, donde el mercado laboral cambia cada cinco años. Sus desafíos son tan reales y válidos como lo fueron los tuyos en su momento”, señala MAP.
Y aconseja: “En lugar de aferrarte a tu época como el estándar dorado, podrías preguntarte: ‘¿Qué puedo aprender del mundo de mi hijo? ¿Qué sabiduría nueva está emergiendo de sus desafíos únicos?’”

“Mirá tu hermano…”
Esta es una frase que MAP no duda en calificar de “devastadora”: la comparación de un hijo con su hermano o con los hijos de otros. “Es quizás una de las heridas más profundas que podemos infligir”, dice y señala que se está sembrando “resentimiento”, donde se debería sembrar “autodescubrimiento”, porque cada persona tiene su singularidad y debe hallar su propio camino. “Cuando le dices ‘si fueras como tu hermano…’, lo que tu hijo realmente escucha es: ‘No eres suficiente como eres’, y esa herida puede durar décadas enteras”.
La virtud estoica, dice MAP, no se mide comparándose con otros, sino desarrollando el propio carácter.
Otro efecto destructivo de esta frase es que puede generar rivalidad fraternal ya que las comparaciones pueden estar “envenenando la relación entre hermanos, que debería ser una de las más puras y duraderas de sus vidas”.
Tambié deja una enseñanza negativa: “Estás enseñando a tus hijos que el amor parental es condicional y se distribuye según el rendimiento comparativo”.
La postura estoica indica que, en lugar de comparaciones, se debe practicar “lo que llamaban simpatía, la comprensión de que todos estamos interconectados, pero cada uno cumple un papel único en el gran teatro de la vida”, dice MAP. En palabras de Séneca: “Cada alma tiene su propia música. No trates de que toque la sinfonía de otra”.

“Yo a tu edad….”<b> </b>
La cuarta “verdad” que un padre o una madre debe guardar para sí es: “Yo a tu edad ya tenía casa propia, estaba casado, con hijos, trabajo estable…”. Y agrega MAP: “O cualquier imposición de cronograma vital basado en expectativas externas”. Es, dice el médico y coach, “un veneno lento que destruye la autoestima y la confianza”, pero es una frase que también “revela una incomprensión fundamental de lo que los estoicos llamaban el orden natural de las cosas”, porque “cada persona tiene su propio ritmo de crecimiento y forzarlo es como intentar que una semilla crezca tirando de ella hacia arriba”.
MAP recuerda que los hijos no “navegan el mismo océano” que navegaron sus padres; se enfrentan a otras oportunidades y desafíos, en el contexto de un mundo inestable y cambiante. En cambio la frase “a tu edad, ya…” implica que los padres saben “cuál es el propósito último de la vida” de sus hijos. Pero, advierte MAP, tal vez esa diferente cronología lo prepare para otras cosas, para relaciones más maduras o para una carrera inesperada. Tal vez no sean “años perdidos”, dice, sino preparación para futuras realizaciones. “Cuando impones cronogramas externos, estás diciéndole a tu hijo que no confíe en su propio proceso de desarrollo”.

“Para esto me sacrifiqué…”
MAP es tajante en este punto: “Nunca debes verbalizar ningún recordatorio constante de tus sacrificios pasados como arma emocional”.
Por más reales que hayan sido esos sacrificios, esos esfuerzos, esos placeres postergados, ello nunca debe ser usado “como una carga emocional para tus hijos adultos”, porque eso implica que “estás convirtiendo el amor en una deuda”. Evoca la frase de Séneca: “El verdadero regalo no espera nada a cambio, ni siquiera reconocimiento”. El recuerdo constante de los sacrificios parentales desvirtúa la esencia del amor y convierte ese vínculo en una transacción comercial.
“Estás convirtiendo los momentos más puros de tu maternidad o paternidad en instrumentos de manipulación”, advierte MAP. “Cuando das esperando algo específico a cambio, no estás dando, estás invirtiendo -sentencia-. Y cuando esa inversión no produce el retorno que esperas, te sientes estafado”.
El mensaje que encierran estos reproches es que la existencia de los hijos fue “una carga, no una bendición”. El hijo como problema, no como regalo.
Epicteto, dice MAP, decía que las personas “florecen cuando sienten que su existencia es celebrada”, no “cuando sienten que su existencia requirió sacrificios que ahora deben pagar”. No significa que no se pueda recordar la propia historia, pero MAP sugiere otra forma de decirlo: “Trabajé muy duro para darte oportunidades y me siento orgulloso de lo que logramos juntos”. Y recuerda otra verdad: “Tus hijos adultos saben lo que hiciste por ellos y lo aprecian más de lo que crees, pero necesitan que ese amor siga siendo libre, no condicionado”. De nuevo acude a Séneca: “El verdadero poder de un padre no está en lo que sus hijos le deben, sino en lo que les ha dado libremente”.

“Esa persona no te conviene”
Otra gran tentación que a muchos padres les cuesta evitar. MAP dice que los padres deben mantener en silencio su opinión sobre las relaciones románticas de su hijo adulto. Nuevamente vale la enseñanza de Epicteto. Hay dos tipos de aprendizaje: el que viene de los consejos de otros y el que viene de la experiencia directa. El segundo aprendizaje es más transformador.
“Cuando le dices a tu hijo adulto que su pareja no le conviene -señala MAP- estás asumiendo que conoces mejor que él lo que necesita para su crecimiento personal”, además de estar “creando una situación terrible en la que tu hijo debe elegir entre su pareja y tu aprobación”. Puig asegura haber sido testigo de muchos casos en los que esa disyuntiva forzada hace que muchos padres pierdan la relación con su hijo.
Además advierte que de esa forma se está “interfiriendo con una de las escuelas más importantes de la vida, que son las relaciones íntimas”, pues en ellas “aprendemos las lecciones más profundas sobre nosotros mismos, la naturaleza del amor, nuestros límites personales y el significado del compromiso”.
MAP aclara que esto no significa que se deba aprobar relaciones abusivas o peligrosas. “Si hay violencia o adicciones serias involucradas, por supuesto que debes actuar”. Pero que no les guste la personalidad de la pareja del hijo no es motivo para ponerlo en palabras. Lo mejor es el silencio.

“No cambiás más…”
Otra frase que no se debe pronunciar, porque puede ser una profecía autocumplida. Para MAP, es “una de las cosas más antiestoicas” que se puede decir, porque contradice “uno de los principios fundamentales de esta filosofía: la capacidad infinita del ser humano para crecer y transformarse. Séneca escribió: “Cada día puede ser el primer día de una vida completamente nueva”.
Además, MAP advierte que “los seres humanos tenemos una tendencia psicológica a cumplir las expectativas que otros tienen de nosotros; si las personas más importantes en nuestra vida creen que somos incapaces de cambio, comenzamos a creerlo nosotros mismos”. Declarar que el hijo nunca va a cambiar, implica decirle que “él es sus errores, no que simplemente los ha cometido”. Recuerda que “el cerebro humano mantiene la capacidad de cambiar y crear nuevas conexiones durante toda la vida”. Por lo tanto, declarar que alguien “nunca va a cambiar”, implica negar “una realidad biológica fundamental”. MAP sugiere en consecuencia decir algo así como: “Sé que el cambio es difícil, pero tengo fe en tu capacidad”, y “te amo independientemente de donde estés en tu proceso”.

“No te hace falta ayuda profesional...”
Aquí apunta MAP a la “minimización de los problemas de salud mental de un hijo”. Y señala: “Esta es quizás la más peligrosa de todas las verdades, porque puede literalmente salvar o destruir vidas”. Puig destaca que “vivimos en una época en la cual finalmente estamos entendiendo que la mente, como el cuerpo, puede enfermarse, y necesitar tratamiento profesional”.
Esto es algo relativamente nuevo para muchos integrantes de la generación silver, criada en tiempos en que los problemas mentales eran “tabú” o bien vistos como signos de “debilidad de carácter”. Ir al psicólogo era “sinónimo de estar loco”. Pero, advierte, “la verdadera fortaleza a veces consiste en reconocer que necesitas ayuda”.
Pero con esta actitud, se les está enseñando a los hijos que “pedir ayuda es cobardía y que los problemas mentales son simplemente una cuestión de actitud”. Epicteto, recuerda MAP, enseñaba que “el sabio reconoce los límites de su conocimiento y busca maestros en cada área de la vida”.
“Cuando tu hijo adulto te dice que está considerando terapia o que está luchando con ansiedad, depresión o cualquier otro desafío mental y tú respondes ‘solo tienes que ser más fuerte’, le estás diciendo que sus problemas no son reales o válidos, que son solo invenciones de una mente débil”, dice MAP. El mensaje es que no se confía en el juicio del hijo sobre lo que está viviendo.
También es una reacción que, según Puig, puede venir del temor a que “el terapeuta descubra nuestros errores como padres, que nuestros hijos hablen de nosotros, que se cuestionen las decisiones que tomamos durante su crianza”. Pero, aclara, la terapia no tiene como finalidad encontrar culpables, sino soluciones. “Un buen terapeuta no está interesado en demonizar a los padres, sino en ayudar a la persona a entender sus patrones, sanar sus heridas y desarrollar herramientas para una vida más plena”, agrega.
En lugar de minimizar lo que le está pasando al hijo, en lugar de juzgar, se debe ofrecer apoyo; es una forma de validar su experiencia y su autonomía.

Conclusiones
Puig cierra su exposición señalando una importante diferencia entre “ser padre de un niño y ser padre de un adulto”. “Cuando nuestros hijos eran pequeños, nuestro trabajo era protegerlos del mundo hasta que desarrollaran las herramientas necesarias para navegar solos. Ahora que son adultos, nuestro trabajo es confiar en que esas herramientas están ahí, incluso cuando no podemos verlas claramente”.
No se trata de desentenderse por completo, sino de medir en qué momento las palabras “sanarán y cuándo lastimarán”. “Es la valentía de permitir que nuestros hijos cometan sus propios errores, sabiendo que algunos dolores son necesarios para el crecimiento”, dice. Hay que optar por la confianza por encima del control, sugiere. No se trata de una confianza ciega, “no significa que aprobemos todas las decisiones de nuestros hijos o que no tengamos preocupaciones legítimas”, aclara. “Significa que reconocemos que ya no somos los principales arquitectos de sus vidas. Somos consultores que pueden ser llamados cuando se nos necesita”, define.
Map reconoce que “cuando vemos a nuestros hijos adultos tomar decisiones que consideramos equivocadas, nuestro primer instinto es intervenir”, para evitarles un sufrimiento. Pero en ese intento, “a menudo los protegemos también del crecimiento”.
“Ser padre de un hijo adulto es una de las transiciones más difíciles que enfrentamos”, señala MAP. Durante las dos primeras décadas de vida de los hijos, los padres protegen, guían, corrigen, enseñan. Pero ahora que los hijos son adultos, se trata de “acompañar, apoyar y confiar”.

“Esta transición es especialmente desafiante porque coincide con nuestro propio envejecimiento, con la conciencia creciente de nuestra mortalidad, con el temor de que no hemos hecho lo suficiente, de que no hemos preparado adecuadamente a nuestros hijos para el mundo”, admite MAP. Pero el verdadero amor no posee, libera, recuerda citando una vez más a Séneca. El amor protector debe pasar a ser “amor empoderador”.
“Tus hijos adultos no necesitan que seas su oráculo de verdades dolorosas -concluye Puig-. Necesitan que seas su refugio seguro, el lugar donde pueden ser vulnerables, donde pueden fallar, donde pueden crecer a su propio ritmo” y “cuando practiques este silencio amoroso, descubrirás que tus hijos adultos, en lugar de defenderse de tus consejos, buscarán tu compañía”.
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