
Muchos podrían decir que los sueños compartidos son el pegamento que une a una pareja y, durante mucho tiempo, en el matrimonio formado por Stephanie y Dave así fue. Pero una vida juntos no consiguió que sus sueños de jubilación convergieran en los mismos anhelos.
Dejar el trabajo, jubilarse y retirarse en algún lugar entre las montañas para buscar tranquilidad en la naturaleza es un objetivo compartido por muchas personas que intentan alejarse del estrés laboral o recuperarse del agotamiento.
Con esa idea, Stephanie Davis aceptó jubilarse junto a su marido, Dave, cuando él propuso abandonar su carrera de contable a los 55 años. Durante años habían compartido tanto el hogar como el ámbito laboral: desde una misma oficina, ella dirigía su consultora y él su estudio contable. “Todo lo hacíamos juntos: almuerzos, proyectos, sueños compartidos”, explicaba Davis en una columna publicada por Business Insider.
Tras dejar la ciudad, la familia se instaló en un rancho en la montaña, rodeados de bosque, animales y silencio. Mientras Dave se dedicaba con entusiasmo a trabajos manuales y a la vida rural, Stephanie comenzó a sentirse desplazada. “Miraba los árboles y me sentía vacía. Son bellos, sí, pero no hacen preguntas, no aprenden, y bloquean el wifi”, escribió.
El momento de la verdad
El momento decisivo llegó cuando Dave, desde la oficina que estaban desmantelando, le anunció que donaría sus sillas de formación. Ese detalle simbólico activó en ella una crisis de identidad. “Sentí que me moría. Esas sillas representaban mi trayectoria profesional”, confesó.
Sin embargo, esa fue la señal que esperaban. Dave comprendió la dimensión de su malestar y propuso volver a la ciudad, una idea que Stephanie aceptó de inmediato y con entusiasmo.
Aunque retomar tu vida en la ciudad, cuando además es lo que más te apetece, puede parecer fácil, en ese momento, los momentos vitales de la pareja no coincidían. Stephanie había retomado su trabajo, su hija volvió al mismo colegio, pero Dave continuó su vida de jubilado y, pronto, las diferencias entre ellos se hicieron evidentes.
“Él vive con austeridad total. Yo quiero crecer, aprender, explorar. Y eso tiene un coste”, comenta Stephanie en la columna.
Tras discutirlo, llegaron a un acuerdo que mantuviera el equilibrio entre ellos del que ahora se muestra tan orgullosa. El trato es que él administra su pensión, y ella puede gastar libremente lo que genere con su trabajo: “Me gusta pensar que él es el hilo y yo la cometa”.
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