Crítica del capítulo final de ‘Succession’: intrigas y traiciones que conducen al vacío y la soledad

La ficción creada por Jesse Armstrong ha finalizado este lunes con un episodio especial de 90 minutos en el que se quita el nudo a todas las incógnitas paternofiliales y empresariales

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'Succession' (HBO)
'Succession' (HBO)

Como no podía ser de otra manera, el último capítulo de Succession (HBO Max) nos ha mantenido sin aliento durante su hora y media de duración. La serie creada por Jesse Armstrong ya había ido situando las piezas del complicado puzzle en torno a la familia Roy durante esta última temporada, pero también había sido fiel a su espíritu: en cualquier momento, todas las predicciones podían saltar por los aires.

Desde el principio, estuvo claro que, la mayor incógnita, el núcleo central que aglutinaba todas las tramas, era quién sustituiría a Logan Roy, el magnate de las comunicaciones interpretado por Brian Cox, para convertirse en el nuevo jefe del emporio mediático. Pero también nos ha ofrecido mucho más. En primer lugar, una disección de los mecanismos de poder desde dentro mostrando la podredumbre del sistema, en un espacio moral de lo más turbio donde las alianzas, las traiciones y las bajas pulsiones constituían el motor de todos y cada uno de los personajes.

Pero, dentro de su execrable dimensión, también han sido capaces, ellos, los herederos malditos, de brindar algunos momentos de auténtica emoción, en los que han demostrado su vulnerabilidad, algo que sin duda tiene que ver con el mérito de las interpretaciones de Jeremy Strong (Kendall), Sarah Snook (Shioban), Kieran Culkin (Roman) y... el protagonista inesperado de esta última función, Matthew Macfadyen (Tom).

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Los hermanos Roy preparan un batido para coronar a Kendall como 'rey' de Waystar RoyCo en el último capítulo de 'Succession'
Los hermanos Roy preparan un batido para coronar a Kendall como 'rey' de Waystar RoyCo en el último capítulo de 'Succession'

La baza de la incertidumbre, eso de que cualquier cosa podía pasar, se jugará hasta el final en este último episodio, en el que los guionistas mantendrán las expectativas del espectador hasta los últimos minutos, en un ejercicio de escalada de tensión casi insoportable trufada de grandes momentos que irán acelerando la inquietud y el ansia viva.

Después del entierro del patriarca, el capítulo comienza con Roman desaparecido después del ataque de nervios que sufrió en el funeral. Está en la casa de su madre, y ahí irán Shiv y Kendall, cada uno de ellos motivados por sus propias maquinaciones que, al fin y al cabo, consisten en llevar a su hermano a su territorio. Al mismo tiempo, Lukas Matsson (Alexander Skarsgaard) enseñará por fin sus cartas sobre la futura adquisición por parte de GoJo: no quiere a Shiv en el consejo general y, en uno de esos movimientos imprevistos de los que la serie se encuentra trufada, confiará en Tom para el cargo en una conversación memorable.

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El simpar Greg traicionará a su amigo y se aliará con Kendall al conocer los planes del sueco. Ahora Shiv sabe que se la han jugado y apoyará a su hermano para erigirse en portavoz de la tríada, lo que nos llevará a una de las escenas cumbre de la serie, ‘la cena digna de un rey’, con Kendall coronado y untado por un batido pútrido. Y ahí estaría la clave de todo. Los hermanos parecen unidos de nuevo, pero es solo un espejismo. La votación final terminará por sacar los trapos sucios y los tres hermanos terminarán increpándose, insultándose, pegándose y dejando al descubierto los secretos más dolorosos. “Somos un fraude”, dirá Roman. Y no le falta razón, nunca hemos podido confiar en ninguno de ellos.

Y esa es la triste realidad. Quizás toda la serie se resuma en esto. Logan sabía cómo eran sus hijos, y que ninguno era capaz de sucederlo. Quizás por eso, la persona que siempre estuvo en la sombra, Tom, termine erigiéndose como el triunfador en medio de toda la inquina familiar de la que él, durante todas las temporadas, siempre ha sido el eslabón más perjudicado. A Kendall le matará su ambición, Roman mostrará su fragilidad y Shiv se dejará llevar por sus intereses y aceptará lo inconcebible, ser la consorte del nuevo jefe, algo a lo que se resignará antes que darle el poder a su hermano.

(HBO)
(HBO)

Todos se han hecho tantísimo daño que no se puede concebir que sean hermanos. Pero por eso la serie siempre ha tenido una raíz shakespeariana, a modo de tragedia griega en la que los vínculos de sangre se encuentran constantemente pervertidos. Todas esas alegorías que se encontraban presentes en la mitología, aparecen renovadas en esta lucha encarnizada por el poder en el mundo contemporáneo, una traslación de lo más incisiva que, a modo de sátira, nos acercaba a la miseria de nuestros días.

Lo que queda, es vacío. En realidad, todos quedarán marcados por una batalla que los ha destruido por dentro, que los ha aniquilado. No importa lo que consigan, nadie queda a salvo. Son víctimas de ellos mismos. Y, al final, todos estarán solos. Esa es la imagen que nos queda antes de los títulos de crédito, cada uno enfrentándose a su realidad, con Kendall mirando al infinito sin un rumbo vital, perdido para siempre, mientras que Shiv tiende la mano a su marido sin ni siquiera mirarlo, porque sabe que se ha vendido. Nadie ha ganado, todos han perdido y esa es la sensación que queda cuando los títulos de crédito aparecen de forma solemne.

Succession pasará a la historia como una de las piezas más lúgubres, cáusticas y revulsivas de la ficción moderna. Tiene un alma podrida en la que todos nos hemos revolcado, una visión del mundo tan cínica como un veneno, como una droga a la que nos hemos enganchado como si fuera una dosis que nos asquea y nos vicia. Y, al final, solo queda el dolor y el autoengaño.

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