
Hace unas semanas, el caso de Fátima Zavala estremeció a México luego de que la menor de 13 años de edad cayera del primer piso de un edificio dentro de la secundaria a la que asistía, presuntamente al ser acosada por otros estudiantes debido a su afición por el K-pop.
El hecho ocurrió el pasado 4 de febrero en la Escuela Secundaria Diurna número 236, ubicada en la alcaldía Iztapalapa de la Ciudad de México. Días después, la Fiscalía capitalina dio a conocer que había una carpeta de investigación abierta, tras la denuncia de los padres de la joven por el presunto acoso que recibía Fátima.
Si bien el 24 de febrero las autoridades determinaron que “hasta el momento no existen indicios” que comprueben que Zavala haya sido empujada por sus compañeros de secundaria, se dieron a conocer diversas pruebas del acoso que no se limitaba a las horas de escuela, sino que también se hacía presente en redes sociales, donde la desestimaban por su afición a la cultura coreana, al igual que por su físico y hasta su forma de reírse.
El caso de Fátima es una muestra más de que aún no hay políticas eficientes que frenen el acoso y hostigamiento en las escuelas de México y Latinoamérica.
Hay que poner fin a la violencia en la educación: Unesco

Según el informe Aprender y prosperar de forma segura: poner fin a la violencia en la educación y a través de ella, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) publicó en noviembre de 2024, al año aproximadamente mil millones de niños sufren violencia escolar, y los colegios y los espacios de aprendizaje en línea no suelen ser refugios seguros.
En México, el 24% de los estudiantes de nivel secundaria y bachillerato han sido víctimas de bullying, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los cuales se relacionan con desigualdades socioeconómicas, la desintegración familiar, la falta de recursos en las escuelas, y gustos culturales, principalmente.
A nivel mundial, uno de cada tres estudiantes informa haber sufrido acoso escolar durante el mes anterior, y más de tres estudiantes estuvieron involucrados en peleas físicas entre compañeros el año pasado. Desde el acoso escolar y la disciplina violenta hasta la violencia de género, la violencia se manifiesta de numerosas formas, socavando el poder transformador de la educación.
La Unesco resaltó que los sistemas educativos deben incorporar la prevención y la respuesta a la violencia en sus operaciones básicas, abordando los factores interrelacionados que la generan, como la desigualdad de género, las normas sociales nocivas y las políticas inadecuadas. La publicación llama a la acción inmediata y sostenida para transformar las escuelas lugares donde todos los estudiantes puedan prosperar, libres de miedo y de daños.
Así repercute el acoso en el aprendizaje

La violencia escolar no solo perturba el aprendizaje, sino que también tiene un efecto de dominó que va mucho más allá de las aulas.
Cuando los niños sufren violencia en cualquiera de sus formas, suelen tener problemas de concentración y de desarrollo cognitivo. Esto se refleja en un rendimiento académico menor, absentismo y hasta abandono escolar. Los estudios muestran que quienes están expuestos a la violencia tienen más probabilidades de obtener peores resultados en ámbitos esenciales como la lectoescritura y la aritmética, con efectos a largo plazo en su capacidad para lograr el éxito académico y profesional.
Experimentar la violencia provoca importantes trastornos psicológicos y mentales; los niños y las niñas que son acosados suelen desarrollar ansiedad, depresión y baja autoestima, que pueden persistir hasta la edad adulta. La presión sobre su salud mental puede obstaculizar gravemente su capacidad para establecer relaciones sanas y participar plenamente en la sociedad.
Según el artículo Entornos de aprendizaje seguros: Prevención y tratamiento de la violencia en la escuela y sus alrededores, el bienestar de los docentes y su eficacia en el desempeño de la enseñanza también se ven profundamente afectados por la violencia en las escuelas. Alrededor del 80% de los docentes dijo que ha sufrido algún tipo de violencia, desde abusos verbales hasta agresiones físicas, lo cual produce altos niveles de estrés, agotamiento y reduce la satisfacción laboral, lo que a su vez repercute en la calidad de la educación que pueden impartir.
De la misma forma, la pérdida de aprendizaje y un rendimiento académico inferior repercuten en una disminución del potencial de ingresos de las personas a lo largo de sus vidas. A mayor escala, esto puede frenar el crecimiento económico nacional, ya que la mano de obra es menos productiva cuando recibe menos formación.
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