La revolución de los cursos online de universidades de élite: ¿del fervor inicial a la promesa incumplida?

Se llaman MOOC y surgieron hace 12 años. Desde entonces, tuvieron 380 millones de estudiantes, pero solo un porcentaje muy bajo los termina y casi todos son graduados universitarios

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Los MOOCs tuvieron 380 millones de estudiantes (Shutterstock)
Los MOOCs tuvieron 380 millones de estudiantes (Shutterstock)

Al primer MOOC de la historia lo ubican en 2008. Dos profesores, George Siemens y Stephen Downes, dictaron un curso llamado “Conectivismo y conocimiento conectivo”, que tuvo dos mil inscriptos. Por primera vez, un curso congregó alumnos desparramados por distintos puntos del planeta, aprendiendo desde sus casas y, sobre todo, sin costo alguno.

MOOC es la sigla de “Massive Open Online Course”, lo que en español sería “curso masivo, abierto y virtual”. Después de esa prueba piloto, los MOOCs empezarían a organizarse tres años más tarde. Un grupo de profesores de Stanford, una de las universidades más exclusivas de Estados Unidos, creó la plataforma Udacity, que en su manifiesto se proponía ofrecer programas gratuitos. Aseguraban que la educación superior era “un derecho humano básico”, al que todos debían poder acceder.

Después de Udacity, otras dos universidades de élite -Harvard y el MIT- se unieron para crear edX, que ya lleva más de tres mil cursos gratuitos impartidos. El otro gran jugador dentro de la industria MOOC es Coursera, que recaudó 103 millones de dólares en su última ronda de financiación el año pasado.

La idea era -es- rupturista. Las universidades más caras y prestigiosas del mundo, la Ivy League estadounidense y otras instituciones ilustres, ofreciendo cursos gratuitos, al que cualquier estudiante pudiera acceder, fuera rico o pobre, viviera en Argentina, Suiza o Corea, tuviera una trayectoria académica prolífica o nunca hubiera pisado un aula universitaria.

Con el correr de los años, a los cursos breves se sumaron carreras o posgrados completos. En 2012, los medios norteamericanos empezaron a hablar de “la revolución MOOC”, del comienzo de una nueva era en la educación superior. La promesa estaba sobre la mesa: ahora se podía democratizar de verdad el acceso al conocimiento. Acercar educación de calidad a rincones remotos.

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Más de diez años después de ese primer curso, no se les puede restar mérito. De acuerdo a un informe reciente de la consultora HolonIQ, 380 millones de estudiantes de todo el mundo tomaron al menos uno de los 30 mil MOOCs que se impartieron. En total, calculan, participaron más de mil universidades.

Su valor es indudable. Sin embargo, al hacer doble clic en los datos, surge un reverso. Un artículo de Cristina Carriego, directora del Instituto para el Futuro de la Educación de Pansophia Project, menciona un estudio de 2014 que analizó la trayectoria de los alumnos dentro de los MOOCs. La investigación encontró que, de un promedio de 43 mil inscriptos, solo el 6,5% terminan los cursos. Y más aún: casi todos son graduados universitarios o incluso con posgrado.

“No diría que la condición de gratuito y online contribuyen a que muy pocos estudiantes terminen los cursos. Porque justamente ambas condiciones permiten poner el conocimiento al alcance de muchos que no aprovecharían los cursos si tuvieran estas características. Es cierto que es más fácil abandonar si no se ha pagado por el curso y que también es posible que muchos se anoten ‘para ver de qué se trata’. Pero la gratuidad y la virtualidad son ventajas. La clave es cómo garantizamos que todos obtengan un zócalo de conocimientos y habilidades básicas para poder sacar provecho de estas ofertas”, explicó Carriego a Infobae.

En una entrevista con este medio, Anant Agarwall, fundador y CEO de edX, mencionó tres tendencias que, según su mirada, están transformando la educación superior. Primero, planteó, se encamina a convertirse en modular. Los estudiantes ya buscan “apilar” títulos breves, cursos o “micromaestrías” de distintas universidades, que pueden elegir del catálogo que ofrecen las plataformas. Segundo, es “omnicanal”, se puede alcanzar por distintas vías. Tercero, es para toda la vida. El aprendizaje ya no termina una vez logrado el título. Hay una formación continua.

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Según voceros de edX, sus tasas de terminalidad varían -pueden ir desde el 5 hasta el 80 por ciento- dependiendo de qué se trate el curso, de si el estudiante aspira a obtener un diploma o no, de si solo apunta a generar una red de contactos. “Hasta ahora, la educación de calidad - en algunos casos, cualquier tipo de educación superior- ha sido el privilegio de unos pocos. Consideramos que los MOOCs son el gran democratizador y creemos que en el futuro, la economía, el estatus social, el género o la geografía no determinarán el acceso del estudiante o a la oportunidad para el éxito”, sentenció Eduardo Zambrano, su gerente de marketing para Iberoamérica.

En general, las empresas ofrecen la formación sin ningún costo, pero sí cobran un arancel menor a aquellos alumnos que desean acceder al diploma certificado. Además de lo gratuito, el gran diferencial es la ubicuidad: con un smartphone se puede ingresar a la dinámica de clase desde un bar o mismo un transporte público. El potencial de los MOOCs, está a la vista, es enorme, aunque todavía le queden algunas barreras por sortear.

Parecidos, pero no iguales

En los últimos años, los cursos en línea avanzaron. Los esfuerzos recaen en simular un entorno de cercanía, similar al de la educación presencial. De tanto en tanto, las empresas implementan nuevas herramientas para hacerlos más amigables, para conectar al alumno con el profesor y sus compañeros. Pero, por más intentos, el horizonte de armonizar clases que pueden llegar a tener cientos de miles de estudiantes está lejos.

Carriego considera que la democratización del conocimiento, esa búsqueda ambiciosa de los MOOCs, depende de otras variables más allá de la gratuidad. “No alcanza con poner a disposición la oportunidad sino que es necesario contar con habilidades para poder aprovecharla”, planteó. Eso se traduce, en primer lugar, en competencias de lectura y escritura y, al mismo tiempo de capacidad, de estudio independiente, de disciplina y auto-motivación. Muchos alumnos abandonan porque no tienen horarios fijos de clase ni sienten la “obligación” de entregar un trabajo.

“Si bien muchos MOOCs están muy bien armados, con variedad de recursos y una estructura que va llevando al participante por una ruta de aprendizaje y retroalimentación, esto a veces no es suficiente para favorecer la continuidad. La mayoría no cuenta con un tutor que interactúe con los participantes, como sí sucede con otro tipo de cursos virtuales, en los que los tutores tienen un rol clave en la interacción que retroalimenta, orienta y favorece la perseverancia”, planteó la especialista.

Zambrano, de edX, remarcó que el paso previo para innovar es investigar. Experimentar y evaluar los resultados. En la industria son optimistas de cara al futuro. “Vemos un enfoque que no requerirá que los estudiantes gasten cuatro años en el campus. Al crear más oportunidades para que los estudiantes tomen cursos en línea y obtengan créditos académicos, hay nuevas vías de crecimiento para el campus emergente con alumnos de todo el mundo”.

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