
Mientras en el plano financiero, la economía depara noticias fuertemente positivas, la dinámica de la actividad también mejora aunque con muchos más claroscuros. De hecho, si bien se puede dar por terminada la recesión en base a las estadísticas, la recuperación muestra datos muy heterogéneos y, algunos de ellos, producto de las enormes distorsiones que se acumularon el año pasado. La performance de la industria manufacturera, por caso, es un gran ejemplo en ese sentido. Tanto el IPI, el índice de producción industrial que elabora el INDEC, como el de indicador de utilización de la capacidad instalada señalan mejoras, pero lejos todavía de los niveles que presentaban el año pasado. Existe, sin embargo, una llamativa excepción.
El rubro de producción de alimentos y bebidas anotó un marcado aumento, con mayor utilización de la capacidad instalada. En ambos índices, fue el único que registró una suba contundente en comparación con el mismo mes del año pasado. Eso a pesar de que el consumo de esa misma categoría -y también de todas las demás- no refleja la misma evolución interanual. Es decir, la producción ya se encuentra por encima de los niveles del año pasado pero no las ventas, que pararon de caer e incluso mejoran mensualmente pero siguen por debajo de 2023.
De acuerdo al INDEC, en septiembre la producción de alimentos y bebidas aumentó 7% respecto septiembre del año pasado aunque en el acumulado de los 9 meses todavía tiene una variación negativa de 3,5 por ciento. El dato interanual se condice con el fuerte incremento de uso de la capacidad instalada, 6 puntos por encima del año pasado. En septiembre último, la capacidad instalada creció a 68,2% de utilización cuando el mismo mes de 2023, mientras el consumo se encontraba en altos niveles, las fábricas del sector tenían una capacidad ociosa de casi 40% ya que la utilización de sus instalaciones productivas ascendió a 62,4% según la estadística oficial.
La aparente contradicción entre ambas variables podría tener una explicación en un aumento de las exportaciones. Sin embargo, existe un fenómeno de mercado interno que explica cabalmente la brecha. “La producción comienza a recuperarse porque, en algún punto, se fue agotando el stock existente que quedó del año pasado. Es decir, aunque las ventas no mejoran tanto, hay que volver a producir para sostener el abastecimiento”, sostuvo el economista Federico Poli, director ejecutivo de la Fundación Observatorio Pyme.

En ese sentido, las mediciones de consumo arrojan un fuerte contraste. De acuerdo con el habitual informe de la consultora Scentia, el consumo masivo en septiembre de 2024 cayó un 22,3% a nivel nacional, en comparación con el mismo mes del año anterior. Este descenso se debió a una caída en todas las categorías de productos, especialmente en los alimentos básicos. La magnitud de esa caída se atribuyó no sólo al contexto de pérdida de poder adquisitivo sino también a los altos niveles registrados el año pasado, en medio de las turbulencias e incertidumbre cambiarias, en plena campaña electoral que además incluyó fuertes estímulos económicos.
Para esa fecha, se registraban alzas poco frecuentes en torno al 15% a partir de agosto de 2023. Esas subas estaban basadas en los temores y turbulencias cambiarias, que impulsaba a los hogares a sobre-stockearse y a “ahorrar” en mercadería ante la expectativa de una devaluación latente que finalmente se produjo en diciembre. Lo mismo ocurría en el canal de comercialización, con distribuidores y mayoristas que anticiparon la compra de mercadería que, nueve meses después, ya quedó prácticamente agotada.
Del lado de la producción, en cambio, al tiempo que “volaba” el consumo, la caída de la actividad comenzaba a hacerse sentir, ante la presión imparable de los costos con una inflación de 12,7% y la falta de insumos por las trabas a las importaciones dada la escasez de dólares. Fue el inicio formal de la recesión cuyo fin el presidente Javier Milei declaró la semana pasada.
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