La Tota Fabbri, del sabio consejo a Riquelme en su primera concentración a su último encuentro con Maradona: “No era el Diego que habíamos conocido”

El ex defensor de Racing, Boca y la selección argentina recorre su carrera y analiza el duelo entre la Albiceleste e Italia por la Finalissima, De la prueba más extrema que le hizo pasar Bilardo al día que por Pablo Escobar Gaviria quedó varado en un avión

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Fabbri, con la camiseta del Nantes
Fabbri, con la camiseta del Nantes

En vísperas a la final de la Finalissima entre Argentina e Italia en Londres, bien vale recordar un enfrentamiento entre ambos seleccionados que quedó en la historia. Fue el 3 de julio de 1990, cuando se midieron el combinado anfitrión del Mundial y la Selección de Carlos Bilardo que buscaba revalidar el título conseguido en México 86, con la mítica figura de Diego Maradona en sus filas.

El estadio elegido fue el San Paolo de Nápoles, en medio de la polémica por el apoyo de los tifosi hacia su máximo héroe argentino. Suficientes condimentos para una semifinal del más importante acontecimiento futbolístico del planeta.

“Fue algo impresionante, porque el público estaba muy dividido, ya que los napolitanos hinchaban más por el Diez que por su propia selección. No nos sentimos visitantes a pesar de tener 60 mil personas en contra, porque Diego era la bandera de este seleccionado y el que le dio a los Azzurro una manera de vivir”, relata Néstor Fabbri, integrante del plantel subcampeón del mundo.

El nudo y el desenlace de aquel encuentro disputado hace casi 32 años superaron incluso las expectativas de los más optimistas. La Azzurra y la Albiceleste regalaron, incuestionablemente, uno de los enfrentamientos más vibrantes e inolvidables de esa edición. Fue victoria del seleccionado comandado por Bilardo por penales, tras igualar 1 a 1 en los 120 minutos.

“Teníamos en el arco a Sergio Goycoechea, el rey de los atajadores de penales que nos daba mucha confianza. Por eso, llegar a esa instancia fue como un triunfo, y sabíamos que íbamos a ser finalistas”, detalla el ex marcador central.

Más allá de su paso por la Albiceleste, “La Tota” Fabbri tuvo una carrera de lujo. Debutó en All Boys con 18 años. Luego, recaló en Racing Club durante cinco temporadas, hasta que decidió irse al América de Cali, en tiempos en los que Colombia vivía un momento complicado por la injerencia del narcotráfico.

“Cuando llegué a Bogotá me retuvieron en El Dorado durante una hora arriba del avión sin que pudiera despegar hacia Cali, porque se había escapado Pablo Escobar y todo el aeropuerto estaba parado; no salían ni entraban vuelos”, describe el hombre de 54 años.

Tras la temporada 92 en tierras cafeteras, regresó a Lanús, se destacó en Boca Juniors entre 1994 y 1998, año en que emigró al fútbol francés. Pasó por Nantes, Guingamp, y volvió al país para jugar en Lanús, Estudiantes y retirarse en el equipo de Floresta.

“Cuando me retiré, tuve una agencia de lotería que se la dejé a mi cuñado y la vendimos cuando pudimos, porque no es fácil mantenerla, ya que debés contar con una cierta capacidad de ingresos. Con la inflación que hay, más los alquileres y otros gastos te consumís el poco ingreso económico que podés llegar a tener”, explica en un mano a mano con Infobae.

La Tota, en su etapa de Boca, donde compartió equipo con Maradona y Caniggia
La Tota, en su etapa de Boca, donde compartió equipo con Maradona y Caniggia

-¿Qué es de tu vida, Néstor?

-Estoy trabajando en Futbolistas Argentinos Agremiados como coordinador general del fútbol femenino. Asumí en marzo de 2019 cuando se hizo profesional. Cuando me retiré, tuve un empresa de representación del jugadores y una agencia de lotería que se la dejé a mi cuñado y luego, la vendimos cuando pudimos.

-¿Por qué?

-Porque no es fácil mantenerla, ya que debés contar con una cierta capacidad de ingresos. Con la inflación que hay, más los alquileres y otros gastos te consumís el poco ingreso económico que podés llegar a tener.

-¿Seguís como representante de Jonathan Calleri?

-Más que representante soy su tío y lo aconsejo. Lo va a comprar el San Pablo de Brasil y no puede regresar a Boca, es muy difícil que vuelva a la Argentina. En el equipo brasileño marcó ocho goles en igual cantidad de partidos y es el máximo goleador del Brasileirao 2022. Luego se irá a Europa. Por ahora, volver a Boca no es viable. En su momento, representé a Fabricio Fuentes, Caggiano, Ernesto Farías, entre otros.

-¿Los representantes son un mal necesario?

-Cada uno de los futbolistas sabe qué es lo que le conviene; pasa por una decisión personal. En mi carrera nunca tuve. Sí conocía gente que me llevaba a ciertos lugares a jugar. Es más, tenía a mi tío que era abogado y juntos observábamos los contratos. Me manejé solo siempre. Los jugadores de fútbol que necesitan representantes son porque no tuvieron una buena temporada.

-¿Te propusiste ser entrenador de fútbol?

-Hice el curso, pero no fui para ese lado, ya que ni bien terminé de jugar representé a varios futbolistas y me incliné por ese camino. No es muy ético ser representante y entrenador a la vez, no está bien visto.

-Se medirán Argentina e Italia por la Finalissima. Integraste el seleccionado de Bilardo que disputó el Mundial 90. ¿Cómo se vivió aquella semifinal frente al Azzurro en el San Paolo?

-Fue algo impresionante, porque más allá de haber enfrentado al seleccionado local el público estaba muy dividido, ya que los napolitanos hinchaban más por Maradona que por su propia selección. No nos sentimos visitantes a pesar de tener 60 mil personas en contra. Diego fue la bandera de este seleccionado y el que le dio a los Azurro una manera de vivir. Fue una semifinal muy importante, porque veníamos en alza, fuimos de menor a mayor.

-En lo futbolístico, ¿qué recordás de aquel enfrentamiento?

-Fue un juego muy parejo. Los primeros minutos fueron para el local con el tanto de Toto Schillaci, pero cuando empezamos a tomar las riendas del juego empatamos a través de Claudio Paul Caniggia y tuvimos chances para ganarlo. Teníamos a Sergio Goycoechea, al rey atajador de penales. Nos daba mucha confianza. Por eso, llegar a esa instancia fue como un triunfo.

-¿Cómo vivieron la previa a la semifinal?

-Dos horas antes del juego fuimos a reconocer el campo de juego. Nos quedamos sentados en el banco de suplentes viendo el folclore de las tribunas. En un momento, me doy vuelta y observo una cabina telefónica cerca del banco. Entonces, me acerco y digo “voy a ver si puedo hablar con alguien”. Marco el número de teléfono de un amigo y me puse hablar desde el mismísimo San Paolo a la Argentina. En esa charla, le fui contando dónde estaba y no lo podía creer. Tras el juego, en el vestuario hubo muchos festejos, fue una alegría inmensa y nos revoleamos de todo; fue impresionante.

-¿Qué sensación te dejó haber jugado ante Camerún, tu único partido en un Mundial?

-Fue llegar a lo máximo de mi carrera en el sentido de que cuando arrancás a jugar lo que soñás es defender la camiseta de tu país, y cuando jugás en el seleccionado querés disputar un Mundial; así que llegué a lo que siempre soñé.

Después de ese partido, Bilardo no te puso más. ¿Te dolió?

-Sí, me dolió mucho. Traté de hablarlo con él y me dio argumentos que no compartía, pero Carlos era el técnico. Yo no le preguntaba cuándo me ponía ni tampoco cuando no lo hacía.

-¿Qué argumento te dio?

-Que en los Mundiales hay que actuar rápido. Que me vio bien, pero que quería cambiar de jugadores. Al final, mal no le fue porque llegamos al último partido.

En el Mundial de Italia 90, durante el duelo ante Camerún
En el Mundial de Italia 90, durante el duelo ante Camerún

-¿Cómo se vivió el choque ante Brasil por los cuartos de final?

-Impresionante, fue muy difícil. Fuimos de menor de mayor. En el primer tiempo nos cascotearon, pero en los últimos 20 minutos el equipo argentino equiparó el juego. Ahí pudo marcar Caniggia. Luego del triunfo, en el vestuario, todos a la pileta; nos dimos un baño de inmersión.

-¿Y cómo asimilaron la derrota ante Alemania en la final?

-Cumplimos, pero quedamos calientes porque se pudo lograr un bicampeonato. El penal que hace Roberto Sensini lo podés cobrar o no; pero no podés obviar el que no nos cobran por falta a Gabriel Calderón. Fue un duro golpe, pero nos sentimos orgullosos de haber llegado a esa instancia.

-¿Es cierto de que Bilardo hizo que corrieras a un velocista en una gira por Australia?

-Sí, al Negro Enrique y a mí nos hizo correr al velocista para ver como estábamos físicamente. Estábamos en Australia en un cuadrangular y ya habíamos jugado contra Arabia Saudita y empatado 2-2. Al siguiente encuentro no nos ponía a ninguno de los dos y nos hizo entrenar. Mientras los otros paseaban por Sídney, con Enrique corríamos en una pista de atletismo. De repente, apareció un morocho y el entrenador paró lo que estábamos haciendo, para que lo corriéramos. Yo lo habré seguido 100 o 150 metros y no podía más. Y él nos decía: “Vio, vio cómo están mal físicamente”.

-¿Qué recuerdos tenés de tu debut en All Boys?

-Muchísimos. El 30 de julio de 1984 debuté contra Nueva Chicago. Estuve en el banco de suplentes, hasta que ingresé faltando 30 minutos. Jugué de volante por izquierda. Son momentos inolvidables. Lo mismo que cuando hice mi estreno con Racing en la cancha de Vélez ante la selección de Polonia, en un amistoso en febrero de 1986.

-¿Tu etapa en La Academia fue la mejor de tu carrera?

-No, siempre el mejor momento es el está por venir. Tuve una carrera ascendente. Obviamente que también padecí bajones anímicos producto de mis problemas físicos. Pero los objetivos que me propuse como jugador los cumplí. Entonces, estoy muy satisfecho por lo que me tocó vivir. Estoy muy agradecido a Racing, porque se fijó en mí a los 17 pirulos. El club no pasaba por un buen momento.

-¿Por qué?

-Venía del Ascenso, había subido a Primera y atravesaba problemas económicos. Fui Olimpia de plata vistiendo la camiseta racinguista y también me llamaron a la selección argentina. Fue una etapa hermosísima. Sufrimos falta de pago, no teníamos agua caliente para ducharnos, ni contábamos con lugares de entrenamientos. Sin embargo, ganamos las dos primeras ruedas del torneo local, la Interamericana, la Supercopa, y participamos de la Libertadores 89´. El equipo fue de menor a mayor, y con el tiempo la entidad mejoró muchísimo y se encuentra encasillado entre los mejores clubes del país. Contrariamente a lo que pasa con Independiente.

-Dejaste Racing para recalar en América de Cali. ¿Por qué te fuiste al fútbol colombiano?

-Quedé libre de La Academia y el equipo caleño me compró el pase. En su momento hubo mucho lío con mi transferencia porque Cali decía que le había prestado la plata para comprarme. Después, el conjunto colombiano quería que en lugar de que le devolvieran la plata la dieran mi pase a cambio. A todo esto, yo estaba en el medio. Pero al final recalé en un plantel fenomenal que fue la base del seleccionado cafetero de 1995 que comandaba Pacho Maturana. Estuve un año, disputé 29 partidos de los 34 de la temporada, marqué 5 goles y salimos campeones.

-¿Llegaste en un momento complicado a Colombia por el tema del narcotráfico?

-Sí, llegué en un momento complicado por el enfrentamiento que existía entre los cárteles de Cali y de Medellín. Cuando llegué a Bogotá me retuvieron en El Dorado una hora arriba del avión sin que el vuelo pudiera despegar hacia Cali porque se había escapado Pablo Escobar y todo el aeropuerto estaba parado; no salían ni entraban vuelos.

-Luego de un año en Cali, ¿por qué volviste a la Argentina a jugar en Lanús?

-En Colombia habían cambiado el tema de los extranjeros por club: en lugar de cuatro por plantel, se permitían tres. Entonces, necesitaban un arquero y llevaron a Ángel Comizzo. Entró él y me sacaron a mí en febrero del 93. De esta manera, Nicolás Russo y Tucho Villani me llamaron para que fuera al Granate. Llegué libre y jugué solo por el sueldo, pero desafié al presidente del club y le dije: “La voy a romper, y el año que viene vas a tener que poner mucha plata”. Así fue.

-Luego pegaste el salto a Boca, donde estabas más expuesto. ¿Cómo fue jugar en ese club?

-Boca me compró. Llegar a ese club es diferente, es tocar el cielo con las manos. Es el club más importante de Argentina por todo lo que representa. Te cambia en todos los sentidos, en lo bueno y en lo malo, y encima se potencia diez veces más porque estás más expuesto a todo.

-¿La exigencia es diferente también?

-No, es la misma en todos los clubes. Si uno es profesional, tiene la misma exigencia en todos lados. La vida higiénica que tenés en Lanús, Cali y Racing, debés tenerla en el Xeneize. No tiene por qué cambiar.

-¿Boca era un cabaret, como decía Latorre?

-Fue una frase desafortunada de Diego y luego se hizo una historia sobre eso. Perdimos un partido y salió con esa, pero no era tan así. Yo era un referente y sentía eso. No me dolió su declaración. En el vestuario se tomó de forma risueña, ya que salimos en la tapa de todos diarios.

-¿Estaban peleados entre los jugadores?

-No, para nada; de ninguna manera. No éramos todos amigos porque en el fútbol es difícil hacer amigos. En Francia me pasó algo similar. Nos consagramos campeones cinco veces, y había dos compañeros que no se hablaban en el vestuario, cada uno iba por su lado. La afinidad que podés tener con uno y otro es distinta.

-¿Como referente del plantel francés, cómo manejaste aquella situación de dos compañeros peleados entre sí?

-Los egos de los jugadores a veces son difíciles y dividen planteles. Lo único que yo les dije fue: “No me importa si van a tomar un café después del entrenamiento, pero si observo que uno no se la pasó al otro se la van a tener que ver conmigo. Porque yo vine a acá (Francia) a ganar plata y a obtener títulos”.

-¿Qué te respondieron?

- No me respondieron nada porque me tenían mucho respeto. Había llegado a un club con 30 años, y con 500 partidos en el lomo. Me veían como un gran referente y ambos recién comenzaban su carrera. Uno era Mickaël Landreau y el otro Éric Carrière, que fueron jugadores de selección.

En Racing pasó uno de los mejores momentos de su carrera
En Racing pasó uno de los mejores momentos de su carrera

-¿Qué sensación te quedó de haber sido compañero como Caniggia y Maradona?

-A Diego y a Claudio ya los conocía del seleccionado y todo lo que ambos representaban, ¿no? No se puede decir con palabras todo lo que vivimos. Cuando viajábamos con Diego no podíamos ir a ningún lado porque era imposible salir del hotel. Ahí nos dimos cuenta lo que era ser Maradona.

-Compartiste con Diego su último partido como profesional. ¿Qué recuerdos te quedaron de aquella despedida en el Superclásico?

-Fue en 1997, contra River y jugó el primer tiempo. No sabíamos que iba a ser su último juego. Cuando el Bambino Veira decide que sacarlo para que entrara Riquelme, pensábamos que era por una lesión. O porque se sentía mal. En la vorágine del juego que íbamos perdiendo 1 a 0, no nos dimos cuenta de que eso podía llegar a suceder. Nadie lo sabía, ni el entrenador. Después de un tiempo el plantel se enteró de que Diego se retiraba del fútbol.

-¿Es cierto que te tocó acompañar a Riquelme en su primera concentración en Boca?

-Sí, en la primera concentración durmió conmigo. Era muy introvertido, humilde y con pensamientos muy importantes. Tenía 18 años cuando llegó a Boca procedente de la cantera de Argentinos.

-¿Qué le recomendaste como compañero de habitación?

-Que jugara como sabía. Que estuviera tranquilo. En un momento Bilardo lo hacía jugar de volante por derecha y no era su función. A raíz de eso, estaba pasando por una situación que no le gustaba, y lo aconsejé de la mejor manera. Antes se hacía mucho, de hablar con los compañeros. Hoy, el jugador se mete menos en eso y es más individualista porque el fútbol cambió.

-¿Para bien o para mal?

-Es diferente. Hoy podés comer en el lugar de entrenamiento. En mi época eso no pasaba y cuando terminábamos de entrenar con los integrantes del plantel de Boca nos íbamos a comer una bondiolita a los carritos de la Costanera o los que estaban a la vera de la autopista. También llevábamos facturas para el desayuno. Hoy comen más sano y equilibrado, están continuamente controlándote con la comida. Eso sirve mucho, pero si agarrás la pelota y se la pasás a un rival, no sirve de nada. Por eso, el que es bueno lo seguirá siendo y marcará diferencia.

-¿Por qué te fuiste de Boca?

-Ya no aguantaba más las peleas con los dirigentes y, además, la frustración de no haber ganado un campeonato. Por ese motivo quería estar más tranquilo. En Boca nunca estás tranquilo porque vivís expuesto en todo momento. Era mi última etapa deportiva y quería demostrarme a mí mismo que podía jugar en Europa nuevamente, por eso me fui a Francia.

-Dio la sensación de que la dirigencia quiso depurar el plantel porque molestaban vos y otros muchachos más como el Mono Navarro Montoya, Carrizo, Mac Allister. ¿Fue así?

-Yo era el capitán y discutíamos por los premios. Nunca tuve problemas por mi contrato, solo peleas por ser referente y pelear por todo el plantel, no por mí solo. Con Mauricio Macri, ex presidente del club, teníamos diferentes miradas sobre el fútbol, como también les pasó a muchos de mis ex compañeros. Fui el último en irse del club. Cuando vos rendís, por más que pelees vas a seguir jugando. Ahora, el día que no respondas adentro de la cancha van a ir depurando el plantel de a uno, como pasó conmigo, el Mono Navarro Montoya, el Pepe Basualdo, Carlos Mac Allister, entre otros.

-¿El hecho de no ganar títulos en Boca hace que haya un mal clima en el club?

-Sí, porque si en Boca no ganás títulos durante cuatro años, mucho para pensar no tenés, ni tampoco te podes mantener mucho tiempo. Es un club que exige mucho. Así que llegó Carlos Bianchi e hice la pretemporada con Julio Santella, pero cuando arribó el Virrey le dije: “Mira que me salió el pasaporte comunitario y cualquier oferta que venga de Europa la voy aceptar”.

-¿Qué te respondió Carlos?

-Entendió la situación y me hizo hacer una pretemporada espectacular, la mejor de mi carrera, porque me sentía muy bien. Luego de estar en la Posada de los Pájaros, volvimos a Buenos Aires y a los dos días viajé a Nantes. Fue el 17 de julio, luego de que el seleccionado galo se coronara campeón en el Mundial 98.

-¿Con qué te encontraste en Francia?

-Con menos cosas profesionales que en la Argentina. En Francia tenías que lustrarte los botines, cambiarte los tapones y llevarte la toalla. Cuando jugabas de visitante, te llevabas la ropa a tu casa para lavarla y traerla de nuevo. Me encantó ese desafío y por ese motivo, no me importaba nada porque iba a jugar y a estar con mi familia mucho más distendido que lo que podía haber estado en mi país, sin pensar tanto en el resultado. Me adapté facilísimo y a los seis meses mis compañeros del club querían que fuera a pelear los premios con los dirigentes.

-¿Pudiste ponerte en ese rol?

-Sí, claro. Yo lo que peleo afuera lo reflejo también en la cancha.

-¿Cómo es el público francés en las gradas?

-En su momento, el público primero era espectador y luego hincha. Ahora, es mas hincha que espectador. Hoy, son muchos más apasionados. Cuando llegué habían salido campeones del mundo y se transformaron en hinchas con mucha efervescencia, pero son más respetuosos que nosotros.

-¿Te sorprendió que insultaran a Messi?

-Sí, la verdad que sí. Pero hay clubes que son más pasionales como el PSG y el Olympique de Marsella, que te insultan y queda ahí. Cuando caminás por la calles, te piden por favor una foto y sí estás comiendo no te molestan.

-¿Te dolió la muerte de Maradona?

-Sí, yo lo conocía fuera del ámbito del fútbol, ya que los padres de Claudia Villafañe salían con mis viejos cuando eran jóvenes. Iba a sus cumpleaños con mi beba. Me quedó su última imagen que no es buena. A Diego lo vi tres meses antes de su fallecimiento y me puso muy triste. No quiero quedarme con esa imagen, sino con las que tuve como compañero. Lo fui a visitar a Brandsen, donde estaba instalado. Lo visité junto a Sergio Marchi, titular de Agremiados.

-¿A que fueron?

-A contarle que íbamos a cambiar la fecha del día del futbolista para el 22 de junio por la de sus goles a los ingleses en México 86. Le preguntamos si aceptaba y dijo que sí. Antes de morirse logramos cambiar el día y fue un pequeño homenaje que le hicimos en vida. Se emocionó y nos agradeció. Pero lo vi triste y él no era una persona así. Tomamos un café, estuvimos dos horas y no fuimos. Cuando salimos de ahí, charlamos con el Turco y notábamos que estaba triste y que no era el Diego que habíamos conocido.

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