Hoy se cumplen 50 años de la consagración de Carlos Monzón, el más grande campeón mundial argentino con trágico destino

Le ganó por nocaut en el 12° round al italiano Nino Benvenuti en el Palazzo dello Sport de Roma y su triunfo sorprendió al mundo. Esta es la historia íntima de aquella inolvidable noche y de cómo fue degradando su vida hasta terminar en la cárcel antes de matarse en un accidente automovilístico

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Carlos Monzón se consagró campeón del mundo hace 50 años con su triunfo ante el italiano Nino Benvenuti
Carlos Monzón se consagró campeón del mundo hace 50 años con su triunfo ante el italiano Nino Benvenuti

Tenía destino trágico desde el día en que nació.

El boxeo, cómo a tantos otros niños nacidos en la crueldad de la miseria, sólo le había dado una oportunidad. La mayoría de ellos se perdieron en el universo de los innominados, de los que entregaron sus sueños a la nada y sus vidas sólo tuvieron el leve brillo de sus batas. Otros, los elegidos, alcanzaron la gloria de perpetuar sus nombres.

Monzon fue uno de ellos pero su crecimiento como deportista fue superior a su evolución como persona. Y entonces el campeón también noqueó al hombre, al padre al esposo, al amigo y a los sueños.

Hoy que se cumplen 50 años de su consagración como campeón mundial y no puedo quitar de mi recuerdo los grandes hechos que fueron girando en el círculo virtuoso y fatal de su ascenso y de su caída.

-"Ese hombre está muerto, vaya y pónganlo nocaut", le indicó su profesor y “segundo padre”, Amilcar Brusa, al término del 11° asalto. Y así fue - evocaba el propio Monzon-. Y lo describía con exactitud: “Lo dejé venir para que se confiara, hice cintura, le metí la derecha cruzada y con la izquierda lo fui llevando de un rincón a otro. Al final lo encerré, bajé los brazos para que se animara a sacar las manos y sobre su izquierda le metí la derecha a fondo. Cuando vi que se caía -12° asalto - me di cuenta de que no se levantaba más. Le podían haber contado mil. Un tano subió al ring y quiso parar el encuentro, pero no había nada que hacerle: Benvenuti estaba aniquilado”.-, terminaba diciendo las mil veces que debió contarlo.

¿Y quién era ese nuevo e inesperado campeón del Mundo? La respuesta es que aquella estrella que comenzaba a brillar la noche del 7 de Noviembre de 1970 en el Palazzo dello Sport de Roma era un chico de la calle a quien el boxeo le había ofrecido la oportunidad más providencial de cambiar su destino para siempre.

Pensé aquella noche en todo cuanto debió hacer para lograrlo: 67 peleas en 7 años de profesionalismo con solo 3 derrotas – de las que se tomó amplio desquite- y cerca de 10 boxeadores extranjeros que vinieron al Luna Park frente a quienes escaló en el ranking mundial en sólo tres años: desde el 67′ hasta el 70′.

Monzón, junto a su amigo Tito Lectoure
Monzón, junto a su amigo Tito Lectoure

Fue esa noche de hace 50 años su segundo nacimiento, el del boxeador estrella.

Su advenimiento biológico como nuevo ser, 28 años antes, fue muy distinto: austero, oscuro y solitario.

Como olvidar su orgullo cuando me lo contó para le escribiera su autobiografía, “Mi verdadera vida”. Eran como las 11 de la mañana y estábamos sentados a la mesa en un patiecito de su casa en Santa Fe. Fue cuando me pareció advertir un desacostumbrado brillo de reprimida emoción en sus ojos vivaces. Y entonces, me contó su primer llanto:

.- “Dice mi madre que aquella noche la lluvia se escuchaba más fuerte sobre el techo de paja. Por suerte la tormenta venía del norte y no había peligro de que el agua se metiera en la casa. Algunos vecinos se habían acercado por las dudas de que hiciera falta algo. Pero todo estaba arreglado: de un lado el brasero con bastante leña para mantener las dos ollas con agua, del otro la manta en el piso de tierra para que mi vieja se acostara en el momento del parto. Yo de esto no sé nada, pero vale la pena saber por qué las mujeres abandonaban la cama y se disponían a tener familia en el piso: el piso de tierra bien apisonada, como dicen que era el de mi casa, es más duro y ayuda mejor; en cambio la cama se hunde. Yo nací el 7 de agosto de 1942 sobre un piso de tierra. Las primeras manos que me tocaron fueron las de Norberta Flores, una matrona del pueblo que murió hace poco cuando tenía más de 100 años. (NdelaR: el libro fue editado en Febrero de 1976). Dice mi madre que doña Norberta no tuvo que trabajar mucho para ayudarla a parir: salí sin esfuerzos ni complicaciones a pesar de que todas las vecinas se asombraban porque decían que era el bebé más largo que había nacido en San Javier. Mi madre no se acuerda quiénes se encontraban en la casa en aquel momento, pero supone que el Inocencio, Martha y Alcides estaban durmiendo y Zacarías, Nicéforo, Rosendo y Rosa – todos sus hermanos- muy cerca de ella, tal vez en la misma pieza. Mi viejo, en cambio, estaba en el boliche Scholl, frente a la estación del ferrocarril, esperando la llegada de algún tren para cargar su carro y hacer el reparto. Los trenes podían llegar de día o de noche; traer algo para que él cargara o no traerle nada; parar en San Javier – nuestro pueblo- o seguir de largo. Era un trabajo muy ingrato el de mi viejo. Pero él nunca se dio cuenta de eso. Vivió esperando el tren para ganar un mango por carrada. Y con suerte podía tener una carrada por día. Eso sí, a veces pasaban semanas sin que apareciera ningún tren. El día que yo nací el viejo estaba con Miguel Ángel Minutti, el “Tati”. Y cuando le fueron a avisar, para no perder la costumbre, se agarró un “pedo” bárbaro”.-

El campeón que veía hace 50 años llevado en andas venía de allí. Y ocho años después una inundación llevó a toda la familia a Santa Fe. Se fueron caminando arrastrando sus cosas y su hambre. Y en la gran ciudad el niño se hizo hombre lustrando zapatos, vendiendo diarios, haciendo changas y también integrando alguna pandilla juvenil para un arrebato, algún escruche o simplemente para hacer de campana en algún hurto. Ni los calabozos ni las palizas policiales le fueron extrañas hasta que aparecieron el boxeo, Pelusa García, su primera esposa y Amílcar Brusa, su maestro y consejero.

Carlos Monzón a los cuatro años, junto a su madre, padre, Inocencio, Alcides y Martha
Carlos Monzón a los cuatro años, junto a su madre, padre, Inocencio, Alcides y Martha

Esta noche de gloria cenamos en el restaurante Gigi Fazzi de Roma. Antes, el nuevo campeón había ido a saludar a los muchachos de la hinchada de Unión que invadieron la Vía Véneto ocupando todas las mesas del Café de Paris. La lluvia fría y vertical se convertía en agua bendita para el hombre que no se pudo comprar una adolescencia.

Su gloria fue vertiginosa: los bomberos en Ezeiza para pasearlo por la ciudad tras cada triunfo, la idolatría expresada en las calles de Santa Fe, la fama en Europa, el reconocimiento en los Estados Unidos, la empatía con Alain Delón –su nuevo empresario-, clima de hogar con vaivenes comunes junto a Pelusa y sus hijos, muchos requerimientos periodísticos de todo el mundo, abstención de todo lo nocivo dos meses antes de cada pelea, los amigos de siempre para el truco y el vermut esperando el mediodía, la sagrada palabra de Brusa en los entrenamientos, una sana amistad con los sparrings – sobre todo con Norberto Rufino Cabrera o Daniel González – los gritos alentadores de Ringo Bonavena, la colaboración de José Menno y Juan Aranda –boxeadores de la época sumados al equipo-, la muy buena relación con el dueño del Luna Park Tito Lectoure, una nueva casa en Santa Fe con baño instalado y ducha, levantada ladrillo a ladrillo por él mismo, un auto de moda en los 70′- el Torino Lutteral Comahue -, la celebración del primer cumpleaños de su vida a los 30 años, su contribución económica a los hermanos para que trabajen dignamente, la compra de más de 15 departamentos en Almagro y Caballito como inversión inducida por Lectoure con parte de las bolsas, simpleza para vestir, saludable empatía con todos sus colegas, especialmente con Nicolino Locche y con los pupilos de Don Amilcar y una excelente relación con la prensa, aún con quienes habían diagnosticado su derrota.

Después, hacia el verano de 1974 comenzó a producirse el cambio. Fue cuando el recordado director Daniel Tinayre lo invitó a filmar la película “La Mary” con Susana Giménez. Esa propuesta ocurrió antes de pelear contra Mantequilla Napoles en París bajo la organización de Delon. Por cierto que Lectoure se oponía y Brusa, en cambio, no opinaba. Pero antes de viajar tuvo su bautismo de jet set: fue en la casa de Mirtha Legrand. Allí, en una mansión del barrio Parque, conoció a Susana personalmente. Se trataba de una bella y encantadora mujer que hasta ese momento había hecho la exitosa publicidad del jabón Cadum durante la cual aparecía en bikini y de pronto girando su cabeza pronunciaba el latitguillo “Shock”.

En ese año de 1974 ya habían pasado los Benvenuti, los Danny Moyer, los Emile Griffith, los Benny Briscoe, los Jean Claude Bouttier, los Tom Bogs… e iría por Mantequilla. Por cierto que les había ganado a todos y a algunos como Benvenuti, Griffith y Bouttier dos veces. Monzon reafirmó su fama de campeón tras 10 defensas de su corona, se hallaba en su mejor momento, se había operado de sus frágiles manos con sobresalidos huesos por el raquitismo y de una fistula anal que soportó hasta después de ser campeón sudamericano.

Pero después de “La Mary” todo cambió en su vida: el Torino se transformó en un Mercedes Benz – que había sido de Susana y le vendió Cacho Steinberg- , los trajes y las camisas eran italianos, los perfumes franceses, los fines de semana en Santa Fe dieron lugar a placenteros paseos en yacht por el Tigre, los rivales dejaron de ser enemigos para ser simplemente adversarios, a las tapas de Goles y El Grafico se le agregaron cada vez con más frecuencia las de Gente, Así, TV Guía, Canal TV, Siete Días, etc, etc, vivió más noches esperando que termine la función teatral que mañanas corriendo y disfrutando del primer sol, nuevos y populares amigos llegaron a su vida, mejores restaurantes, también un asesor financiero con pretensiones de “sincera amistad” que le hizo ver que el negocio no era comprar departamentos sino invertir en papeles de bolsa u otras opciones en el exterior y que terminó siendo su manager en lugar de Tito Lectoure… Lo más importante de esta transformación fue que Susana Giménez se convirtió en el amor de su vida y el austero departamento de Diaz Vélez fue un semipiso en O’Higgins y Sucre con el jacuzzi con piso de mármol de Carrara por encima de la cabecera de la cama. La nueva vida no fue gratis pues al tomar estado público tan agradable romance, Pelusa – su primera esposa- tras una discusión le disparó un tiro que quedó alojado en su omoplato derecho. A pesar de ello realizó sus últimas cinco peleas – Mundine, Licata, Tonná y dos veces Valdez - sin que jamás se le extrajera la bala de su cuerpo.

Susana Giménez y Carlos Monzón en una de las escenas de "La Mary"
Susana Giménez y Carlos Monzón en una de las escenas de "La Mary"

Hoy, al cumplirse medio siglo de aquel inolvidable combate, miro hacia atrás y pienso en todo cuanto le ocurrió a Monzon en tan poco tiempo; murió a los 53 años que es casi como el espacio que ya ocupa el recuerdo de aquella épica pelea por el título.

Su retiro fue digno pues al poco tiempo de dejar de boxear le ofrecieron millones de dólares para que regresara al ring para enfrentar a Marvin Hagler, Sugar Ray Leonard o Tommy Hearns, quienes comenzaban sus carreras. Un combate contra cualquiera de ellos le aseguraba un dinero que jamás obtuvo sumando todas las bolsas de su vida. Decía entonces: “Si yo me retiro campeón del mundo, moriré siendo campeón del mundo” y dijo que no. Tenía razón…está en el Hall de la Fama como campeón mundial de peso mediano entre los años 1970 y 1977.

En aquel momento de su consagración – hace hoy 50 años- el giro de la vida se había detenido en el punto más alto: hijos, fama, gloria, dinero, prestigio, cine, amigos, un futuro hasta el infinito. Todo eso era del boxeador pero no del hombre que vivía dentro suyo.

El hombre siguió siendo la criatura parida en el piso de tierra apisonada que creció viendo a los animales luchar por sobrevivir y a los machos por dominar.

Así quedó el auto tras el accidente en el que murió Monzón
Así quedó el auto tras el accidente en el que murió Monzón

Fue así que cuando la rueda inició su giro descendente, la oportunidad que había sabido tomar para emerger peleando, se redujo al desenfreno de una vida con más instinto que raciocinio, como la de los animales. Y la caída le impidió la felicidad que nunca pudo valorar.

El femicidio de Alicia Muñiz, madre del sufriente Maximiliano, los ocho años de cárcel y su absurda muerte, cerraron la parábola de una vida vertiginosa e infeliz. Y volvió al lugar de su primer llanto...

Tenía un trágico destino desde el día en que nació.

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