
Todo comenzó como una locura de Carlos Salvador Bilardo. Una obsesión. Uno de esos pequeños detalles que podía ser de vida o muerte en su estructura. A 48 horas del partido contra Inglaterra por los cuartos de final del Mundial de México de 1986, Argentina no tenía camisetas para salir al campo de juego del Estadio Azteca. Al menos unas que sean aptas para el gusto del entrenador.
El destino estaba ensañado con que aquel modelo se transforme en una edición única, inigualable. Y así fue. FIFA definió que Argentina utilizaría la camiseta alternativa contra los ingleses y el por entonces empleado de AFA Rubén Moschella –actual Director del Complejo de Ezeiza– le advirtió a Carlos Bilardo que el único juego disponible era el que se había usado contra Uruguay en los octavos de final.

"Bilardo quería camisetas "caladas", que tienen una especie de agujeritos, para que los jugadores sufran menos la altura, el calor. La marca que vestía a Argentina había hecho así la celeste y blanca, pero no había podido hacer la azul. Era de manga corta, pero era de invierno. Bilardo dijo 'esta camiseta no sirve, tiene que ser calada'", recordó el propio Moschella en una entrevista a ESPN hace un tiempo atrás.
Así, con una obsesión, arrancó la mágica historia de las camisetas azules que hoy cumplen 33 años, al igual que ese mítico triunfo 2-1 con las dos anotaciones más recordadas en la vida de los mundiales.
Durante las siguientes 48 horas posteriores a ese diálogo con Bilardo, Moschella recorrió todo el Distrito Federal mexicano. Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis casas de venta de indumentaria deportiva en su camino. El proceso se repetía hora a hora. Ninguna solución. Cada regreso trunco a la concentración luego de la travesía era con la idea de convencer a Bilardo de utilizar las que ya tenían, pero el "Narigón" estaba firme en su postura. Barajó comprar un modelo de fútbol americano e intervenirlo, pero no servían.
"Al segundo día consigo dos camisetas Le Coq. Las llevé a la concentración rezando. Bilardo no las aceptó, de nuevo. Al otro día jugábamos… Da la casualidad que Diego Maradona pasa por ahí y le dice 'Mirá lo que trajo Moschella. ¿Qué te parece? ¿esto te va a servir?' Y Diego agarró una y dijo 'esta es linda'", relató uno de los protagonistas de la historia. Sin embargo, todavía faltaban más detalles.

Las camisetas estaban peladas. Sólo eran del color indicado y tenían el logo de la marca. Había que agregarle los respectivos escudos y números a cada casaca. Pero… No había ni números, ni escudos. Alguien ofreció un modelo antiguo del escudo de la AFA para bordar y otra persona dijo que tenía unos números para aportar.
"El escudo de AFA es el antiguo, no tiene los laureles. Los números tenían que ser blancos pero tenían unos grises oscuros. Si se fijan, son números brillosos, grises, de fútbol americano", detalló Moschella. Un video que compartió el propio Maradona en sus redes sociales muestra –en la voz de Burruchaga– lo que ocurrió horas antes del choque en el Estadio Azteca: "Un día antes del partido a las 6 de la tarde están cociendo las mujeres que limpian las camisetas. Si salimos campeones del mundo, nos tienen que hacer un monumento a todos".
"Eran las 12 de la noche y estaban pegando los números con la plancha las chicas que nos daban de comer. Poniéndole esos números brillosos grises. Hay 40 remeras no más dando vueltas y la mayoría de los jugadores no la tienen", agregó Oscar Ruggeri sobre el tema hace algunos años atrás en Fox Sports.
La escena siguiente ya es conocida: Diego metiendo el puño para abrir el marcador y, minuto más tarde, gambeteando a cuanto inglés tenía en su camino para firmar uno de los goles más lindos de la historia. Aquella camiseta continuaría por su propia ruta para contar una historia paralela.
La mítica diez terminó en las manos del mediocampista inglés Steve Hodge, titular aquel día en México, quien intercambió con Diego la remera. En el 2003, decidió que ese tesoro preciado era una piedra angular del fútbol moderno y, como tal, debía ser exhibido al público.

La cedió al Museo Nacional de Fútbol ubicado en Preston. Cuando la sede de esta institución se trasladó a Manchester, la casaca pasó 18 meses exhibida en el Castillo de Nottingham. Finalmente, volvió al Museo en el 2012 y allí permanece hasta entonces. "La camisa nunca se vendió al museo y aún es propiedad de Steve Hodge, quien nos la prestó muy amablemente porque consideró que el Museo Nacional de Fútbol era el lugar adecuado para exhibirla", afirmó Philippa Duxbury, gerente de marketing del Museo Nacional de Fútbol, el año pasado.
Aquella camiseta que Diego utilizó el domingo 22 de junio de 1986 y transformó en una auténtica reliquia generó cosas de las más insólitas, a punto tal que Hodge publicó hace nueve años una autobiografía llamada "The Man With Maradona's Shirt" (El hombre con la camiseta de Maradona).

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