
“No hay cielo ni vida después de la muerte para las computadoras obsoletas; ese es un cuento de hadas para la gente que le teme a la oscuridad”, dijo por ahí Stephen Hawkins. Y un escritor argentino que por entonces -2012- era muy joven, decidió discutirlo. Sólo que fue mucho más lejos e imaginó un futuro en que empezamos chateando con los muertos -la actividad cerebral se ha preservado en Internet- y finalmente los muertos terminan pudiendo reencarnar. Pero ¿en qué cuerpo? Y ahí se arma.

Los cuerpos del verano
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Voy un paso atrás: el autor se llama Martín Felipe Castagnet, nació en La Plata en 1986 y la novela de la que hablo es Los cuerpos del verano. En 2012 era difícil imaginar una Inteligencia Artificial que realmente nos acompañara y que realmente pudiera tomar cuerpo. Hoy... no tanto.
Castagnet acierta, da en el blanco, porque no hace un mundo estereotipado y opresivo donde máquinas malas hacen sufrir a la pobre gente. Plantea miedos, dilemas. La tecnología mezclada en lo más “humano” de la vida. La ilusión de volver a vivir, de volver a amar.
En la novela, simplemente hay vida después de la muerte para cualquiera que quiera tenerla. Para cualquiera que elija, en vez de morir-morir, quedar “en flotación” en Internet.

La flotación es “la continuación de la actividad cerebral dentro de un modelo informático”. Es seguir “viviendo” en la red pero, claro, sin cuerpo. Te podés comunicar, podés chatear con los ¿realmente vivos? pero cuerpo, no (por ahora). ¿Para siempre? Depende.
Haber sido un hombre
El protagonista de Los cuerpos del verano fue un hombre, tuvo hijos, murió y quedó “en flotación”. De hecho, fue uno de los pioneros en esto de seguir “flotando”. Allí estaba cuando se descubrió cómo reencarnar. Un ser en flotación puede reencarnar en un cuerpo. ¿Es la revolución, no? La abolición de la muerte. Pero, pero, pero... ¿En cuál cuerpo se reencarna? La respuesta es bastante realista: el mejor que la familia pudiera pagar: así de dura es la vida.
Así que lo primero que leemos es lo que dice este protagonista: “Es bueno tener otra vez cuerpo, aunque sea este cuerpo gordo de mujer que nadie más quiere”. El señor vive en casa de su nieto pero ahora es una señora y esa es una de las cosas a las que tendrá que habituarse. Muchas cosas han cambiado en su “ausencia” pero nada tan íntimo, tan central, como eso.

Al exhombre le pasan cosas con el cuerpo nuevo. Las más evidentes, claro: tiene senos. “Nunca más me voy a quejar de mi cuerpo. Aunque se me pulvericen las rodillas y se me hinchen las tetas como congeladas por dentro”, dice en un momento.
Es gorda, además, y esto no es un dato indiferente ni para caminar ni para, por ejemplo, conseguir empleo. En tres trabajos la rechazan. “El primero es en una casa de té; soy ‘demasiado joven’”.
El segundo es en una carnicería; soy “demasiado vieja”. El tercero es en un complejo deportivo; soy “demasiado mujer”. “Quizás si vuelvo con otro cuerpo acceda al siguiente paso de la entrevista”.
En todos los casos, dice, demasiado gorda. Sus viejas medallas, las de la primera vida, no sirven para nada. Esto es el ahora.

Pero, claro, si se puede reencarnar se puede también elegir otro cuerpo, mudarse a uno más afín a los propios sentimientos o más conveniente según las leyes del mercado: el mundo ha cambiado mucho pero no tanto, por lo que se ve.
La novela enfrenta problemas prácticos: ¿se puede reencarnar —en el libro se dice “quemar”, como se “quemaban/copiaban los CD’S”— en el propio cuerpo? Sí, pero se te considera enfermo. Y, sobre todo, ¿de dónde se sacan los cuerpos? Como es previsible, los cuerpos empiezan a tener un valor comercial. Y cuidarlos ya no es cuestión individual. La consigna “mi cuerpo es mío” pierde sentido si es parte de un capital social de primera necesidad. Fumar, un delito: destruye pulmones que otros necesitan. Automutilarse... no sé, estoy pensando.
Desaparecen los cementerios: ¿qué van a guardar? Y por otro lado, ya no hace falta ir a mirar una piedra o una puertita o una orilla y hablar para adentro con el muerto amado… basta prender la computadora y conversar en directo.
Y un día ¿abrazarlo? ¿Abrazo a mi madre si ella vuelve en un cuerpo completamente otro?
¿Es ella sin su olor?
Claro que acá se abre la vieja pregunta existencial: ¿qué digo cuando digo “yo”? ¿Hablo de mi actividad cerebral que, en definitiva, incluye mis ideas y mis emociones? ¿Es ella, mi mamá, sin su olor, su voz y la textura de su piel?

Algo así le pasa a Teo, el hijo del protagonista, que es un viejo en una cama porque no acepta reencarnar y que no reconoce a esa señora como su padre. “Sos mi a-bue-la”, le dice.
Como en la novela de José Saramago Las intermitencias de la muerte, donde de un día para otro no muere más nadie, en Los cuerpos del verano hay que ajustar toda la estructura social para adaptarse a esta vida eterna. Las herencias son un tema. Los vínculos entre los nuevos seres en cuerpos que tienen familia, otro.
No es indiferente, el cuerpo no es indiferente, parece gritar Castagnet. Algo parecido a lo que dice Amélie Nothomb en Sed, esa novela narrada por un Jesús a punto de ser crucificado. “El mayor logro de mi padre es la encarnación”, le hace decir la escritora belga a Jesús. “Que un poder desencarnado tuviera la idea de inventar el cuerpo sigue siendo una gigantesca genialidad”.
De qué manera esos cerebros desencarnados se vinculan entre sí —una IA hablando con otra IA—, qué cambios produce en la sociedad el cambio de cuerpos, qué nuevas crueldades se inventan para aprovechar esa carne y esa sangre, qué amores y qué angustias pasan por arriba de todas las cosas son algunas de las cosas que sugiere la novela.
El cuerpo de la mujer gorda no será el último destino del protagonista. Cuando nos habíamos acostumbrado, cuando ya había empezado a disfrutar de los vestidos y estaba aprendiendo a maquillarse, van a pasar cosas que nos van a hacer pensar todo de nuevo.
¿Una señora se casa con un robot que creó en Chatgpt? Linda idea, un poco triste, pero una idea. Martín Felipe Castagnet, en 2012, ya pensó todas las complejidades, líos y emociones que puede generar una decisión como esa. Humanidad pura, no se pierdan Los cuerpos del verano.
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