Hanif Kureishi y Stephen Frears reflexionan sobre “Ropa limpia, negocios sucios”, a 40 años de su estreno

El escritor y el director, creadores de la película que marcó la irrupción de Daniel Day-Lewis, analizan el impacto cultural de aquella historia que rompió barreras en la representación LGBT y transformó la narrativa sobre raza y sexualidad en el Reino Unido

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“Si Stephen y yo hemos hecho algo para que haya más personas homosexuales, estaríamos bastante orgullosos de ello”. Con esta frase, Hanif Kureishi resume el impacto inesperado y duradero de Ropa limpia, negocios sucios (My Beautiful Laundrette en su título original), la película que escribió hace cuatro décadas y que, según él mismo, nunca quiso encasillar como un “filme gay”. Reunidos por The Guardian, tanto Kureishi como el director Stephen Frears reflexionan sobre el legado de una obra que, lejos de limitarse a una historia de amor entre dos hombres, desafió las categorías y transformó el cine británico.

El reencuentro de ambos, en el jardín de Kureishi, tiene un aire festivo y nostálgico, según describe la crónica. Una tarta plateada con forma de lavadora, encargada para celebrar el 40 aniversario del filme, preside la escena. Kureishi, tetrapléjico desde 2022 tras una caída, observa desde su silla de ruedas cómo las burbujas de jabón flotan sobre la tarta y el sombrero de Frears. Entre bromas y quejas por las flores pisoteadas y un partido de cricket que dan por televisión perdido, ambos muestran una complicidad forjada en la creación de una película que, como recuerda Frears, fue “un hallazgo, como descubrir un continente nuevo”.

El origen de Ropa limpia, negocios sucios se remonta a la experiencia personal de Kureishi en el sur de Londres. Su padre, inmigrante paquistaní, esperaba que su hijo siguiera un camino más convencional. “No vino a este país para ver a su hijo haciendo obritas en pubs”, recuerda el autor, quien ya era un joven dramaturgo reconocido antes de escribir el guion. Inspirado por un amigo de la familia, el “tío Adi”, propietario de garajes y lavanderías, Kureishi empezó a esbozar la historia de un hombre que se hace cargo de una lavandería. “Eran lugares horribles; la gente se drogaba allí. Pensé en escribir sobre un tipo que dirige una lavandería. Luego pensé: necesita un amigo. Podía ser una película de compañeros, como El golpe. Pero no lograba que funcionara. Entonces, mientras escribía, se besaron, y de repente todo cobró sentido. Ahora era una historia de amor y de negocios“.

La relación entre Omar y Johnny —el joven anglo-paquistaní y su antiguo amigo, exmiembro del Frente Nacional— refleja la tensión racial y social de la época. Kureishi reconoce que se inspiró en su propia adolescencia: “Muchos de mis amigos se hicieron skinheads. Mi mejor amigo apareció un día en casa con el pelo rapado, botas, camisa Ben Sherman, todo el atuendo. Mi padre casi sufre un infarto. Había pasado mucho tiempo intentando no ser golpeado por skinheads. Era aterrador ser paquistaní en el sur de Londres en los años 70″.

El proceso de casting para el papel de Johnny estuvo marcado por la presencia de actores que luego serían célebres. Gary Oldman y Tim Roth figuraban entre los candidatos, pero Frears recuerda una audición aún más inesperada: “Kenneth Branagh vino a verme. Bastó medio segundo para saber que no era el adecuado. Pero hay que reconocerle las ganas". La elección de Daniel Day-Lewis resultó inevitable. “Todas las chicas decían: ‘Quieres a Dan”. Era el más deseado en el Royal Court’, afirma Frears. Kureishi añade: “A Dan le encantaba Clint Eastwood, esa quietud. Se nota la influencia: Dan apenas se mueve". Frears, por su parte, vio ecos de otra leyenda: “Recuerdo verlo junto a la farola bajo el puente, en la escena del reencuentro con Omar, y pensé: ‘Quiere interpretarlo como Marlene Dietrich”.

El personaje del tío de Omar, interpretado por Saeed Jaffrey, también tiene raíces reales. “Se basaba en un amigo de mi padre: un vividor con una amante blanca”, explica Kureishi. La amante, encarnada por Shirley Anne Field, fascinaba al equipo. “Dan y yo la interrogábamos todo el tiempo: ‘¿Con quién famoso te has acostado?’” Había estado con el presidente Kennedy. ¡Y con George Harrison!“, relata Kureishi, aún asombrado.

La colaboración entre guionista y director fue decisiva para el tono de la película. Kureishi recuerda el consejo de Frears: “Hacelo sucio”. Hasta entonces, el cine sobre raza tendía a mostrar a los paquistaníes o indios como víctimas. “Aquí tenías figuras emprendedoras, casi violentas, al estilo de El Padrino”. Frears también insistió en dotar al filme de un aire de western. Aunque Kureishi admite no haber entendido del todo esa indicación, reconoce que hay elementos visuales que remiten al género: un paseo en bicicleta al estilo Butch Cassidy, un encuadre final a lo Centauros del desierto, y una grúa que eleva la cámara sobre la lavandería. “Creo que Stephen quería mostrar dos bandas preparándose para pelear: el grupo paquistaní y los matones blancos. Algo se avecinaba”.

Otra sugerencia de Stephen Frears fue apostar por un final feliz. “Habíamos pedido al público que invirtiera mucho en estos personajes. Un final triste es bastante fácil, en cierto modo. Este solo es feliz en los últimos 10 segundos”, explica el director. Hanif Kureishi coincide: “Sí. Pero sales del cine de buen humor”.

El rodaje de Ropa limpia, negocios sucios se realizó con un presupuesto de 600 mil libras y en formato 16 mm, pensado inicialmente para emitirse en Channel 4. Sin embargo, tras su estreno en el festival de cine de Edimburgo y el entusiasmo de la crítica —la periodista Pauline Kael, de The New Yorker, la calificó de “sorprendentemente fresca”—, la película saltó a las salas y se convirtió en un fenómeno.

El éxito fue rotundo: la película obtuvo una nominación al Oscar para Kureishi y revitalizó la carrera de Frears, quien después dirigiría títulos como Relaciones peligrosas, Ambiciones prohibidas y La reina. El filme también supuso el despegue de la productora Working Title y del compositor Hans Zimmer.

A pesar de su relevancia, ni Frears ni Kureishi han vuelto a ver la película recientemente. “No veo mis viejas películas”, confiesa Frears. “O piensas: ‘Debería haberlo hecho mejor’. O: ‘Eso está bastante bien. ¿Por qué ya no puedo hacerlo así?’“. El tiempo, sin embargo, ha realzado aspectos como la fotografía de Oliver Stapleton y la interpretación de Gordon Warnecke, que en su día quedó eclipsada por Daniel Day-Lewis, pero que ahora se aprecia como un retrato sutil de la transformación de Omar.

El estreno de la película en 1985 coincidió con un clima de creciente homofobia en el Reino Unido, agravado por la crisis del sida y la inminente aprobación de la llamada “sección 28″ del gobierno conservador de Margaret Thatcher, que prohibía la “promoción” de la homosexualidad por parte de las autoridades locales. Kureishi subraya la vigencia del filme: “Ahora es muy difícil ser gay. Hay mucha hostilidad hacia las personas LGBT, así que es importante que la película siga ahí, en este mundo tan politizado donde ser gay o trans se convierte en objeto de debate. Es un momento horrible".

En una entrevista de 1986 con la revista Film Comment, Kureishi rechazó la etiqueta de “película gay” y cuestionó la existencia de una sensibilidad exclusivamente homosexual o negra. “No quiero que me encasillen. No me gustaba que me llamaran “escritor de color” porque soy más que eso". Para él, la película aborda temas de clase, el thatcherismo y la nueva cultura empresarial británica. “No quería que se limitara por la raza o la sexualidad, y eso no ha cambiado”.

El reconocimiento de la película como una de las mejores del cine LGBTQ+ —fue votada séptima en una encuesta del British Film Institute en 2016— provoca una reacción irónica en Frears: “¿Qué había por encima? ¿Por qué no ganó?“. A pesar de todo, ambos celebran que la película haya sido adoptada por el público queer. Ropa limpia, negocios sucios sigue siendo, cuarenta años después, un referente que desafía etiquetas y celebra la complejidad de la identidad y el deseo.

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